Ya está en marcha la campaña electoral para la elecciones al Parlamento Europeo del 9 de junio. Entre el desntendimiento ciudadano, o al menos un interés más bien escaso, y el temor al avance de los grupos de extrema derecha. Los sondeos sobre las elecciones europeas apuntan una participación del 50%, aunque ha habido comicios europeos donde apenas ha llegado al 40%.

Es una contradicción cuando cada vez más decisiones que nos afectan directamente dependen de las instituciones de la UE, pero también es una realidad que el abstencionismo y el creciente desinterés social hacia el proyecto europeo tienen que ver también con la burocratizada, gris e ineficaz imagen que transmite de sí misma la Europa política y económica común, donde sus recetas inciden casi siempre en el mismo modelo neoliberal y en el seguidismo acrítico geopolítico a EEUU en lugar de recuperar los ideales democráticos y anteponer la política a los intereses económicos. También con los altos costes de esa inmensa burocracia, con la asunción del Parlamento Europeo como un cementerio de elefantes para políticos en retirada (voluntaria u obligada), con la imposición de la circunscripción electoral única en el Estado, que aleja aún más a los electores de los elegibles impuestos por los aparatos de los grandes partidos, y con el error de no haber adecuado las instituciones europeas a la ampliación de sus países. Y también con los patanes que adornan la imagen política en Europa, con Von der Leyen a la cabeza.

El futuro de Europa está en juego en las urnas. Dos van a ser las claves en las que se medirán los resultados. Por una parte, en las elecciones se configurarán los nuevos grandes bloques en el Parlamento de Estrasburgo, una cuestión clave para las futuras políticas y la conformación de las instituciones. La otra gran clave, relacionada con la anterior, será el respaldo que tenga en las urnas la extrema derecha que, aunque en diferentes versiones, coincide en características y reivindicaciones comunes como el antieuropeísmo, la xenofobia, el populismo derechista y las posiciones contra la igualdad de género y las políticas LGTBI. Han ido apañando sus discursos poniendo los acentos en la inseguridad, la inmigración, la religión y un patrioterismo de pacotilla, pero su objetivo sigue siendo el mismo: no se trata de diseñar qué Europa queremos, sino de frenar el proyecto europeísta. Y los partidos que componen este sector ultra están jugando fuerte.

La pasada semana Vox reunió a miles de personas para jalear a los más selecto de la ultraderecha europea en un festival que más allá del patetismo de la imagen fue un compendio de lo que pretenden: más autoritarismo, más neoliberalismo y menos libertades democráticas y menos derechos civiles. Están claros los objetivos de esa gran Internacional Reaccionaria, que pasan por unirse para socavar los cimientos de la UE, sus instituciones, los valores que la inspiraron y que representa y, con ellos, las políticas a desarrollar. Un amenaza real para Europa y para todos sus ciudadanos y ciudadanas. Votar es un imperativo democrático de orden político y ético para abordar con la determinación exigible el fenómeno ultra y xenófobo que desborda previsiones y mugas, afectando a los valores que Europa debe compartir, incluida y en especial la Europa de los Pueblos.