El filósofo Jorge Urdánoz recuerda una comparación malévola que circulaba durante la Transición en UCD: ‘Fraga lo sabe todo y no entiende nada. Suárez no sabe nada y lo entiende todo’. Manuel Fraga fue un político iracundo en una sociedad empachada de autoritarismo y con anhelos de apertura. Suárez, que había sido director general de RTVE, a los efectos el NO-DO en el cuarto de estar, fue mucho más sagaz que el gallego. Llegó a la presidencia en el 76 a dedazo de Juan Carlos I. Comprendió de qué iba el juego y el supuesto mindundi se convirtió en encantador de serpientes. En 1976 imperaba una única televisión y el ritmo informativo era otro, pero cotizaron los políticos surfistas. Suárez lo fue y ganó en las urnas en el 77 y el 79, hasta que las olas del golpismo le hicieron dimitir. Qué decir de la dificultad de surfear en la actualidad. Pedro Sánchez, que quizás comparte con Suárez el defecto de gustarse en exceso, es un artista en el oleaje, y por eso irrita tanto a la derecha. Esas altas prestaciones –nunca infalibles– le faltaron a Casado y a Rivera, y le han abandonado ahora a Yolanda Díaz, deslumbrada por los destellos. A su mentor, Pablo Iglesias, también le falló el discermiento en la primavera de 2021, cuando dejó el Gobierno central, designó sucesora y se presentó de candidato a la Comunidad de Madrid, en pleno ciclo alcista de Ayuso. La presidenta madrileña exhala triunfalismo, pero al igual que Fraga da muestras de no entender apenas nada fuera de su territorio. De la mano de Miguel Ángel Rodríguez se afana en una vocación de protagonismo estridente y de hacer sombra a Feijóo, y eso le viene nublando. Su caída del pedestal es cuestión de tiempo. Estos días ha pisado el freno, pero la soberbia le penalizará, lo mismo que castigó a Fraga antes de su retiro a Galicia, porque activa la movilización en sentido contrario.

El filósofo Jorge Urdánoz recuerda un chascarrillo que circulaba en UCD: ‘Fraga lo sabe todo y no entiende nada. Suárez no sabe nada y lo entiende todo’

Entender el tablero requiere de un visión de conjunto, y de una cierta humildad, cuando las cosas van bien y cuando se tuercen. Por ejemplo Uxue Barkos acertó en Navarra al apoyar en 2019 un Gobierno de coalición presidido por los socialistas, reeditado en 2023, si bien tal rol comporta un desgaste. Geroa Bai compite con EH Bildu, que también ha sabido leer bien los acontecimientos de los últimos años, aunque siga atada a contradicciones severas. Más difícil lo tiene ERC en su particular encrucijada en Catalunya. En política es pertinente estirar la cuerda, sin olvidar que esta se puede romper. La ciudadanía catalana acaba de pasar dos veces por las urnas y ha dejado un mensaje bastante nítido. Es verdad que el esfuerzo de aproximación con los socialistas no solo radica en Esquerra. Sánchez debería mostrar que va en serio en esa voluntad de entendimiento por la que dice apostar, y trenzar así una legislatura estable en el conjunto del Estado. El reto, si es sincero, requiere de toda la inteligencia política posible. Sobran los excesos acomodaticios de uno u otro lado y la gestualidad estéril, cuando mucha gente se está viendo tentada por las soluciones fáciles y la mano dura. Esa es la corriente de fondo. Se trata de no dar facilidades al involucionismo, que ya no es una abstracción teórica, y busca torpedear la voluntad democrática mayoritaria. Mientras todo esto sucede, Felipe González, otro protagonista de la Transición, se vuelca en complacer una y otra vez a la derecha con su permanente marcaje a Sánchez. El exlíder del PSOE se ha depositado definitivamente en el conservadurismo y parece haberse propuesto amarrar su imagen a la derechona, al haber entendido que un día –en vida o tras su muerte– su figura ya solo será enarbolada por el derechismo, incluido el montaraz