Por las calles de Estambul pasean recuas de hombres con la cabeza vendada. No vienen de una pelea a palos sino de una clínica para tratar la alopecia aunque la imagen que transmiten sea parecida. Los milagros estéticos que no atienden en Lourdes se ofertan a la carta cerca de la mezquita de Santa Sofía. Allí, ese terreno yermo del cráneo revive no sin sufrimiento y con algún riesgo, pero el pelo que estaba extinguido brota de nuevo en la mayoría de las intervenciones.
Hay un floreciente negocio, no solo en Turquía, en el tratamiento capilar, aunque no todos garantizan el éxito. Tampoco que no provoque efectos colaterales. Por ejemplo, la hipertricosis, que más allá de la denominación científica es una paradoja ya que el vello a quien le crece en abundancia no es a quien sigue el tratamiento sino a una persona cercana. Vaya, es como si alguien se da atracones de comida y el que engorda no es él sino su hijo. Pues eso es lo que ha detectado un laboratorio navarro, que hay lactantes con un sorprendente exceso de vello en diferentes partes del cuerpo (Síndrome del hombre lobo, lo denominan) que viene inducido por el uso de un crecepelo determinado por parte de una persona cerca. El asunto no debe tomarse a broma porque puede revestir gravedad y ha sido noticia destacada en todos los medios. Atentos pues porque hay lobos sueltos con una loción capilar entre los dientes.