El jueves recibí seis llamadas seis de números desconocidos, de estos que descuelgas y te sale una voz o alguien que te intenta vender algo. Hace poco en una de esas me llamaron por mi nombre, era de una compañía con la que nunca he tenido relación alguna, y tuve que explicarle que quien debía presentarse era él, no yo. Y así llevamos años, recibiendo mensajes o llamadas de a saber quién, mientras leo que la edad media en Navarra de los niños y niñas para recibir su primer móvil es 11 años y 2 meses. La historia nos juzgará.
Y espero que lo haga duramente, porque si como padres y madres no somos capaces de ver que con 11 años y 2 meses una criatura no está para tener un móvil con internet –sí, posiblemente, uno de los que usábamos cuando no había internet, para llamar, recibir llamadas y sms y punto– es que no hemos entendido nada, ni una sola palabra, de lo que nos pasa a nosotros mismos con los aparatos estos, que nos han succionado la vida.
De la misma manera que antes en las comidas familiares de hace 70 años o 60 al chico de la casa se le daba vino para que se hiciera mayor o fumar era una cosa no tan mal vista y luego todo esto fue viéndose como la aberración que es, tal vez en unos años veamos claramente lo exageradamente peligroso que es para ellos y ellas y su salud mental el hecho de llevar en sus bolsillos unas herramientas en primer lugar tan adictivas y en segundo lugar con tanta capacidad de atraer problemas de distintas clases.
No es dejarles con la maquinita del Donkey Kong de los 80. Es hacerlo con un trasto con un potencial descomunal. Confío en que a no muy tardar se empiecen a elaborar leyes restrictivas a nivel local y nacional para que los padres y madres nos sintamos apoyados por las instituciones en esta batalla que de momento ganan fabricantes, compañías y comercios. Cero móvil mínimo hasta los 16 años y prohibición en colegios e institutos.