Recuerdo hace 30 años, en el ecuador de los noventa, haber visto con avidez la serie La Transición, de Victoria Prego y Elías Andrés, enganchado a su ritmo narrativo y a su riqueza de archivo. También me acuerdo de detalles concretos, como la audacia que destilaba el pulso que mantuvieron Adolfo Suárez y Santiago Carrillo. Ambos se reunieron en secreto a comienzos de 1977, todavía con el PCE ilegalizado, en un chalet vacío de Pozuelo de Alarcón, donde según Prego, ya fallecida, pasaron siete horas hablando de política. Todo este trabajo documental, realizado para ensalzar el proceso democratizador, destilaba la importancia del diálogo. El programa ya estaba listo en 1992, pero no se emitió hasta 1995 en un momento de fuerte crispación, con Aznar derechito hacia la Moncloa.
El mensaje de fondo de aquella serie, que El País vendió por fascículos y en cintas VHS, estaba claro: podíamos enorgullecernos de una clase política que en general, aunque fuese por supervivencia, llegó a beneficiosos entendimientos. Aquello se idealizó mucho, pero ciertamente para tratar de alcanzar acuerdos hay que explorar y dialogar. Ahora que el Gobierno conmemora el final de Franco y los estertores de su dictadura, la Transición recuperará foco, en un clima con alguna similitud al de hace tres décadas, cuando se emitió la serie.
Este crispamiento se otea hasta en los pequeños detalles, como mentar cuatro sílabas, San-tos Cer-dán, y percibir incomodidad en parte del personal, pues Cerdán es el encargado de reunirse con Puigdemont y eso le convierte en villano, y sus encuentros en una afrenta a la patria. Son muchos años de tormentones y lluvia fina derechista para que, independientemente del resultado de la negociación, el político navarro no quede hecho una sopa en el intento. Por si fuera poco Junts parece decidido a arrojarse por la pendiente; así que todo este acontecer desgasta sensiblemente a la izquierda.
EL QUID DE LA CUESTIÓN
El problema de base de Cerdán es su carnet socialista. El mismo que el de Zapatero cuando se alcanzó el fin de ETA. De haber sido entonces Aznar el inquilino en la Moncloa, habría sido elevado a los altares, candidato a Nobel de la Paz o a lo que se pusiera por delante. Si Cerdán fuera un emisario con salvoconducto de Génova su prestigio subiría como la espuma, y estaríamos ante un intento inteligente, generoso y centrado de un hombre leal y comprometido. El carnet del PP es un flotador formidable, que se lo pregunten si no a Mazón, pero Cerdán es el número tres de Pedro Sánchez.
El problema de base de Cerdán al reunirse con Puigdemont ha sido su carnet socialista. De haber sido del PP su prestigio subiría como la espuma
Con estos mimbres menos mal que en la Transición estaba en juego un regadío de dinero contante y sonante procedente de la CEE. De lo contrario, es posible que el proceso democrático, que ya fue muy trabado, se habría ido a hacer puñetas, dadas las querencias autoritarias de una parte de la derecha. No hay más que ver cómo acabó Suárez con su reforma.
El algodón no engaña. La Transición propulsó el olvido y un statu quo perceptible en un vistazo. De los expresidentes del Gobierno español desde 1977 el global ideológico se ha inclinado más que la torre de Pisa. Suárez y Calvo Sotelo (UCD) ya no viven; González se ha convertido en un conservador, Aznar en un halcón, y Rajoy, aún cercano en el tiempo, aumenta varios grados la inclinación. El único a favor del vigente Gobierno progresista es Zapatero, porque Sánchez desquicia lo mismo a Aznar que al propio González. El bipartidismo también era esto. Pero Feijóo lo tiene menos sencillo que Aznar en 1995, cuando no existía Vox. Y entonces parecía que el PP lo tenía chupado, y acabó sudando la gota gorda.