No tengo duda alguna de que ya he usado alguna vez la expresión del Maestro que sigue: la sociedad está constantemente intentando macharte la cabeza. Y no tiene sentido ir por ahí con la cabeza machacada. Esto –lo de que la sociedad, o mejor dicho los llamados medios de masas– de que nos intentan machacar la cabeza es más que obvio, una sensación que creo que a todos se nos ha agudizado desde el covid. Llevamos cinco años cabalgando una miseria tras otra, enlazando pandemia, muerte, restricciones, Ucrania, Gaza, Netanyahu, crisis de todas clases. Y ahora nos ha caído Trump por aplastamiento. Trump y Groenlandia. Trump y Canadá. Trump y Musk. Trump y Putin. Trump y la UE. La UE y el rearme. Trump y los aranceles. Las bolsas mundiales. Miedo al crack. Miedo al futuro. Miedo a la inestabilidad.
Es todo una constante invitación a vivir en un ayy permanente, con la sensación de que si no se va a ceder una costura por aquí se va a ceder por allá, con la casi certeza de que el barco éste no sabes muy bien en manos de quién va, ni hacia dónde, ni a qué precio, pero, eso sí, metiendo mucho ruido, generando muchas noticias que se repiten machaconamente en telediarios y titulares y tertulias. Un ejercicio de sobredosis de información –cogida por los pelos, claro, puesto que nos ofrecen tanta que apenas tenemos tiempo o energía para profundizar en los temas– y, siempre, claro, con la cada año más creciente sospecha de que se pinta poco o nada y que bastante hacemos con no volvernos tarumbas con tanta historia, mucha de ella para dormir no precisamente a pierna suelta. Ahora son los aranceles, que meterán ruido unas semanas y a saber en qué situación dejarán a unos y otros. ¿Qué será en unos meses, qué clase de nuevas ocurrencias o maldades nos deparará el hecho de andar por aquí? Es conveniente protegerse contra tanta información, mucha de ella se vuelve tóxica.