Habla el escritor Jorge Dioni de la Magdalena de Proust, cuando un olor o sensación dispara nuestros recuerdos. ¿A qué olía la noche electoral del 24 mayo de 2015? A cambio indiscutible, conBarkosen Navarra, conCarmenaen Madrid o conColauen Barcelona, por dar tres nombres en tres partes del Estado. Aquellas fueron, por cierto, las primeras elecciones municipales, autonómicas y forales sin ETA; liberarse de la banda que mataba y oprimía también flotaba en el ambiente y facilitó un nuevo cuadro de poder territorial. El corrimiento tectónico era evidente.
La vida política se nutre de tiempo y se clasifica en legislaturas. Aquel 24 de mayo no solo se agotó un turno y empezó otro; el bipartidismo recibió un correctivo en favor de quienes venían siendo outsiders o sectores ajenos al poder tradicional. Esa noche el reloj de arena dio la vuelta. Todo muta y vuelve a mutar. Por eso, los plazos son claves en democracia. El poder político está delimitado por el calendario, el censo es cambiante y las circunstancias del electorado son volátiles. Los comicios reparten confianzas, son préstamos de futuro y depósitos de representación temporal.
La paradoja
Todo gobierno aspira a repetir mandatos, pero de conseguir su propósito, el éxito marchita la novedad, y con el paso de los años se activa la que ofrece el adversario. La comunicación política lo tiene claro. De ahí que el famoso lema del PSOE en 1982 fuese ‘Por el cambio’ y el de 1986 ‘Por buen camino’. Mayo de 2015 vislumbró un importante movimiento de hegemonías, y dio celebración a los que ganaron y tristeza a quienes perdieron, según las convicciones. Pero la clave es que hasta entonces unos habían ganado muchísimo y otros poquísimo y esta vez la balanza se equilibraba un poco con un cambio de guion. Aquel año la fotografía del poder se ensanchó, en un mensaje contundente contra las tentaciones patrimonializadoras. Nadie es dueño de Navarra ni de ningún otro territorio. Tal falsedad, nos descapitaliza como sociedad. Esa lección es perpetua.
La clave de mayo de 2015 es que hasta entonces unos habían ganado muchísimo y otros poquísimo, y esta vez la balanza se equilibraba un poco
Marcas
Diez años después han cambiado muchas cosas, pero la huella es aún patente, hasta el punto de que la estabilidad, que parecía un sustantivo conservero, se ha vuelto un valor progresista. En el conjunto del Estado al progresismo sus correligionarios le piden que siga caminando y no se lance al suelo ante una parte del derechismo echada al monte. La derecha está en su perfecta legitimidad de intentar devolver al banquillo a la socialdemocracia, desde Madrid o en Navarra, siempre que no busque atajos o juegue sucio. La izquierda tiene la responsabilidad de ofrecer solidez, trabajo y honestidad para impedirlo, y el centro, como el resto del arco ideológico, no pasarse de listo; por ejemplo, ante una cuestión tan compleja como la habitacional. Como bien ha resumido el dirigente de Izquierda Unida Antonio Maíllo, “la política de vivienda es el asunto clave para el éxito de la legislatura”. A Maíllo se le examina con creciente atención, dados los retos urgentes de la izquierda invertebrada. Por eso también, porque se trata de sumar apoyos plurales, se van a observar con sumo interés los efectos de las políticas habitacionales en Navarra o Catalunya. Si el tema les interesa, recuerden el recientísimo libro de Javier Burón,El problema de la vivienda, publicado por Arpa, “quizá el más difícil de resolver”, que según cómo se aborde, inyectará esperanza o mayor frustración social. Y es que sinesperanza, virtud teologal, el progresismo sufre como un descosido, y al revés. Esta década (2015-2025) es una muestra ante el próximo decenio, el que nos sitúe en el ecuador de los años treinta. Casi nada.