Carta al baile
El baile es como el aire, está en todas partes. En realidad es lo mismo que el viento a ritmo. Quienes bailamos en el alma de Beethoven, del Caribe o zanpantzar nos da lo mismo bailar El lago de los cisnes en el Bolshoi que bailar con caballos o lobos. La cuestión es bailar. Bailar siempre y en todas partes; en la plaza del pueblo con la infinita ternura del primer baile, como en Tasio de Armendáriz (genial, Montxo) o en El Danubio Azul. La cuestión es bailar, dejarte llevar por la vida junto a un tallo o un cuerpo que te mande al infinito azul marinero, al infinito aire solar o a ninguna parte, porque te quedas pegado e impregnado de los filamentos de lana o seda del cuerpo tibio (epela) de tu compañera en la danza del vals, pasodoble o baile tribal alrededor del fuego o en la penumbra del atardecer, en el carnaval de la vida.
Los que bailamos fatal nos imaginamos cualquier cosa. Bailamos en el alma de un tal Sarasate, Beethoven, Mozart o Cafrune. La cuestión es bailar. Y cantar. Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo.
Carnaval, te quiero. Maite zaitut, Zanpantzar.