En esta tierra cae bien la persona que, aun a costa de su imagen (que no de su dignidad), sin bajar la mirada, reconoce que se equivocó; te mira de frente y te dice la verdad; te mira a los ojos y te pide perdón. Y es en la mirada donde se nota que la otra persona quiere seguir siendo algo para ti, de ti. Y tú, que lo estabas esperando, casi necesitando, aceptas sin matices su enmienda, evitas cualquier vestigio de posible humillación hacia ella y borras el mínimo poso de rencor que pudieras haber generado en tus entrañas. La vida está compuesta de muchos momentos de estos.

Sin embargo, siempre hay quien, con razón, sin duda, ha generado tanto odio en su interior que, cuando se le acerca la persona motivo y destino del mismo para intentar algún tipo de sincera reconciliación, no le aguanta la mirada o incluso la rehuye con asco y rechazo absoluto, eliminando toda posibilidad no ya de arreglo sino ni siquiera de diálogo o mínima expresión de la intención de enmienda.

Esto, para la persona que odia, suele ser motivo de un falso regocijo por la humillación a la que ha sometido, o eso cree, a la que intentaba acercársele y además acompaña el momento con deseos mentales como "jódete", "muérete", "ahora sabrás lo que pasé yo", etcétera, deseos que, luego, en la vida real, no se suelen cumplir.

Está la variante de responsabilizar del mismo hecho a un colectivo completo, por etnia, afinidad ideológica, vinculación política o social (hasta familiar). Y está también la opción de aquellas personas que, siendo responsables de la cosa, se llaman andana y como si nada, oye.

Pero sigo insistiendo en que, en esta tierra, donde la "palabra de vasco" (famosa en todo el mundo) llegó a sustituir a los contratos escritos y firmados, caen bien las primeras, las que recapacitan y, mirándote a los ojos, se les nota que quieren tu perdón. La mirada es mutua y necesaria para la futura convivencia, pero que la niegue la persona a la que se solicita su clemencia, si no puede superar su "odio", no invalida forzosamente la enmienda de la otra ni la convierte en una excreción social.