Algunas, de hecho, llevan bata. Situación: 11 de febrero de 2025. Tras una templada noche que apenas ha dejado temperaturas mínimas de 8 grados, el pueblo de Isaba amanece y se despereza bajo un manto grisáceo de nubes, otrora amenazantes a estas alturas del invierno, ahora inofensivas. Las chimeneas, eso nunca cambiará, expelen un humo blanquecino y denso, y auguran una cálida mañana de cocina y puchero. Aunque pudiera parecerlo, no es una mañana invernal al uso en Isaba. Hoy, tras casi 38 años al servicio del pueblo y de cuantos turistas transitan por él, excluyendo breves y obligados periplos por Cáseda y Otsagi, Lourdes Ezquer Garcés se jubila como enfermera.
Pido perdón de antemano al lector si peco de pretencioso y casero, pues al ser su hijo no puedo (y no quiero) tomar la suficiente distancia como para juzgarlo con objetividad, pero lo cierto es que no es una retirada cualquiera.
Se va una trabajadora incansable, de esas que elevan el estereotipo de la enfermera como ángel de la guarda durante los quebraderos que inevitablemente depara todo lo relacionado con la (mala) salud. De esas que desarrollan una especial sensibilidad en el trato humano, y dulcifican hasta el trago más amargo. Se va una mujer con gran pasión por su profesión, y con una responsabilidad infinita para con sus pacientes. Se va un ejemplo.
Pero no se va de vacío. Se lleva tanto el respeto de los colegas de profesión como el cariño de todo un pueblo, amén de una merecidísima pensión. Los dos primeros... valen oro.
Mamá, enhorabuena de parte de tu familia. Disfruta de este merecido descanso y experimenta el mundo ahora que no tienes excusa. Viaja, vieja. Guiño, guiño.