Está bien saber que las opiniones y pequeños artículos que se publican en este diario tengan repercusión en la sociedad pamplonesa.

La Txantrea, en sus orígenes como barrio, fue promocionada por el patronato Francisco Franco. Este patronato ponía el cemento, la arena y los ladrillos. Todo lo demás, herramientas y mano de obra, lo ponían los seleccionados por el mismo patronato.

Fueron unas casas de planta baja, con un pequeño terreno y construidas a destajo por muchos pamploneses que no podían conseguir una vivienda en la ciudad. Eran jornadas de trabajo de albañiles, carpinteros, fontaneros, electricistas, peones, bomberos, chóferes, comerciales, enfermeros y toda clase de ayudantes, incluidas mujeres y niños.

Mi suegro, albañil cualificado, ayudó a sus amigos y conocidos a hacerse su vivienda en jornadas interminables donde las zanjas para los cimientos se hacían a pico y pala. Mi cuñado, también albañil, joven y fuerte, sudó lo suyo en apoyo a sus compañeros. Así nació un barrio 100% pamplonés, alegre, castizo, luchador y amable.

Cuando en el año 1952 acudió el caudillo a inaugurar su monumento y las casas de la Txantrea, muchos que con su esfuerzo estaban construyendo su vivienda no fueron a aplaudirle, pues no tenía ninguna relación un monumento a los golpistas con unas viviendas para obreros, los cuales les llamaron de muchas maneras: chalé, barraca, choza, casucha, palomar, gallinero, taller, frontonico, chabisque y algunos hasta castillo. Siempre con el gracejo popular pamplonés.

Conozco a muchos amigos en la Txantrea, pamploneses, andaluces y de otros lugares. No me gustaría que se confunda cómo se hicieron las casas con la convivencia que ha existido siempre en el barrio luchador y alegre, porque fue Pamplona la ciudad que derivó a ese barrio la esencia de sus habitantes, trabajadores, mujeres y niños. Anécdotas muchas. En cuanto al airico de Ezcaba, lleva muchos siglos acariciando las murallas de Iruña.