Los temas tabúes son aquellos sobre los que, por diversas causas, no se habla, ya que producen tensión en la sociedad.

Desde hace unos años tenemos abundantes datos sobre el proceso de cambio climático, que está siendo más acelerado de lo que la mayoría temíamos. Los medios de comunicación informan con mucha frecuencia de aspectos concretos del problema. Pero hay algo que no es abordado, algo a lo que, al menos en público, nadie alude: no se realizan predicciones de futuro. ¿En qué situación nos hallaremos de aquí a tan solo dos o tres décadas, por ejemplo? Ni se responde ni, tan siquiera, se formula la pregunta.

El porvenir no es predecible, pero con la información que tenemos, parece que la mayoría piensa que será peor. De hecho, existe una interrelación con otros factores. Como también conocemos, cuando los seres humanos tienen miedo y se sienten acorralados, suele producirse un incremento en los niveles de agresividad. A ello se le añade el armamento que es capaz de producir la tecnología actual. En conjunto, el panorama resulta muy preocupante. Nunca la humanidad se había enfrentado a algo similar. Pero tanto las televisiones como la prensa evitan tratar esta cuestión. Para que el negocio vaya bien y las audiencias o los lectores aumenten o se mantengan, no hay que dar disgustos al público. Como es sabido, preferimos los relatos que tienen un final feliz.

Pero, aunque el peso de la realidad resulte abrumador, es necesario reflexionar. Porque lo peor consiste en hacer como si los problemas no existieran. Aunque el futuro sea incierto y el margen de actuación no muy amplio, siempre hay actuaciones que pueden ser mejores o peores.

Una cuestión elemental, asimismo de todos sabida, es que la humanidad debería cooperar, actuar unida. En este sentido resulta preciso evitar las guerras y enfrentamientos, que solo empeoran la situación. Pero al respecto se plantean dos ideas relacionadas entre sí, aunque parcialmente contradictorias. Por una parte, la escalada armamentística que se está produciendo, es demencial desde el punto de vista de la especie humana. Pero, por otra, ninguna de las grandes potencias puede realizar un desarme unilateral. La opción consiste en negociar una limitación verificable. Es lo que se ha hecho en el pasado con los misiles nucleares.

Además, todo ello pone de manifiesto la importancia de las democracias. Ellas no luchan entre sí. Las guerras estallan cuando una de las partes (o las dos) son dictaduras. Puede comprobarse en los conflictos bélicos actualmente existentes. El de Ucrania comenzó por decisión del régimen autocrático de Putin.

En cuanto a Gaza fue Hamás (una dictadura), la que inició esta fase del conflicto. Por lo que respecta a Israel hay que añadir que es una democracia sui géneris, basada, desde su fundación, en un proceso de limpieza étnica contra los palestinos, que pasaron a ser una pequeña minoría en su propia tierra. Este mismo contexto de ausencia de democracia puede observarse en las restantes guerras que se desarrollan ahora en África o Asia.

Resulta comprensible que a la gente –incapaz de digerir tantas malas noticias– no le guste hablar sobre estos temas. Probablemente, en buena medida, el gran tabú sobre el futuro desarrollo del cambio climático persista. Pero es necesario abrir espacios para la reflexión. Para que el intercambio racional de ideas fluya entre las personas y entidades interesadas.

Además, nunca debemos olvidar nuestros aspectos positivos: los seres humanos actúan con frecuencia de forma inteligente, son capaces de amar o comportarse cordialmente entre sí y también de recrear la belleza en obras artísticas de todo tipo. Teniendo esto en cuenta y el presente contexto, resulta asimismo de gran importancia examinar las vías para fortalecer la voluntad de permanencia de las personas individuales y de la sociedad en su conjunto.