Las Escuelas Infantiles de Pamplona-Iruña comenzaron su andadura hace casi cuarenta años. Prácticamente desde estos inicios, hubo profesionales que, intuyendo la importancia de la educación en los primeros años de vida, hicieron una apuesta valerosa por este tramo educativo. Una de las señas de identidad más importantes de este colectivo ha sido el empeño de las trabajadoras en formarse, para poder dar lo mejor de sí a niñas y niños en las aulas.

Durante todo este tiempo, hemos reflexionado sobre nuestro trabajo, investigado nuevas formas de hacer; indagado sobre maneras de acompañar a la infancia; observado otras experiencias; buscado distintas fuentes de inspiración; averiguado los caminos de la infancia; cuestionado nuestro papel como profesionales en las aulas; tanteado otros modos de hacer, tratando de mirar a las niñas y los niños desde una perspectiva distinta, poniendo siempre en el centro, las capacidades y las potencias de cada criatura para poder ofrecerles los entornos óptimos donde desarrollarse holísticamente.

Una de nuestras reivindicaciones históricas, (que siempre nos ha sido negada) es que, en estos primeros años de vida, nuestra labor es educativa (con mayúsculas). Esta perseverancia en tratar de argumentar la certeza de que la inversión en el acompañamiento de la primera infancia merece la pena nos ha llevado a crecer profesional y personalmente, convirtiéndonos en uno de los colectivos más involucrados en la investigación-formación.

En nuestra trayectoria, hemos aprendido que, para poder avanzar, es necesario hacer una valoración sobre el camino recorrido; sobre la posibilidad de transitar senderos diversos; atrevernos a descubrir nuevas vías por las que perdernos y llegar, con alegría, a lugares inesperados. Este hecho es lo que podríamos llamar evaluación del proceso educativo.

Teniendo muy clara la importancia de la evaluación en educación, y en nuestro afán porque esta etapa fuera considerada educativa, durante todos estos años, hemos ido probando diferentes formas de evaluar: valorando distintos ítems que niños y niñas debían alcanzar a edades determinadas; estimando las conductas adecuadas que iban adquiriendo en función de su edad, contabilizando el número de palabras que eran capaces de pronunciar en un determinado tiempo, validando si alcanzaban los hitos prefijados para cada momento…

Sin embargo, no tardamos en darnos cuenta de que esta manera de evaluar no iba en consonancia con nuestra forma de mirar a las niñas y niños. Frente a nuestra mirada abierta, que observa procesos, criaturas capaces, con enormes potencias, ricas, alegres, fuertes, de muchos colores, libres… encontramos que esta forma de evaluar hace hincapié en aquello que todavía no saben, no hacen, no consiguen… devolviéndonos, así, una imagen de infancia incapaz, pobre, triste, débil, gris y presa de aquello que todavía no…

En un ejercicio de evaluación de nuestra forma de evaluar, decidimos que no creemos en una valoración negativa de la infancia; no en una evaluación que pone etiquetas, que juzga, que predispone a otras personas adultas a mirarles desde estos prejuicios, que califica (o más bien descalifica), que no aprecia a las criaturas en el momento presente, sino que anticipa el fracaso que serán, al no alcanzar las expectativas que las personas adultas hemos decidido para ellas.

Esta etapa educativa tiene una identidad propia, de hecho, tiene un enorme valor, frecuentemente ignorado y en consecuencia despreciado.

Siendo muy conscientes de la importancia de dejar constancia de los procesos por los que niñas y niños van pasando, hemos ido indagando otras formas de recoger esta información. Hemos evolucionado en nuestra forma de evaluar y registrar nuestras observaciones y puntos de vista. Nos hemos formado y hemos aprendido que, a través de la indagación narrativa, podemos plasmar la forma en que miramos a cada niña o niño, ofreciendo un relato a cada familia sobre el paso de su hija o hijo por nuestra escuela.

Explicamos, de manera detallada, en reuniones individuales con los familiares, los procesos evolutivos de cada criatura, compartiendo, con pasión, nuestro punto de vista. Seguimos indagando este camino, seguimos aprendiendo, reflexionando, compartiendo…

En este periplo histórico, que como hemos comentado, se ha visto salpicado de no pocas reivindicaciones en torno a la consideración de esta etapa como educativa, nos encontramos, ahora, con la sorpresa de que, desde el Departamento de Educación, nos exigen retroceder en el camino, veinte años atrás. Nos piden que volvamos a las evaluaciones que juzgan, califican, etiquetan y encorsetan a la infancia, a las que se fijan más en las carencias que en las fortalezas. Todo ello, en aras de la objetividad y de la igualdad de acción… Parafraseando al gran Loris Malaguzzi, “las niñas y niños poseen 100 lenguajes, pero les robamos 99”.

Resulta irónico que, teniendo tantas cuestiones en las que poder igualarnos al resto de profesionales de la educación, como sueldo, nivel profesional, vacaciones, etcétera, hayan elegido igualarnos en la forma de evaluar, obligándonos a cumplir un trámite meramente burocrático. Cumpliremos con el trámite (no nos dejan otra opción, bajo amenaza de quitarnos la subvención). Rellenaremos sus absurdos boletines de Educa, sin la menor implicación, ni energía. Sí, cumpliremos ese paripé, mal llamado evaluación. Después, con el poco tiempo de trabajo restante y muchísima implicación personal, nos dedicaremos a lo verdaderamente importante: preparar al detalle los relatos compartidos y las entrevistas con las familias, donde las educadoras les hablaremos realmente sobre los procesos vividos por sus hijos e hijas.

Por último, nos gustaría argumentar que una plataforma como Educa, en la que nos obligan a participar, debiera adaptarse a un ciclo educativo como el 0-3. No podéis exigir a las escuelas que se adapten a la plataforma… ¡Es de sentido común! Educa debería existir para facilitarnos el trabajo, no para sobrecargarnos con burocracias desatinadas. Y nos referimos a tener que cumplimentar plantillas con claustros, sesiones de evaluación, horarios con sesiones por asignatura y de recreo… que no realizamos, porque los niños y niñas de nuestras escuelas, no van a secundaria… ¡Si no al 0-3!

Señoras, señores y señoros, dirigentes del Departamento de Educación, una vez más circulan ustedes en dirección contraria, arrollando a las profesionales que tratamos de hacer bien nuestro trabajo. Una vez más se empeñan en aplicar un mismo rasero para aquello que les interesa, no para igualar categorías profesionales, sueldos, vacaciones, horarios, etcétera. Pretenden igualarnos en la mediocridad. Después, se sorprenderán ustedes con las cifras de fracaso escolar… permítannos que les contemos un secreto: ningún niño o niña fracasa. el fracaso es del sistema, pero esto ya lo habrían descubierto ustedes mismos si en algún momento (ya que tanto les gusta evaluar) hubieran hecho la más mínima reflexión-evaluación de su propia forma de mirar a la infancia.

Firman este artículo: Edurne Lekunberri Urmeneta, Aintzane Buldain Azanza, Cecilia Orta Aguado, Leire Campos Arretche, Idoia Erro Moreno, Garikoitz Torregrosa Armendáriz, Lorea Macías Garaioa, Zuriñe Pérez González y Oihana Elizalde Echarri Direcciones de algunas Escuelas Infantiles de Pamplona