No creo que Arrasate improvisara. Desde la derrota en el Bernabéu no había hablado con la prensa hasta la víspera de este partido. Muchos días para reflexionar. Para construir el mensaje. Y lo que quería transmitir lo repitió en dos ocasiones: “Debemos ser más incómodos (para el rival), más ásperos”; y, más adelante: “Tenemos que ser ásperos para, a partir del fútbol, lograr después nuestros objetivos”.

¿Cómo interpretamos el adjetivo ‘áspero’? Según la RAE, ‘áspero’ es algo desagradable al tacto, desapacible, desabrido. Los sinónimos quizá nos acercan más a la intención del entrenador: bronco, duro, avinagrado, furioso… El clamor del jefe del vestuario tiene su fundamento: en el partido con el Real Madrid los rojillos solo cometieron 6 faltas. Un equipo blandito, falto de la intensidad que exige siempre el entrenador y que aplaude la afición.

Porque se puede jugar bien al fútbol marcando el territorio como hizo ayer Osasuna. “Somos un equipo noble”, asumía como precepto el entrenador, para reclamar a continuación esas dosis de mala leche. 

El mensaje parece que lo captaron los jugadores, que en la primera media hora cometieron el mismo número de faltas que en el coliseo blanco. Esa aspereza, sin ser nunca exagerada ni violenta, se desplegó sobre todo tras las pérdidas de balón, en una presión canina y para neutralizar contragolpes amenazantes. Sirva de ejemplo que un futbolista de aspecto tan frágil y a la vez elegante como Aimar Oroz fuera el que más infracciones cometió de todo el equipo (4), aunque una de las más dolorosas de la noche la sufriera en sus propias carnes y le supuso la expulsión a Lucas Boyé.

Con todo, la intensidad en las disputas fue a más en el segundo tiempo, cuando el Granada también sacó los dientes, y con particular protagonismo en los jugadores rojillos que entraban en el partido, exigidos estos también por su deseo de tener más minutos, por una ambición que, como expusieron Barja y Raúl García de Haro, no se enfría ni con dos goles de ventaja. Tampoco el ímpetu de los osasunistas llegó, ni de lejos, a las cotas de aquel Granada de principios de los setenta, en el que el uruguayo Montero Castillo, el argentino Aguirre Suárez y el paraguayo Pedro Fernández imponían su ley en el área: decir de ellos que eran defensas ásperos es quedarse corto. Aunque han encontrado en Gumbau a un aplicado discípulo.

Pese a ser el partido con más faltas de los disputados hasta hoy (un total de 32, de ellas 19 de Osasuna, su cifra más alta esta temporada), lo cierto es que el equipo de Arrasate dominó el juego desde la posesión del balón, con una defensa muy despierta, un Sergio Herrera inabordable, un Chimy hiperactivo, un Budimir en racha, marcando el ritmo y buscando siempre el buen trato de la pelota de Aimar y, en la segunda parte, el de Moi Gómez. Porque ser noble –como demostraron los jugadores de Osasuna al interesarse uno por uno por el estado físico de Miguel Rubio tras un pisotón de Barja– no conlleva eludir la aspereza implícita a todo deporte de contacto. Posiblemente sea la fórmula mixta para volver a fortificar El Sadar y que los rivales palpen lo que supone jugar en este campo. Como fue siempre: un estadio áspero para el rival.