Desde el exterior de la bajera se escuchan las risas y al descorrer la cortina aparecen Erkuden Chocarro e Iñigo Martiartu. Están ultimando su obra: una palista y un remontista.

“Iñigo se encarga de las partes altas –le amputaron la pierna derecha y no se puede agachar– y yo, de las bajas. Nos complementamos”, bromea Erkuden, en silla de ruedas debido al síndrome de Ehlers-Danlos. “Hay que mirar el lado brillante de la vida, que del oscuro ya hay bastante. El humor negro es una manera saludable de afrontar los problemas”, reflexiona Iñigo.

Ambos son los creadores de los gigantes txikis de Iturrama, que se han estrenado el viernes antes del chupinazo. “Estábamos locos por ver bailar a nuestras criaturas. Nos hemos dejado una parte de nosotros”, confiesan. 

A Iñigo le cambió la vida de la noche a la mañana. En 2002, le atropelló un coche que descendía a 100 km/h por la Cuesta del Labrit, le amputaron la pierna derecha y estuvo un año en silla de ruedas porque “tenía tal destrozo” que no se podía poner de pie.

Después de varias complejas operaciones –le reconstruyeron 20 centímetros de la rodilla izquierda y le pusieron 12 tornillos–, Iñigo volvió a andar con una pierna derecha ortopédica.

Iñigo era mecánico, le dieron la incapacidad total y empezó a tallar madera. “Fue una manera de distraer mi cabeza entre tantos dolores y mal genio”, recuerda. Iñigo destacó en el curso, el profesor le animó a que se apuntara a la Escuela de Artes y Oficios y estudió escultura.

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Iñigo y Erkuden, los creadores de los nuevos gigantes txikis de Iturrrama Unai Beroiz

Desde que nació, Erkuden padece el síndrome de Ehlers-Danlos –se ríe del nombre tan complicado–, una enfermedad rara que daña el tejido conjuntivo. “El colágeno, el pegamento del cuerpo, lo tengo defectuoso y se me salen las articulaciones. También afecta a los órganos, que se pueden desprender”, explica.

Su sistema nervioso central tampoco funciona bien y su cuerpo no regula ni la temperatura –puede sufrir hipotermia aunque no haga mucho frío– ni la presión arterial. “La aorta se va distendiendo y en cualquier momento hace pof y ahí me quedo”, asegura.

Erkuden estudió Bellas Artes en Bilbao, trabajó dos décadas en la librería Elkar y hace 10 años le dieron la incapacidad total. “No me mantenía de pie porque las rodillas y las caderas no aguantan el peso de mi cuerpo”, comenta Erkuden, que anteriormente ya le habían operado siete veces de los hombros. “Se me salían al cargar los libros”, subraya.

Colaboración con Oroz

Hace una década, los caminos de Iñigo y Erkuden se volvieron a juntar –ambos habían sido dantzaris en Duguna– porque la ikastola Bernart Etxepare buscaba voluntarios que restauraran Olentzero. “Nuestras hijas iban al mismo curso, nos animamos y lo arreglamos porque la cabeza era lo único que estaba bien”, recuerda Iñigo.

Al año siguientes crearon a Mari Domingi y a partir de ahí fue un no parar: gigantes para familiares, amigos y vecinos del barrio; escenografías de obras de teatro, marionetas, toricos de carretilla...

E incluso diseñaron, junto al dibujante César Oroz, los gigantes txikis y kilikis de la peña Irrintzi. “Oroz se quedó contento y nos pidió que colaboráramos en otro encargo. Fue un chute de adrenalina increíble porque las personas con discapacidad estamos todo el rato demostrando. No somos Miguel Ángel, pero queremos hacer arte a nuestro nivel”, reivindican.

Los gigantes del Irrintzi fueron el germen de los de Iturrama. Haritz Pascual, socio de la peña y Atariandia –la nueva asociación vecinal de este barrio–, les pidió unos gigantes para la comparsa txiki. “Queríamos huir de lo clásico y que fueran rompedores. Estábamos hartos de reyes y figuras medievales y tampoco nos apetecía nada mitológico”, reconocen.

De repente, se acordaron del frontón López, “un lugar emblemático del barrio”, y apostaron por los deportes de la tierra. El resultado es una palista y un remontista con rasgos parecidos a los del cómic y la caricatura. 

“Válvula de escape”

Erkuden cose los trajes y pinta sentada en su silla de ruedas –desmonta los gigantes y los coloca en una mesa– o tumbada en el suelo. “Cualquiera diría que estoy grillada, pero no puedo levantar mucho los brazos y así estoy más cómoda. Nos adaptamos a las adversidades y me da igual lo que piensen los demás”, comenta.

Iñigo talla y modela los gigantes sin esconder su pierna ortopédica. “A la mierda las fundas, que valen un montón de dinero y solo sirven para que los demás piensen que tengo una pierna como la suya. Que se vea el hierro”, defiende.

Erkuden e Iñigo han encontrado en los gigantes una “válvula de escape” con la que sobrellevan mejor su situación. “No puedes estar todo el tiempo en casa porque te hundes”, confiesa Iñigo, que se queda muchas noches en la bajera retocando las figuras.

Para Erkuden, que se pone alarma para regresar a casa, este hobby es una “terapia” que le permite gestionar la enfermedad y “el dolor crónico. En la cama también estoy jodida, así que prefiero hacer algo que me gusta. Aprovecho al máximo los buenos momentos porque mi síndrome no se cura y tampoco sé cómo voy a estar dentro de un año”, subraya.

Tras pasar el duelo, los dos son ejemplo de vitalidad y aconsejan a personas que recientemente les ha cambiado la vida que se “amueblen bien” la cabeza y que asuman que a veces es imposible recuperar el pasado: “Tardas más o menos, pero lo superas. Todos somos muchísimo más fuertes de lo que nos creemos. Es condición humana”, aseguran Iñigo y Erkuden, que se despiden con el proverbio Non gogoa, Han zangoa. Donde van tus pensamientos, van tus pasos.