Aitor Pescador (Bilbao, 1970), historiador de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, subraya que los antecedentes históricos de la Gamazada ayudan a entender mejor el delicado contexto de una sociedad a punto de cambiar de siglo, y destaca la huella que la movilización dejó en la conciencia de la foralidad con el empuje, años después, del PNV y de los carlistas en favor de la reintegración foral plena.

¿Cómo valora lo que sucedió en Castejón hace ahora 130 años? 

–Aquel recibimiento es un elemento referencial dentro de la historia de Navarra, como una defensa de la identidad, o de lo poco que quedaba ya de la identidad territorial, política y social del antiguo Reino. 

Hubo un proceso previo, de décadas, clave para entender mejor la Gamazada y el propio recibimiento en Castejón.

–Fue algo acumulativo, 1839 con la derrota militar después de la sublevación, 1841 con la imposición de la Paccionada por parte de las minorías. También el nuevo convenio de 1877 con Tejada Valdosera y el Estado aumentando el cupo de lo que Navarra debía pagar, cuando supuestamente en Navarra se había entendido que ese cupo era fijo y permanente, el de los 8 millones de reales de 1841. Así que se fue acumulando una crisis política y de identidad. ¿Qué es Navarra después de 1841? Unos años después apareció la Asociación Euskara de Navarra, emergieron Campión, Altadill y compañía, buscando en la Edad Media la identidad de lo que había sido el Reino, como un Estado medieval independiente. En el siglo XIX se estaba perdiendo no solo el espacio político, sino también el identitario; hasta qué punto nos íbamos a disolver, absorbidos por el Estado liberal. 

“La primera etapa de la nueva monarquía española, que generó Cánovas del Castillo, fue un momento álgido de cabreo en Navarra”

¿El éxito de la Gamazada adormeció de nuevo la cuestión foral?

–En la Gamazada hubo estandartes como vivan los fueros, viva Navarra, pacto ley, paz y fueros... se hacía referencia a 1841, de momento no se va más atrás, se pretendía defender el marco del 41, también por el trauma de la guerra... La primera etapa de la nueva monarquía española, que generó Cánovas del Castillo con Alfonso XII y luego Alfonso XIII, fue un momento álgido de cabreo. Luego ese enojo sufrió un pequeño bajón, pero enseguida reapareció. Nos situamos en 1918 en Pamplona.

Cuéntenos.

–Entraron por primera vez tres concejales del Partido Nacionalista Vasco en el Ayuntamiento de Pamplona. Antes de constituirse el nuevo Consistorio, lo primero que pidieron estos tres concejales fue la reintegración foral plena de Estado, saltarse 1841, y volver a la situación anterior. Hubo un movimiento municipalista a lo largo de ese 1918 muy potente, descrito en su día por José María Jimeno Jurío, porque la gran mayoría de los municipios navarros reclamaron la reintegración foral plena, y en ese momento no había una crisis directa con el Estado por una imposición legislativa nueva o unos impuestos. No, encendió la llama el PNV en Pamplona y le siguió el carlismo por toda Navarra. Para diciembre del 18 la gran mayoría de los ayuntamientos apoyaban la reintegración foral plena. Lo de 1841 todavía estaba muy mal visto. Pero el proyecto se consiguió dinamitar desde dentro por parte de la Diputación, en una famosa reunión el 30 de diciembre de 1918 en la propia Diputación, mientras había gente fuera cantando Gernikako Arbola.

La marca indeleble de la Ley Paccionada.

–Es muy curioso. ¿Cuánta gente de la calle conoce a quienes negociaron la ley de 1841, de la que parte el actual Amejoramiento del Fuero, enraizado en ese texto? ¿Cuál de esos navarros que negociaron la Paccionada, Fulgencio Barreda, Tomás Arteta, Fausto Galdeano o Pablo Ilarregui tienen estatua en Navarra por haberlo hecho? No tenemos ninguna, cuando se supone que es una ley magnífica según se entiende en el prólogo del Amejoramiento actual. Si tan importante fue para Navarra y tan referencial para convertirla en lo que es actualmente, qué curioso que casi nadie conozca a los negociadores.

“Sabino Arana, de familia carlista, llegó a la conclusión de que ya no podía haber un pacto con el Estado que lo había roto unilateralmente”

¿Cómo influyeron la Gamazada y el episodio de Castejón en el origen del nacionalismo vasco? 

–Había una crisis de identidad después de 1841, convertida Navarra en provincia foral, y en las otras tres provincias en 1876, con la derogación unilateral de los fueros vascongados. Lo del 76 fue más duro, porque ni siquiera fue un pacto, sino una imposición del Gobierno de Cánovas. A partir de ese momento, y en una lógica bastante sencilla, se dijo que si la Corona y el Estado habían roto el acuerdo que tenían con nosotros, no nos debíamos sentir ligados a ese pacto. Sabino Arana, de familia carlista, hablando con su hermano llegó a la conclusión de que ya no podía haber un pacto con el Estado desde el momento en que el Estado lo había roto unilateralmente. 

Con lo cual...

–Surgió un nuevo modelo de identidad, el nacionalismo vasco, sobre todo el inicial. En la idea de que ya no tenemos nada que ver con España porque nos ha traicionado y ha roto el acuerdo, por lo que no debemos ser España. Luego hubo matizaciones, el nacionalismo vasco en Navarra fue más moderado. Los tres concejales de Iruña, más allá de la reintegración foral plena, perfectamente asumible por el carlismo, no hicieron muchas movidas los primeros años en el Ayuntamiento en torno a la identidad. Se dedicaron más a cuestiones sociales, y de ahí ganaron mucha fama. El PNV llegó a tener 8 concejales de 25 en Pamplona en 1922.