Viernes, al filo de las ocho de la tarde. Hotel Eurostars Pamplona. Salón I, con acceso a una terraza magnífica y unos jardines. Preparativos de cóctel. Música suave a cargo de una saxo y un teclado. Puesta en escena de fiesta. Era el arranque del curso político de UPN.
La nueva dirección, al mando desde el 28 de abril, quería algo diferente, lejos del clasicismo de la mesa con mantel del Marisol de Cadreita y la ronda de la presidenta con los afiliados a los postres. El lema era un nuevo ritmo, un mensaje de ir hacia adelante, con ímpetu, con ánimo renovado, con alegría.
Sin embargo, el partido está para pocas fiestas, camino de la década fuera del Gobierno de Navarra y con una peligrosa caída de la popularidad. Con el proyecto de Javier Esparza agotado, en el congreso del pasado 28 de abri –el que encumbró a Cristina Ibarrola, Alejandro Toquero y Cristina Sota– hubo demasiados síntomas de que parte de la militancia no estaba de acuerdo con un traspaso de poderes sin apenas debate.
Las familias que siguen controlando el partido tacharon las voces críticas poco menos que de frikis. Nuevo ritmo y para adelante, sin mirar atrás. Pero que todavía hay mucho mar de fondo ha quedado claro este verano, después de tres dimisiones de cargos públicos de más alto nivel.
Las tres dimisiones, este verano
La primera, a finales de junio, a cargo de la parlamentaria y portavoz económica, María Jesús Valdemoros, que anunció en pleno su adiós con un sonoro portazo: me voy porque no encuentro la manera de seguir aportando aquí.
Un mes y pico después, la segunda: Iñaki Iriarte, parlamentario, portavoz de Convivencia, euskaldun, referente interno en materia de víctimas y memoria, un sólido intelectual de la universidad pública de la CAV. Sin portazos, sin querer hacer declaraciones. Motivos personales, laborales y de salud.
La última, unas pocas horas antes del cóctel en el Eurostars Pamplona: la de María Echávarri, concejala del Ayuntamiento de Pamplona, no hace tanto mujer fuerte de la alcaldía.
Una cosa en común, muy evidente en el caso de Valdemoros y Echávarri: ambas tenían dudas de si Ibarrola era lo mejor para gestionar el partido en esta etapa.
Valdemoros lo hizo público. El resultado fue hacerle el vacío en el grupo parlamentario y enseñarle la salida. Echávarri coqueteó hasta casi la celebración del congreso con parte de la militancia que le invitaba a dar un paso y tener presencia en una candidatura alternativa, como publicó este periódico en marzo. Ella, que tiene fama de mujer accesible y colaboradora dentro del partido, escuchó. Y el sector de Ibarrola terminó enterándose. Conclusión: le pusieron una cruz. Y hasta el viernes, cuando se marchó con argumentos parecidos a los de Valdemoros.
Un detalle: EH Bildu, Geroa Bai y Contigo Zurekin han lamentado públicamente su marcha.
El caso de Iriarte es distinto. Pero que se había quedado casi sin voz dentro del partido era una obviedad especialmente dolorosa cuando tocaba hablar de Gaza, conflicto que él conocía muy bien pero del que no siempre era portavoz.
Son tres marchas demasiado sensibles como para no preguntarse qué ocurre. Sobre todo, escuchados los argumentos dados a la salida. Parece claro que el congreso de abril no ha conseguido unir a un partido que llegó muy castigado tras la última etapa de Esparza, caractizada por la intolerancia hacia las voces contrarias a la línea oficial y la falta de formas en la toma de decisiones –de ahí la crisis con Sayas y Adanero–.
Ibarrola no puede presumir de haber integrado con éxito a quienes tenían otra visión del partido. Valdemoros, que le disputó en lo dialéctico la presidencia; y Echávarri, que escuchó a las voces críticas, ya están fuera. Habrá más dimisiones, también a nivel local, en un partido que aspira a volver a gobernar y que necesita absolutamente todos y cada uno de los apoyos. Algo pasa.