El 2018 ha sido, sin duda, un año en el que los feminismos han hecho historia. El movimiento y la lucha de las mujeres siempre ha estado haciendo historia, cambiando la forma de vida de las personas y conquistando derechos, pero lo había hecho en silencio, pasando desapercibido. Y es que una de las mayores revoluciones de la historia, la más pacífica, la que mayor impacto ha tenido en cómo vivimos nuestro día a día ha pasado silenciosa e ignorada por la historia hasta hace muy poco tiempo. El 8 de marzo de este 2018 miles de personas se echaron, nos echamos, a las calles para gritar bien alto que las mujeres estaban, estábamos, cansadas de que nos asesinen, de que nos violen, de que la Justicia no nos proteja, de tener que esforzarnos el doble para poder estar presentes en el mercado laboral, de que la publicidad nos represente como criadas o como objetos...

Muchas personas que hasta el momento no se habían identificado con los feminismos o no se habían implicado en la lucha más directa sintieron la necesidad de unirse y ocupar las calles para gritar de forma unánime ¡basta ya!, y la lucha de las mujeres es imparable.

¿Por qué una lucha tan incómoda y tan radical ha tenido este impacto en la sociedad y en los medios de comunicación este año? ¿Qué consecuencias han tenido en la forma de vivir los feminismos? ¿Todas estas transformaciones son positivas o negativas? Y, sobre todo, en este nuevo escenario actual... ¿a qué nuevos retos se enfrentan los feminismos?

Hay varios factores que explican este gran cambio y esta presencia de los feminismos en el momento actual. Merriam-Webster, el diccionario más prestigioso de Estados Unidos, declaró el término feminismos como la palabra del año 2017. Basándose en búsquedas de palabras en buscadores de territorio estadounidense, Peter Solowski, uno de sus responsables, afirmaba que hubo diferentes picos en estas búsquedas del término feminismo que coincidían con grandes hitos del año: las marchas de mujeres contra el presidente Donald Trump, la campaña viral #MeToo -una reactivación de la campaña que hace diez años iniciara la activista Tarana Burke para apoyar a las mujeres negras que habían sufrido acoso sexual-, la denuncia al todopoderoso productor de cine hollywodiense Harvey Weinstein y a otras personalidades del cine de reiterados abusos sexuales durante décadas, o los estrenos de las series El cuento de la criada o Big Little Lies.

Uno de los grandes revulsivos para la lucha feminista ha sido el movimiento #MeToo. Las actrices de Hollywood hace décadas que están en pie de guerra. En la gala de los Oscars de 1969, un grupo de actrices capitaneadas por Jane Fonda y Natalie Wood ironizaban sobre los papeles que tenían las actrices en las películas. Sus reivindicaciones pasaron desapercibidas. Casi 50 años después, actrices como Nikole Kidman, Reese Witherspoon, Oprah Winfrey o Frances McDormand han sido capaces de llevar las reivindicaciones feministas a las entregas de premios con consecuencias globales y mundiales. La lucha de las mujeres ha trascendido el oscurantismo y lo minoritario para convertirse en una lucha más mayoritaria capitaneada por referentes que se encuentran fuera de los feminismos. Y es que, es imposible no emocionarse con el discurso de Oprah en la gala de los Globos de Oro del 2018.

La lucha de las actrices que estalla hace pocos años tiene unas consecuencias simbólicas sin precedentes porque está construyendo una épica de lucha más que destacable. Hollywood rompe con la dureza y la cotidianidad de las reivindicaciones feministas y las envuelve en glamour. Y aunque no vamos a dinamitar el patriarcado a base de quitarnos únicamente los tacones en alfombras rojas, se trata de sumar y de llegar.

La campaña #MeToo estalla cuando comienzan las denuncias contra Harvey Weinstein, todopoderoso productor de Hollywood que llevaba 40 años abusando de actrices y aspirantes a actrices, en octubre de 2017. El caso Weinstein es la punta del iceberg de una industria basada en el abuso y la explotación de las mujeres, a diferencia de otros casos y de otras denuncias, el #MeToo ha calado en la sociedad. Las denuncias de Ashley Judd, Mira Sorvino, Angelina Jolie o Gwyneth Paltrow han iniciado un movimiento internacional imposible de entender sin las luchas feministas y sin la mutación de los feminismos.

Este boom feminista debe contextualizarse y debe entenderse como una consecuencia (sobre todo mediática) de otros logros anteriores como la Ley Integral de Violencia de Género de 2004, la reacción a la denominada Ley del Aborto de Gallardón, la visibilización y respuesta institucional y ciudadana al acoso en los espacios de fiestas, especialmente en los Sanfermines de Pamplona, la manifestación del 7 de noviembre de 2015, o las importantes transformaciones que se están dando en las representaciones de género, tanto en el cine como en las series, por poner ejemplos significativos. Sin todos estos procesos y acciones no estaríamos en este nuevo escenario. Poco a poco hemos ido creando una genealogía que ha hecho que los feminismos sean visibles y que adquieran cierta épica, aunque esta épica la estén protagonizando mujeres que no están en la órbita directa del movimiento feminista.

Y si bien la visibilidad es una de nuestras metas, una visibilidad que no cuestiona las estructuras patriarcales no es suficiente. Esta visibilidad en medios de comunicación no es el punto de llegada o la meta. Es solo una pieza más del engranaje y el punto de partida para generar debates que trasciendan los ámbitos feministas. Porque esta visibilización no implica ni garantiza que desaparezcan las estructuras y mentalidad patriarcales. Como tampoco implica que todas las mujeres sean feministas.

Esta visibilidad puede convertirse en un arma de doble filo. El capitalismo fagocita y destruye todo lo que toca y corremos el peligro de que el feminismo se convierta en otro nicho de consumo que invisibilice la interseccionalidad (tener en cuenta los condicionantes de raza, clase social, opción sexual, edad, situación legal...).

Otro de los riesgos es que el eco mediático puede incidir en seguir perpetuando y aumentando el espejismo de la igualdad, la sensación de que si se habla tanto de feminismos no hace falta seguir luchando. Todas sabemos que los frentes de lucha siguen siendo los mismos que hace décadas, que nunca podemos bajar la guardia.

Otro de los hechos que han marcado un punto de inflexión y que afecta especialmente a toda la sociedad navarra ha sido el caso de La Manada. La noche del 6 de julio de 2016 una manada de cinco depredadores sexuales violaban a una joven. La violación nos llevaba de nuevo al horror vivido con el asesinato de Nagore Laffage en 2008, pero a diferencia de hace diez años, la condena social ha sido unánime. Esta gran respuesta social es consecuencia del trabajo del movimiento feminista, de las campañas institucionales y del enorme trabajo de sensibilización que ha realizado Asun Casasola, ama de Nagore Laffage.

Las feministas navarras hemos visto como en cuestión de diez años se ha pasado de la invisibilidad, los momentos del juicio de Nagore fueron muy duros y solitarios, a la visibilidad extrema.

Pero estas movilizaciones no garantizaron una sentencia justa. Pocos meses después de ese gran 8 de marzo, la Justicia nos lanzaba un claro mensaje: “Si te resistes acabas como Nagore Laffage; si no te resistes no te protege”. Recuerdo perfectamente la nausea que sentí al conocer la sentencia. Todo mi cuerpo se rebelaba y sentía un asco extremo. Creo que no fui la única que sintió eso. La sentencia de La Manada provocó de nuevo un auténtico tsunami de movilizaciones sociales, sintomáticas del hartazgo y cabreo de la ciudadanía hacia sentencias judiciales que dejan a las víctimas vulnerables e indefensas.

El camino que tenemos por delante no es sencillo. Las soluciones tampoco son nada fáciles y requieren del análisis de factores relacionados, como no responsabilizar a las mujeres de su seguridad, dinamitar las masculinidades patriarcales, formar en perspectiva de género a profesionales de la Justicia, trabajar en el concepto de autodefensa, por apuntar brevemente algunos.

Sí, este 2018 ha sido un año importante para los feminismos, sin duda. Estamos en un momento de reconocimiento y de visibilidad por el que las feministas hemos luchado mucho. Este 2019 seguiremos luchando como siempre. Porque cada vez somos más.