Roberto Casas parte de un análisis de lo que significa la fe y los modos en los que se ha trasmitido. Profundiza en los errores cometidos, los retos a los que nos enfrentamos para trasmitir la fe hoy y las claves para abordarlos.

Para hablar de transmisión de la fe primero tenemos que ponernos de acuerdo en qué entendemos por fe.

–Así es, sin duda. La fe, en el ámbito cristiano, es una respuesta personal a una experiencia de encuentro con Jesucristo, que brota de ese mismo encuentro, y que se debe a la iniciativa exclusiva de Dios. Por lo tanto, se trata de un acontecimiento en la vida de esa persona que puede ocurrir o no, pero que no se puede forzar, no se puede transmitir como tal.

Dicho así, puede parecer que no queda en nuestras manos.

–Solo en cierto modo, pues sí que está en nuestras manos crear ese “humus” que la hace posible y que tiene en cuenta las tres dimensiones de cualquier experiencia humana: la afectiva, la cognitiva y la cultural. La realidad es que las personas interpretamos todo lo que nos pasa desde un universo simbólico concreto. Sólo si se ha adquirido un bagaje simbólico suficiente es posible que los fenómenos que nos ocurren, los eventos sensoriales, se conviertan en una experiencia que tiene un significado.

¿Existen modelos diferentes de transmisión de la fe a lo largo de la historia?

–Ha habido un modelo que llamamos el modelo proposicionalista. Este modelo enfatiza los aspectos cognitivos de la religión y subraya los modos en los que las doctrinas eclesiales funcionan como proposiciones informativas o pretensiones de verdad acerca de realidades objetivas. Es el enfoque de las ortodoxias tradicionales, el del modelo, por ejemplo, del catecismo de Astete y el del Vaticano I.

Entonces, la fe cristiana podría quedar reducida a un conjunto de verdades.

–La fe es más que un conjunto de verdades. Por ese motivo hay que hablar de un segundo modelo de transmisión, que es el modelo experiencial-expresivista. En este caso la fe es, además, un conjunto de sentimientos, actitudes y orientaciones existenciales interiores, una experiencia firme y segura del amor que Dios nos tiene.

Esas experiencias existenciales, ¿están condicionadas por el momento cultural en el que surgen?

–Siempre ha sido así y, por supuesto, sigue siendo así. De ahí que es imprescindible hablar de un tercer modelo de transmisión de la fe que llamamos el modelo cultural-lingüístico. En este caso ponemos el acento en que la fe es un fenómeno comunitario, que configura la subjetividad de las personas y que, como tal, incluiría un vocabulario de símbolos discursivos y no discursivos. El reto de la transmisión de la fe habría que plantearlo del mismo modo que se aborda la cuestión del aprendizaje de una lengua o de la adquisición de una cultura.

No parece que el resultado haya sido exitoso. ¿En qué hemos fallado?

–La respuesta a esta pregunta es compleja puesto que hay causas que podríamos llamar extraeclesiales, derivadas de los cambios que va experimentando nuestra sociedad, y otras que son más intraeclesiales, donde debemos hablar de aquello que como iglesia no se está haciendo bien del todo y lleva a que la iglesia vaya perdiendo credibilidad en un mundo que cambia tan rápido.

Profundicemos en las causas extraeclesiales que dificultan la transmisión de la fe.

–Estamos viviendo grandes cambios en un contexto sociocultural en el que podríamos decir que está emergiendo un nuevo sujeto en nuestra sociedad. Quienes componemos la Iglesia, en general, nos hemos olvidado bastante del contexto sociocultural en el que estamos. Puedo citar algunos elementos que condicionan nuestro modo de ser y de vivir hoy, como el triunfo del modelo neoliberal en la estructuración socioeconómica, la crisis de los valores e ideales modernos y la emergencia de la postmodernidad, la globalización y su correlato glocalizador, o bien el desarrollo tecnológico y la digitalización, que han cambiado radicalmente el mundo, especialmente nuestras experiencias de acceso a la información y de comunicación interpersonal.

Habla de un nuevo sujeto en la sociedad. ¿Qué le caracteriza?

–Está desengañado y eso lleva a una reacción relativista, nihilista, en la que nada importa en realidad porque todo es posible. Identidades siempre nómadas y eclécticas: hay mucha dificultad para construir una identidad unificada, estable, porque aquí hay que adaptarse. Hoy estamos en un cambio constante. Adoptamos múltiples roles en las diferentes circunstancias del día, que incluso nos demandan una personalidad plástica, en palabras de José Antonio Marina, en la que puedan convivir diversas imágenes del yo. Dominio de la cultura del yo, en donde lo psicológico es lo que se impone sobre lo sociológico. Al final, el objetivo muchas veces es estar a gusto con lo que hago, no hacer lo que realmente quiero hacer o ver quién soy, no hacerme preguntas profundas, sino estar agusto con lo que hago y que no me provoque traumas. Por otra parte, vivimos el mundo de las nuevas tecnologías de la información y estamos hiperinformados, pero también más aislados.

¿Estamos viviendo una crisis de la religión, de las religiones?

–Sin duda estamos sumidos en un proceso intenso de secularización. Según Perez Agote, ésta se produce en tres olas: la primera es el tiempo del anticlericalismo; la segunda es un proceso pasivo de pérdida de interés por lo religioso y la Iglesia; la tercera ola ya es ignorancia, lejanía o irrelevancia de lo religioso, especialmente en las generaciones jóvenes. Antes había un modelo único de creer cerrado, bien definido por una autoridad basada en la tradición, pero ahora el sistema de creencias es complejo, heterodoxo, fruto de múltiples referencias religiosas. En cierto modo la religión se va convirtiendo en un bien de consumo más (Vincent Miller), la encuentras en el mercado como cualquier otro producto.

¿Pero la iglesia también tendrá alguna responsabilidad?

–Lo que es un hecho indiscutible es que la imagen pública de la iglesia está deteriorada; podemos discutir si de manera merecida o no. Tenemos una Iglesia que ha estado poco atenta al cambio sociocultural y, por lo tanto, que no se adapta a las nuevas formas culturales de vivencia de la fe. Han surgido nuevos lenguajes, hoy en día la juventud se expresa con unos lenguajes radicalmente diferentes. El catolicismo ambiental, de mayorías, de grandes masas de creyentes, no siempre ha supuesto experiencia de fe profunda. Venimos de un modelo en el que el sujeto eclesial era el clero, que había acaparado todas las funciones de la comunidad cristiana, pero nos hemos ido dando cuenta de que el sujeto fundamental de la transmisión de la fe es el pueblo cristiano, somos los laicos y laicas, y eso es un cambio fundamental.

¿Cuáles son los desafíos a los que se enfrenta la transmisión de la fe?

–Podemos identificar algunos desafíos importantes en cada uno de los escenarios en los que podemos estructurar nuestra realidad. Por ejemplo, en el escenario cultural, el desafío de la increencia y de los nuevos ateísmos. En el escenario social, el fenómeno migratorio y la globalización. En el escenario politico, el cuidado de la creación y el futuro de nuestro planeta. En el escenario comunicativo, la revolución digital. En el escenario religioso, el pluralismo.

¿Cómo es este nuevo ateísmo?

–No sólo plantean argumentos en contra de la religión, como siempre ha hecho el ateísmo, sino que además afirman que la religión es algo que hay que eliminar, que ha sido el origen de que la humanidad no haya podido avanzar y que no hay nada salvable en ella.

¿Cómo responde la comunidad cristiana a este reto?

–Pues bueno, en primer lugar, si queremos demostrar que Dios no es una proyección de nuestros deseos, lo primero que tenemos que hacer es dejar a Dios ser Dios, dejar a Dios ser libre, dejar a Dios que se muestre tal y como es. Porque Dios no nace del anhelo de superar la fragilidad, la muerte, la ignorancia y la maldad del ser humano, sino que en el origen de la imagen cristiana de Dios está un Dios frágil, un Dios crucificado del que hablaban Moltmann o Ellacuría. Mostrar cómo el seguimiento del Crucificado nos lleva al compromiso con las personas crucificadas del mundo. Eso no demuestra nada, pero por lo menos desmonta el argumento de que la religión sea algo nocivo.

¿Cómo afrontar el fenómeno de las migraciones?

–En lo social, sin duda, uno de los retos importantes es este fenómeno migratorio y el tema de la globalización del que ya había hablado antes, y que, claro, pone en peligro la paz y la supervivencia. La propuesta cristiana es la inclusión, es el servicio a las personas damnificadas por cómo está construido el orden social, político, económico. Porque, usando las palabras de Benedicto XVI en “Caritas in Veritate”, la sociedad cada vez más globalizada nos hace sentirnos más cerca, pero no nos hace más hermanas o hermanos. Entonces, se nos llama a humanizar la globalización y luego a globalizar la solidaridad.

Frente al reto ecológico ¿Qué dice la Iglesia?

–La ecología es una de las sensibilidades más grandes ahora mismo de las nuevas generaciones. La propuesta cristiana se ve clara en la encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco. Frente al paradigma bíblico del “dominarás la tierra” se pasa a una visión de Dios reflejado en su creación y cómo, de este modo, conocer la creación es también conocer a Dios.

¿Cuáles son las claves para abordar todos estos desafios?

–En primer lugar, volver a la fuente y proponer itinerarios personales. La fe es una experiencia de encuentro con Dios y hay que proponerla por medio del testimonio de vida de las personas creyentes. En segundo lugar, con la raíz puesta siempre en el encuentro personal con Jesucristo. Y en tercer lugar, es muy importante volver a revisitar nuestra propia historia, nuestra propia tradición y rescatar lo más rico, lo que nos identifica, lo que podemos aportar para preparar el encuentro con Jesucristo en una sociedad plural, multicultural y secularizada.

¿Qué lecciones podemos recatar de la historia de la Iglesia que nos iluminen el presente?

–Por ejemplo, la historia de una Iglesia volcada en la educación espiritual y el acompañamiento hace que no necesitemos recurrir a tradiciones orientales, pues contamos con grandes maestros y maestras de la espiritualidad cristiana. O el modo en el que la fe ha sido vivida como experiencia de sentido, de gozo y de esperanza. La iglesia ha sido también, a lo largo de la historia, escuela de compasión, de libertad y de creatividad. Podemos además aportar la opción por la no violencia y una lectura alternativa del conflicto desde la centralidad del perdón y la reconciliación, o la conciencia ecuménica desde la pluralidad de manifestaciones cristianas y siempre con un anuncio humilde de la fe.

¿Puede la Iglesia recuperar la credibilidad que ha ido perdiendo?

–Hemos perdido el reto de la credibilidad y debemos asumir la humildad, la fragilidad, la falibilidad. Empecemos por reconocer la larga historia de connivencia con los poderes de este mundo. Hay cantidad de dimensiones que han emergido en el mundo moderno que estamos muy lejos de haberlas reconocido, como la más que evidente discriminación de las mujeres en la Iglesia. También hay que reconocer que en la comunión de bienes y la transparencia económica la iglesia no ha sido modélica.

¿Qué podría decir a las madres y padres preocupados por transmitir la fe a sus hijos e hijas?

–La cuestión es que hay crear un humus simbólico para expresar todas esas experiencias y toda esa vivencia de la fe como algo que lleva a comprometerse en todos los ámbitos y a experimentar a Dios como alguien que no soporta la injusticia y que reacciona frente a ella. Esas experiencias hay que vivirlas quizá como explícitamente religiosas. Por otra parte, quizás podemos pensar que Dios ha querido que el ser humano se haga adulto y que todo lo que Él es lo llamemos valores o principios, pero yo creo que tampoco deberíamos reducir a Dios a los grandes valores; Dios siempre va más allá.

¿Podríamos decir que, desde un punto de vista cristiano, lo más importante es la caridad?

–Evidentemente esto tiene que ser algo que forma parte de las evidencias básicas de cualquier creyente. Pero, en cualquier caso, en la base tiene que estar la experiencia de que hay una esperanza, de que el mal y la injusticia no tienen la última palabra. Y esto es una experiencia que llevamos en vasijas de barro, porque es mucho más grande que nosotras y nosotros mismos.

¿Cómo le gustaría concluir?

–Si transmitir la fe es algo parecido a favorecer el aprendizaje de un idioma o la adquisición de una cultura, la única estrategia es la inmersión en unas formas de vida que nos hagan interiorizar los modos cristianos de vivir como propios. Todo lo que hagamos que no vaya en esta dirección va a tener muy poco fruto. Ahora bien, el problema es qué modos de vivir, qué formas de vida identificamos como cristianas, y ahí tenemos muchísima pluralidad. Poco a poco todas las personas que nos confesamos seguidoras de Jesús tendremos que ir encontrando formas de vida que nos vayan identificando.