Elaxar Lersundi tiene “la gran suerte” de soñar mucho con su hijo Ekai. Se siente afortunado porque se quitó la vida a los 16 años, a la espera de un tratamiento hormonal, y solo mientras duerme puede charlar con él. A decir verdad, también le habla despierto, abrazado al árbol junto al que este adolescente trans se solía sentar en Ondarroa. “Si me responde algún día, me da un patatús”, bromea su padre con ese humor que le ayuda a seguir adelante, abanderando la lucha de su pequeño guerrero. En el sexto aniversario de su trágica muerte, si tuviera ocasión, “le diría: Al menos tu suicidio está ayudando a salvar vidas y él estaría supercontento”.

¿Cómo era su hijo Ekai?

Ekai era demasiado empático para esta sociedad. Era un chaval al que le encantaban la cultura oriental y el K-pop. Cuando se suicidó, el 15 de febrero de 2018, estaba ensayando para presentarse al concurso de baile de la Japan Weekend en Bilbao y eso que era bastante tímido. Iba a estudiar Imagen y Sonido y se había comprado una Nikon de 700 euros con sus ahorros. Tenía una lista de objetivos de cámara para ir comprando. No le gustaba que le sacaran fotos, pero sí hacer él fotos y vídeos.

Tenía proyectos entre manos. Nada haría esperar ese desenlace.

A él se le veía muy bien, siempre haciendo chistecitos con su humor satírico y tenía proyectos. Si llegamos a sospechar lo más mínimo, habríamos atacado el problema.

Le ofrecieron la posibilidad de tratarse hormonalmente en Barcelona, pero la rechazó. ¿Por qué?

Era demasiado empático con la gente. Le dimos la oportunidad de mandar las analíticas a Barcelona para que le dieran la hormonación, pero él dijo: “No, no, yo quiero agilizarlo aquí”. Llevaba año y medio esperando y pasó lo que pasó.

Puede parecer que era frágil, pero su decisión de esperar, pudiendo tratarse, ¿no es la de un luchador?

Sí, por eso pensamos ponerle al corto documental que se hizo el título Mi pequeño gran samurai. Siempre solíamos decir que un guerrero no lucha por odio a los que tiene enfrente, sino por amor a los que tiene por detrás y él era así.

Dice que Ekai era empático, que le encantaba ayudar... ¿Siente que no fue correspondido por el sistema?

Es muy fuerte decirlo, pero, aparte de un suicidio, para mí es un asesinato social. Un chaval de esos, con 15 o 16 años, ve que le viene la regla, que le crecen los pechos y lo que quiere es hormonarse para que se minimicen esos efectos. Y él veía que pasaba un mes y otro y nada. Íbamos a Cruces, nos hacían dar vueltas, metimos quejas por escrito... Si esperar un mes nos parece mucho cuando te pronostican cualquier cosa, imagínate año y medio. Eso le iba comiendo por dentro.

“Es fuerte decirlo, pero para mí, aparte de un suicidio, es un ‘asesinato social’. Llevaba año y medio esperando”

¿Conservan la habitación donde su hijo se quitó la vida como la dejó?

No, porque ahora es de Iradi, su hermana, que cuando Ekai falleció tenía 12 años. A Iradi le tocó madurar demasiado rápido porque el mismo día del suicidio la mandamos a casa de una amiga de la familia y desde allí le preguntaba a su madre: “¿Habéis comido algo?” y decía yo: “Aquí los roles están cambiando. Ella nos está cuidando a nosotros”. Se preocupaba mogollón.

¿Cómo se tomó ella la pérdida?

Yo de ahí a un par de semanas quería hacerle una pregunta a Iradi, pero no me atrevía por la respuesta que me podía dar. Tenía miedo a la contestación. En una de estas, cerca de Navidad o así, me decidí y le pregunté: “Iradi, ¿qué te parece lo que ha hecho Ekai?”. Me miró fijamente y me dijo: “Aitte, vino, hizo lo que tenía que hacer y se fue”. Me di la vuelta y me largué. Dije: “Vaya respuesta que me ha dado con 12 años, de campeonato.” Ahora ya tiene 18.

¿Dejó Ekai carta de despedida?

Cuando se suicidó se nos hizo raro que no dejara ninguna nota porque escribir era otra de sus aficiones. Pensamos que igual lo tenía en el teléfono o en el ordenador y se los dimos a la Ertzaintza porque no éramos capaces de desbloquearlos. Al de dos o tres días nos mandaron cuatro folios escritos que habían sacado del teléfono. Decía que para él ya era tarde, pero que por lo menos su suicidio sirviera para allanar el camino a otros que vinieran por detrás. Ahí también estaba pensando en el prójimo. Es lo que hay.

Él contaba con el apoyo familiar y de su entorno. ¿Hay manera de prevenir el suicidio en estos casos?

Todavía, por desgracia, hay muchas personas que los ponen en duda, que niegan la existencia de las personas trans y a estos jóvenes hay que darles herramientas para que se puedan defender. La película 20.000 especies de abejas es una herramienta. Su madre y yo desde el minuto uno, sin hablar, nos miramos y dijimos: “Esto no se puede quedar aquí porque lo que no se ve no existe”. Estamos dando visibilidad a las personas trans para que no tengan esa etiqueta negativa en la sociedad.

“Se le veía bien, con su humor y sus proyectos. De sospechar lo más mínimo, habríamos atacado el problema”

¿Seguir con la lucha de su hijo es lo que les mantiene en pie?

A mí me ayuda. Yo siempre digo que, cuando yo ayudo a alguien, esa ayuda que doy me carga las pilas a mí. Me ayuda a ver que el suicidio de Ekai, por lo menos, no sea en vano, que se consiga algo positivo. Ahí estamos y ahí seguiremos.

La reforma de la Ley Trans, aprobada esta semana en el Parlamento Vasco para garantizar una atención integral a este colectivo, ha sido un hito. ¿Queda mucho por hacer?

Ekai dejó escrito que a ver si algún día podría ver una playa hermosa y las playas se hacen granito a granito. La aprobación de la no discriminación a las personas trans es un granito más, un pasito adelante, pero todavía hay muchísimo que hacer en esta sociedad.

¿Qué considera más urgente?

Urgente es dar a conocer esta realidad. Muchas personas se creen que los padres permiten que sus hijos sean trans como un capricho y de capricho no tiene nada. ¿Tú cogerías un capricho que te pueda fastidiar la vida, que te la dificulte? No, lo cogerías para que te la facilitara. Nunca cogerías por capricho ser un chico o una chica trans. Ellos desde que nacen ya saben lo que son. Lo que pasa es que la sociedad no lo ve.

¿Debe esta cambiar su mirada?

Cuando hablamos del tránsito, no lo tienen que hacer ellos, porque ellos tienen claro lo que son, lo tenemos que hacer todos los demás, cambiar nuestra mirada. A mí qué me importa si eres hombre o mujer o con quién te acuestas. A mí no me afecta nada y si a ti te hace feliz ser quien tú eres sin tener que maquillarlo... Eso hay que meterlo en esta sociedad, que se deje a los chavales y chavalas ser quienes son. Así de sencillo y complicado a la vez.

¿Es un tema de concienciación más que de implantar medidas?

Sí. En el Parlamento Vasco ya les dije a los de Naizen y a varios políticos: “Yo solo espero que esta ley no quede en papel mojado” porque una ley que luego no se aplique no sirve para nada. Hay que currarse el aplicarlo y abrirlo a la sociedad.

“El decía que para él ya era tarde, pero que por lo menos su suicidio sirviera para allanar el camino a otros”

La carta que dejó escrita Ekai le sirvió de inspiración a la directora Estíbaliz Urresola para su película.

Esa carta a Esti le hizo clic, decidió hacer algo y empezó a moverse con las familias de Naizen. Luego ha ganado un montón de premios. El corto documental también ha andado por todo el mundo, tiene veintipico premios y más de cien nominaciones. Se lo hemos dado a Euskal Telebista y lo subió a la plataforma Primeran en el aniversario de Ekai.

¿Qué sentimientos le despertó la película 20.000 especies de abejas?

La primera vez que la vi fue en el estreno en Donostia. Estábamos sentados junto a Esti Urresola y Ane Gabarain, que hace de tía Lourdes. Terminó y le dije a Esti: “Se me ha hecho cortísimo, quiero más”, aparte de que estábamos llorando los cuatro. A Ane le dije: “De aquí en adelante tú eres mi izeko Lourdes porque me he enamorado de tu personaje”. La película no es lo que le ha pasado solo a una familia, son cachos de cosas que han pasado a miembros de la asociación Naizen.

¿En qué ve reflejado a su hijo?

Hay tantos detalles... La sensibilidad que da a conocer en la peli Sofía, la niña, multiplicada por cuatro, es la sensibilidad que tenía Ekai. Amaia era su mayor amiga y él prefería que, si tenía que pasar algo malo, le pasara a él antes que a Amaia. Si uno de los dos se tenía que hacer una herida o caerse, era tan empático que prefería caerse él. “Para esta sociedad eres demasiado empático”, decía yo, y luego ya nos lo demostró con lo del tratamiento de Barcelona.

Y usted ¿se ha sentido identificado en la película? ¿Con quién?

Un poquito con la madre y la izeko, pero yo llevo 38 años de enterrador y soy muy cabezota. Cuando se me mete una cosa entre ceja y ceja... Yo siempre decía: En el Estado se suicidan once personas al día y ¿cuántas propagandas hemos visto de prevención del suicidio en la tele? En cambio, mueren mil y pico personas en carretera y están machacándonos: Cuidado al conducir, nada de alcohol... Se suicidan cinco veces más y no se ve nada de prevención del suicidio. Ahora está empezando poco a poco. Desde que Ekai se suicidó incluso el Gobierno español mete algún spot contra el suicidio y difunde los teléfonos.

¿Está ayudando la película a romper estereotipos sobre el colectivo?

El que es negacionista ni va a ir a verla, no vaya a ser que le informen demasiado bien. El resto va a salir con un cinco de conocimiento, con ganas de informarse y, por lo menos, ganas de respetar a estas personas.

El filme de Urresola ha visibilizado la realidad de los menores transexuales por todo el mundo.

Tanto el corto como la película son dos herramientas muy buenas para visibilizar y hacer entender a la gente lo que es una persona trans y también para hablar del suicidio porque de lo que nos se habla no existe. Si podemos evitar que una familia pase lo que hemos pasado nosotros, lo que estamos pasando y lo que pasaremos, eso que ganamos. Cuando termine el periplo de cines y plataformas, el Gobierno vasco debería proyectar esa película en todo los colegios, institutos y universidades.

“Les dije a varios políticos: ‘Espero que esta ley no quede en papel mojado’ porque si no se aplica, no sirve para nada”

El documental, la película, la reforma de la Ley Trans... ¿Qué diría Ekai si estuviera entre nosotros y pudiese ver todos estos avances?

Se alegraría un montón, pero no estaría conforme, porque en eso era como yo. Cuando quieres una cosa o a una persona, no quieres al 50%, sino al 100%. Estaría supercontento de lo que está consiguiendo, pero diría: “Todavía hay que trabajar mucho en la sociedad” y en eso estamos. Yo suelo ir a dar charlas con el documental a institutos y todas las termino con la palabra empatía. Algunos padres me dan las gracias y los hijos sacan en casa el tema trans y del suicidio y eso es lo mejor.

¿Siente que la muerte de Ekai ha servido para algo?

He perdido un hijo y he ganado muchos amigos, conocidos y mucha familia. Su madre y yo sabemos que su suicidio no ha sido en vano, gran parte por nosotros, porque si Ana y yo hubiéramos sido de callarnos y tapar... Queramos o no, todavía la palabra suicidio para muchas personas es un tema tabú.

¿Cómo ayuda desde Naizen a otras familias o menores trans?

No solo ayudo a personas trans. Yo solo tengo Facebook y un chavalito que no es trans, pero tenía problemas en la escuela y con algún amigo, me escribió por Messenger y me dijo: “Elaxar, no tengo ganas de vivir”. Empezamos a hablar a las nueve de la noche y estuvimos hasta las tres de la mañana. Le dije: “El día que quieras escribirme, ya sabes dónde estoy. Ahí tienes mi número de teléfono si prefieres hablar”. Al de cinco o seis días, me escribió y me dijo: “Elaxar, sigo en este mundo gracias a ti”. Pensé: “Merece la pena”.