“Lo que dura un parpadeo” es la distancia entre la vida y la muerte. Un despiste, la irrupción de animales en la carretera, encontrarse bajo los efectos del alcohol, estupefacientes o el exceso de confianza que lleva a la conducción temeraria son algunas de las principales causas que desencadenan los siniestros viales en cuestión de segundos. Tráfico Navarra ha organizado esta mañana, con motivo de la Semana de la Movilidad Europea, un encuentro con víctimas, familiares y personas que intervienen en los servicios de atención de accidentes con el objetivo de fomentar la prevención de siniestros y sensibilizar a la población.

La vida después de que ocurra un siniestro vial cambia por completo para las víctimas y para muchos de sus familiares y amigos. “Me creía la reina del mundo, y el mundo me comió”, ha apuntado Jeru Iriarte, una de las víctimas. “Un día, cuando volvía de trabajar, se me torció todo. Hace 19 años, se desplazaba todos los días desde su casa en Artajona hasta el centro comercial La Morea para ir a trabajar. Sin embargo, una noche, cuando estaba haciendo su ruta habitual, apareció de pronto otro automóvil que “me chocó de morros, motor contra motor. No me saltó el airbag, por lo que choqué contra el volante. Me dijeron que gritaba que me dolía mucho la pierna, pero lo más preocupante era que el cerebro empezó a inflamar”, ha contado.

Los médicos le raparon la cabeza y le indujeron un coma. Al mes, le despertaron sin conocer cuáles serían las consecuencias. “Tres meses después, estaba vegetal. Después, empecé a ser consciente, pero no sabía leer ni escribir. Era como si fuera una niña pequeña”. Su hermana tuvo que dejar todo para estar con ella. “Los que están a nuestro lado son los que más sufren”.

El segundo que cambió todo

Por otro lado, otra de las víctimas ha relatado que su primer recuerdo de juventud es “estar tirada en el asfalto con la cabeza en un lado y solo veía hierba”. El segundo, “unas batas blancas a las que les decía que no me pincharan”. Cuando tenía cuatro años, iba en el coche sin silleta ni cinturón para ir a clase. Su madre fue a coger un cigarro y, para cuando levantó la cabeza, se estaban chocando con un camión cisterna. “Mi madre casi muere. Estuve seis meses en el hospital con mi abuela. Mi madre quiso venir cuando se recuperó, pero lloró al verme en silla de ruedas y se tuvo que volver a Pamplona y empezar un tratamiento psiquiátrico. En un segundo se fue todo a la mierda”, ha dicho.

Cuando le dieron el alta, regresó a casa y su vida cambió por completo. “Los demás niños no me aceptaban, me aislé mucho y culpé a mi madre por hacerme esto. Me arrepiento mucho porque ella también estaba sufriendo mucho. En cuanto a mi abuela, murió con la esperanza de que volviera a andar, pero mi lesión no tiene cura”, ha comentado.

Además de las secuelas físicas, el accidente le ha impedido poder ejercer su oficio como educadora infantil “porque dicen que son críos muy pequeños, que les puedo pisar con una rueda y que no puedo realizar todas las funciones que se exigen a las maestras. Es algo que tengo que asumir. Los despistes en la carretera son muy caros”, ha concluido. 

En 2023, un total de 17 personas fallecieron en Navarra a causa de estos accidentes viales, un a cifra que resulta muy inferior con respecto a las 130 personas que murieron cuando el agente José Ezquieta ingresó en la Policía Foral. El avance parece haber sido significativo y, de hecho, la Comunidad Foral se encuentra como la región europea en la que menor número de siniestros de tráfico se producen. Con todo, esto no es suficiente. “Frente a estos datos positivos, hay uno más cruel que dice que, por estadística, una de cada 52 personas va a fallecer debido a un accidente en carretera, y seis de esas van a vivir condicionadas por las heridas ocurridas durante el accidente”, ha señalado Ezquieta.

Asimismo, ha planteado la hipótesis de que para 2025 solo se produjeran tres muertes. “Todos lo valoraríamos como si se tratara de un avance, de algo muy bueno, ¿pero qué pasaría si esas tres personas fueran nuestros padres, hijos o nietos? La cosa cambiaría. Las mantas no tapan números, sino personas con familia, con ganas de vivir que no piensan que ese puede ser su último día”, ha sentenciado.

Por otro lado, ha recordado que el 17 de agosto de 1896 murió Bridget Driscoll, la primera víctima mortal de un accidente en la carretera. Iba con su familia por los jardines del Crystal Palace de Londres cuando fue arrollada por un coche de motor que “viajaba como una bola de fuego. Ese artefacto viajaba a una velocidad máxima de 12 kilómetros por hora. Ahora hay quienes dicen que ir a 120 km/h es un coñazo y que no tiene sentido porque han cambiado las carreteras y los vehículos. Desgraciadamente, las personas no lo hemos hecho. La velocidad nos mata, y eso es una realidad”. Según ha contado, el impacto que se puede producir tras conducir a 120 kilómetros por hora equivale a caer desde un decimocuarto piso.