Hace un año a Paloma Pérez Miguel le hubiese parecido impensable protagonizar un reportaje con motivo del Día Mundial del Cáncer de Mama –que se ha conmemorado este sábado–. Primero, porque hace un año todavía no había sido diagnosticada y, segundo, porque no se hubiese imaginado capaz de acudir a una entrevista y posar para una fotografía con un pañuelo en la cabeza y con las cejas tatuadas. Pero, claro, la Paloma de hace un año no es la Paloma de hoy.
El cáncer de mama que le detectaron a principios de año –recién cumplidos los 50– dio un vuelco a su vida y en los últimos diez meses ha pasado por una mastectomía y unas cuantas sesiones de radioterapia y quimioterapia. Para ella, el cáncer no tiene nada bueno, “es horrible y psicológicamente terrorífico”, pero reconoce que sacó de ella una fuerza que no sabía que llevaba dentro y que le ha ayudado a valorar más y mejor las cosas.
“Ahora veo la vida de otra manera y, a pesar de todo, no quiero volver a ser la que era antes. Al pasar por algo así, y por tratamientos tan duros como la quimioterapia, cuando tienes un día bueno lo agarras y lo disfrutas el doble. Creo que es algo que he ganado, el tener la perspectiva de priorizar lo que de verdad es importante en mi vida y sobre todo el saber valorar lo bien que se está cuando se está bien”, reflexiona.
Sin embargo, Paloma huye de los discursos de épica que, según dice, cada vez son más habituales en todo lo que rodea al cáncer. “Ni soy valiente, ni soy una guerrera, ni esto es una lucha. Son cosas que la gente te suele decir, siempre con intención de ayudar, pero que acaban provocando lo contrario. También me han llegado a decir: “eres un ejemplo”. Pero yo no quiero ser un ejemplo de nada ni de nadie, porque eso supone una carga y una presión añadida para ser alguien ejemplar. La verdad es que lo único que soy es una mujer con cáncer de mama, una enfermedad que hay que superar y que no has elegido”, sostiene.
El diagnóstico de su madre
La primera vez que Paloma vivió de cerca el cáncer de mama fue hace más de tres décadas, cuando su madre fue diagnosticada, también a los 50 años. Por aquel entonces Paloma había dejado su Palencia natal para estudiar Económicas en Pamplona, a donde su madre acudió también para tratarse la enfermedad. “Aquí se curó, pero con 70 años tuvo una recaída con metástasis en el hígado y en los pulmones. Le pusieron una quimioterapia terrible y también superó la enfermedad, pero mis hermanos y yo –tres chicas y un chico– vivimos de primera mano lo que implicaba el cáncer”, recuerda.
Con el antecedente de su madre, Paloma y sus tres hermanas comenzaron a hacerse revisiones periódicas: “Todos los años nos hacíamos una ecografía y una mamografía en una clínica privada, era como pasar la ITV. Pero el año pasado ya me empecé a notar un par de bultos en el pecho, pero como había tenido muchos no me preocupó demasiado. El 5 de enero, el día de Reyes, en lugar de estar en la cabalgata, Paloma se estaba haciendo una mamografía y por la cara que ponían los profesionales ya se dio cuenta que algo no iba bien.
“El día 8 me hicieron una resonancia y el día 10 una biopsia y al final el 31 de enero me dieron el diagnóstico. Tenía seis tumores y los ganglios afectados. Lo primero que pensé fue: “Ya me ha llegado”, porque sabía que era algo que me podía pasar, lo que no quiere decir que fuese fácil de asimilar”, relata.
Tras el diagnóstico, Paloma –que sigue viviendo en Pamplona con su marido y sus dos hijos– pasó al sistema público de salud, a Osasunbidea, y el 23 de febrero ya estaba recibiendo quimioterapia y en ese momento la enfermedad se volvió especialmente cruel. “El cáncer de mama es un cáncer psicológicamente muy horrible porque tú no te sientes enfermo, no sientes dolor y vives estupendamente. Entonces, de repente, te dicen que tienes que parar en seco y que te van a poner una medicación que te va a poner enferma pero que te va a curar y te va a salvar la vida. Tu cabeza es incapaz de procesar todo eso”, confiesa.
Para tratar el tumor a Paloma le dieron “el pack completo”: sesiones de quimioterapia y radioterapia y mastectomía. De quimioterapia fueron seis sesiones a lo largo de cuatro meses, a cada cual más pesada, cada vez con más efectos secundarios: “En la primera sesión sobrevives, en la segunda empiezas a flaquear y en la tercera, que estás en el ecuador, sientes que ya no puedes más”.
Pero la tralla física –que es terrible– era casi anecdótica al lado del impacto psicológico que provoca el proceso de esta enfermedad. A Paloma se le cayó todo el pelo y lo primero que hizo fue tatuarse las cejas y comprarse una peluca: “Cuando estaba acostumbrándome a llevarla me hicieron un estudio genético y vieron una alteración que hacía que tuviese más probabilidades de desarrollar otro tumor. Así, que decidí quitarme los dos pechos, fue una de las decisiones más difíciles de mi vida, pero estaba claro que era lo que tenía que hacer. Al final, lo terrible del cáncer de mama es que te va quitando todo aquello que te define como mujer. Y eso sumado a que tú no te sientes una persona enferma, entonces el impacto psicológico y emocional es brutal”.
Apoyo familiar y social
Paloma fue consciente de que un proceso así, que te cambia la vida de la noche a la mañana, no podía afrontarlo sin ayuda, así que se apoyó en los pilares que le han ayudado a tirar para adelante en todo este tiempo: su familia, sus amigos, el psicólogo, la asociación Saray y la AECC. “Este cáncer es terrible, pero al final te sobrepones porque la vida sigue y porque en mi caso he tenido un apoyo muy fuerte de mi familia, sobre todo de mi marido y de mis hijos, pero también de mi madre, de mis hermanos y mis sobrinos. Es fundamental tener una buena red de apoyo”, subraya.
Otra de las cosas que más le ha ayudado es haber entrado enSaray, una asociación sobre la que se deshace en elogios por el cariño que ha recibido todos estos meses. “Yo me apunté a un programa de actividad física que organiza Saray con el Gobierno de Navarra para pacientes oncológicos e íbamos a Larrabide a hacer deporte. Pero no solo haces deporte, también conoces a muchas otras mujeres que han pasado o están pasando por lo mismo y es muy reconfortante, porque hay situaciones que solo las puedes entender si has pasado por esto”.
“Es un regalo estar vivo”
Paloma ya habla del cáncer en pasado, aunque ahora recibe un tratamiento de inmunoterapia en el Hospital Universitario de Navarra (HUN), donde asegura que el trato de los profesionales –médicos, enfermeras, auxiliares, etc.– “ha sido exquisito, no tengo más que palabras de agradecimiento para todos ellos”. También le queda someterse a un tratamiento hormonal durante 5 o 10 años, y aunque sabe que va a tener que estar de revisión en revisión, asegura que el cáncer lo ha superado.
“Nunca he pensado que me iba a morir, porque tenía ahí el referente de mi madre y porque me lo habían detectado a tiempo. Pero sí que soy consciente de que podía haberme muerto, es decir, yo ya tenía metástasis ganglionar, si llega a pasar al cuerpo hubiésemos hablado de otra cosa. Por eso ahora valoro mucho más todo, suena a tópico pero es así: ahora veo que es un regalo el simple hecho de estar vivo”, exclama con una sonrisa Paloma.
Antes de acabar la entrevista, lanza un mensaje para todas aquellas mujeres que van a ser diagnosticadas de cáncer de mama: “Este camino es difícil y muy duro, por eso es importante apoyarse en la gente que te quiere y saber pedir ayuda. Que seguramente te caigas 25 veces, pero lo importante es levantarse y no perder la esperanza. También hay que entender que esto te cambia y que ya no vuelves a ser la misma, pero cuando avanzas en el proceso te das cuenta de que esta enfermedad te da mucha sabiduría en la misma y ya ni siquiera quieres volver a ser la de antes”, sentencia.