Una pareja navarra-valenciana en Chiva: "Me metí en un portal porque me arrastraba la corriente con los coches"
La familia de Ana Beltrán Martínez sufre las consecuencias de vivir en una de las localidades más afectadas por la devastación: robos, suciedad, pérdidas de bienes e incomunicación
Ha pasado de ser un municipio en el que no pasaba nada a ocupar la primera plana de muchos periódicos: "Chiva desaloja varias calles ante el riesgo de hundimiento de fincas y pide ayuda urgente para apuntalar casas", "Un edificio en Chiva se derrumba tras la devastación provocada por la DANA" o "Chiva afronta el recuento de muertos mientras sigue aislado y escasea la ayuda". Sin embargo, todo cuanto se muestra sigue siendo "insuficiente porque la realidad es que la desgracia impregna todos los sentidos. Creo que nunca voy a desprenderme del olor del agua estancada, el barro y la suciedad. Ni tampoco del sentimiento de incertidumbre, del qué pasará después", reconoce Ana Beltrán Martínez, una mujer que volvió a su tierra hace tres años tras haberse mudado a Noáin por amor.
Relacionadas
El martes 29 de octubre comenzó como un día normal. Su hijo Unai, de 14 años, tomó el bus para ir al colegio; su marido, Rubén Santesteban, natural de Pamplona, cogió el coche para trasladarse a su trabajo, y Ana iba a hacer lo mismo. No obstante, Rubén regresó a las 11.00 horas debido a la lluvia. Lo siguiente que hicieron fue llamar al colegio para ver si iban a cancelarse las clases. Les dijeron que no hacía falta que se preocuparan porque los chicos y chicas permanecerían en el centro hasta las 15.00 horas. El próximo aviso fue que el bus escolar les iba a devolver a sus casas. "Mi marido tardó dos horas en llegar hasta la parada en donde habían dejado a Unai porque los accesos principales estaban inundadas", relata.
Esto les sirvió como un presagio de la incomunicación que iba a azotar al pueblo con la DANA. Con el objetivo de huir de la catástrofe, viajaron hasta Aldaya, el pueblo de su madre y otro de los municipios más afectados por el fenómeno atmosférico. "Las alertas empezaron a sonar a las 20.30 horas, pero para ese entonces el agua ya estaba entrando en las casas. El daño ya estaba hecho", cuenta con resignación. Uno de los primeros espacios del hogar materno que empezaron a verse perjudicados fue el garaje. "Pensé que era buena idea sacar el coche de allí, pero lo que vino después fue mucho peor porque se desbordó el barranco y no pude volver a casa. Se había formado un río, la corriente era bastante fuerte y se estaba llevando coches. Estuve llamando a los timbres de las casas para que me dejaran entrar porque me iba a llevar el agua. Y estuve esperando a que pasara lo peor hasta las 2.30 de la mañana", cuenta.
Hacia las 3.30 horas, Rubén y Ana salieron de la casa para comprobar el estado de los coches: "El de Rubén estaba empotrado contra un árbol y el mío se había llenado de agua por dentro". Sin embargo, la peor parte llegó cuando empezó a amanecer y la catástrofe se hizo real a sus ojos. "Cuando se hizo de día y vimos contenedores de barcos en las vías del tren, los coches apilados y todo lleno de barro no nos lo podíamos creer. Además, había desaparecido uno de nuestros perros. Todo estaba siendo una película de terror", apunta.
El jueves trataron de regresar a su casa en Chiva, pero los accesos seguían cerrados y sus coches estaban inservibles, así que "nos tocó andar 20 kilómetros. Aunque era mucha distancia, lo peor fue el paisaje; parecía que había estallado una bomba atómica". Cuando llegaron a su hogar, se toparon con una puerta arrancada de cuajo, los bajos de los muebles destrozados porque "había entrado un palmo de agua" y mucho barro. "Desde entonces, limpiamos todos los días, pero no para de salir suciedad y barro. Hemos perdido mucho dinero, pero por suerte estamos todos bien", señala.
Ha pasado poco más de una semana desde esta catástrofe que les dejó incomunicados del mundo y todavía las carreteras continúan cortadas, no hay agua potable y, de vez en cuando, pierden la conexión. "La vida de ahora es imposible porque no podemos salir de aquí o no nos merece la pena. Tardamos, como poco, dos horas para movernos a algún lad. De hecho, para comprar el pan tenemos que andar 10 kilómetros", explica. Además de esto, las vidas de Ana, Rubén y Unai están condicionadas por la incertidumbre: "Las clases están suspendidas y no se sabe hasta cuándo, tampoco tenemos ni idea de qué pasará con el transporte. Por otro lado, la empresa de Rubén se ha visto afectada por las inundaciones. No saben si trasladar a los trabajadores a otro lugar o si hacerles un ERTE porque les han comentado que tardarán alrededor de cinco meses en recuperar todos los bienes e inmuebles".
Robos, el colofón final de la desgracia
A pesar de que los vecinos y los más jóvenes han dado un gran ejemplo de humanidad a través de toda la ayuda que han ofrecido, también se ha visto la cara del egoísmo. "Estamos viendo cómo se moviliza la gente a través de las donaciones, del trabajo físico para paliar esta situación, pero también nos hemos topado con personas que roban hasta la gasolina de los coches que están destrozados o que entran a los supermercados para coger todo lo que puedan", describe. Además de esto, como la verja de su casa está destrozada, "tenemos que hacer las 24 horas del día para que nadie entre. Es algo lamentable", muestra con desagrado.
Entre tanto, Ana, Rubén y Unai viven día a día: "Hoy tenemos agua, tenemos comida. Mañana ya veremos". Mientras, la incertidumbre, el olor de la catástrofe y los titulares se impregnan en los recuerdos de todos los vecinos de la Comunidad Valenciana hasta quién sabe cuándo.
Temas
Más en Sociedad
-
El arzobispo de Burgos declarará el 7 de mayo por una denuncia de las exmonjas de Belorado
-
La Justicia navarra confirma la anulación del programa educativo Skolae por errores en su tramitación
-
El alcalde que salvó la vida a una vecina sin respirador tras ir llamando puerta a puerta
-
Navarra celebra la 8ª edición del concurso 'Diversidad fuente de riqueza'