Covid-19 en Navarra | Un virus, siete rostros y cinco años después
La pandemia supuso uno de las mayores crisis sanitarias de todos los tiempos y provocó que toda la población navarra se viera sumida en el miedo y en la cooperación ciudadana para superar las problemáticas que la enfermedad había dejado
El 2020 constituye un espacio temporal que habita entre lo aprendido, lo perdido y lo agradecido; incluso, cuando una de las crisis sanitarias más importantes de la historia arrasó con todo y dejó a la población calada por el miedo, la inseguridad y la desesperanza. Al menos, hasta el comienzo de la desescalada, cuando ese Resistiré del Dúo Dinámico que sonaba a todas horas se estaba empezando a conjugar en presente. Han pasado cinco años desde aquel 14 de marzo en el que se decretó el Estado de Alarma y, sin embargo, las huellas de la pandemia perecen en todo el mundo.
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No hay persona que se haya olvidado de los aplausos que retumbaban a las 20.00 horas en las calles vacías para homenajear la labor de todos los profesionales sanitarios; de los vecinos que, desde el balcón, se transformaban en múltiples personajes para encontrar el humor dentro de la tragedia –o la sorpresa en el hastío de un confinamiento–. Ni tampoco desaparecerá de la memoria la soledad a la que se enfrentaron las personas mayores incluso, en las residencias, donde les sobrecogía la ausencia de sus familiares y el miedo de que alguna de las olas afectara en sus centros), de esas llamadas telefónicas que eran tediosas e insuficientes porque lo único que anhelaban los abrazos de un ser querido. Ni de amanecer cada mañana y buscar en las noticias cuántas personas se habían infectado. Y mucho menos de las víctimas del virus, que en Navarra rondaron las 1.900, aunque desde Salud se estima que pudieron llegar a ser 2.200 fallecidos. Con ellos también quedan en el recuerdo las familias y seres queridos que no solo hicieron frente a una pandemia que cambió el mundo, sino que tuvieron que sufrir el duelo de la muerte a solas, sin poder dar un último abrazo, un beso o un adiós.
El virus que nos cambió la vida
En la memoria general todavía se sostiene la imagen de una población que vivió, sufrió y resistió ante uno de los episodios más traumáticos de la historia actual, el que se frenó el mundo durante un tiempo, pero con el que nació la empatía y la cooperación ciudadana que ayudó a superar los escollos que el virus generó a través de las nuevas cepas y olas –entre 2020 y 2022 se produjeron ocho olas y cinco variantes: las primitiva y clásica, la cepa alpha, la delta y la ómicron–.
Lo aprendido
Desde Salud contabilizaron alrededor de 310.000 contagios en Navarra, aunque se estima que el número asciende hasta 480.000. Se trata de unas cifras que, en primera instancia, resultaban inabarcables para un sistema sanitario que empezaba a colapsar, debido al incremento de los ingresos –el máximo de camas hospitalarias ocupadas fue de 711 y 166 en el caso de camas de UCI– y, por otro lado, a la escasa realización de pruebas por falta de recursos durante la primera ola. Con el objetivo de evitar esa congestión, varios responsables sanitarios tomaron la iniciativa de llevar las PCR a los domicilios de los posibles contagiados. La primera ola del virus ganó esta batalla: las infecciones estimadas eran exponencialmente superiores a las confirmadas –se estima que hubo más de 2.800 casos no contabilizados–.
Ante esto, los sanitarios aunaron fuerzas para adelantarse a la enfermedad, de manera que imitaron algunas de las acciones que se realizaban en el resto de países, como China. Fue entonces cuando la ESEN, Refena o Forem Mutilva (y otros centros para hacer cribados) se convirtieron en los espacios en los que se realizaban las pruebas diagnósticas. Ante esta situación, muchos de los sanitarios trabajaban durante horas para que la detección del virus lograra la misma velocidad que su transmisión. En ese sentido, algo que tampoco se olvidará son los rastreadores, quienes tenían que comunicar y seguir la cadena de contagios de la población para evitar que el virus fuera a más.
Lo perdido
La ausencia acongoja, pero ¿qué hay del dolor ante una despedida que no se puede producir? El virus no solo dejó muchas casas vacías, sino que también marcó a las personas que sobrevivieron a la pandemia con la impotencia de ver cómo un conocido, un familiar o un amigo moría sin poder verlo por última vez y dejarlo ir con un gesto amoroso final, como un abrazo, un beso o una lágrima que decía más que un “te quiero”. Si el duelo es duro, durante una pandemia todavía más.
En marzo de 2020, con un confinamiento recién instaurado, los tanatorios redujeron el aforo de los velatorios a menos de diez personas e, incluso, las funerarias aseguraron que entre el 40% y el 60% de las familias decidió no realizar estas ceremonias por miedo al contagio. De esta manera, la población navarra sumida en el duelo se mantuvo con resignación, dolor y angustia hasta que el 26 de abril de 2020 comenzó la desescalada y, poco a poco, se fueron facilitando las maneras de despedir a sus muertos y de celebrar la vida que compartieron.
Lo agradecido
Tras una voraz lucha a contrarreloj, el 27 de diciembre de 2020 se inició el proceso de vacunación por el que muchas personas –sobre todo, quienes vivían en residencias y mayores de 80 años– se reencontraron con la esperanza y con sus seres queridos. Cuando les administraron las dos dosis con las que se conseguía la inmunidad contra el virus –en Navarra se realizaron un total de 1.800.000 vacunaciones–, miles de abuelos pudieron ver a sus hijos y nietos en persona, y no a través de una pantalla o del cristal de una residencia, que en ese entonces era lo necesario, pero también lo angustioso. En cada uno de esos abrazos eternos, había un agradecimiento por el esfuerzo, por la lucha y la resistencia ante una pandemia que había cambiado el mundo. Y también muchas lágrimas de felicidad, de sentirse afortunados por acabar con esa distancia. Todavía no había concluido la pandemia, pero estos pequeños gestos sirvieron un último aliento para aguantar hasta el 14 de febrero de 2022, cuando se dio por concluida la emergencia sanitaria. Para que, cinco años después, el 2020 suponga el recuerdo de un virus y de tantos rostros que marcaron este hito histórico.
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