Los casos de conducta suicida que llegan a la Asesoría de Convivencia del Departamento de Educación no paran de crecer. En el último lustro, las atenciones se han cuadriplicado, al pasar de las 47 registradas en 2020-21 a las 185 del pasado curso. En total, en este periodo, la cifra de casos relacionados con esta realidad suma 629.
La tendencia al alza es clara, pero desde este organismo realizan una lectura en positivo, en el sentido de que “cada vez son más casos que hemos logrado acompañar y ayudar”. “Creo que el profesorado tiene cada vez más claras las señales de alerta y cuando algo les resulta extraño saben que existe este recurso al que pueden acudir”, afirma la responsable de la sección de Igualdad y Convivencia del Departamento de Educación, Itziar Irazábal, que también reconoce que “cada vez hay más adolescentes con diagnósticos o sin ellos pasándolo mal” debido, en parte, a las redes sociales y las imágenes de vidas perfectas o a la presión académica.
La mayoría de los casos de conducta suicida que llegan a la Asesoría de Convivencia son detectados en el colegio, por el profesorado. “Nos contactan pidiendo ayuda y solemos acudir al centro educativo para escuchar al equipo, hacer la mejor detección de necesidades que tengan y acompañarlos en la respuesta. Son temas que a veces asustan e intentamos dar seguridad. Proponemos activar el protocolo, es decir, informar a la familia y empezar a trabajar junto con profesionales de salud, educación y servicios sociales”, explica Irazábal.
Desde el ámbito educativo se diseña un plan para garantizar la seguridad del alumno. “Por lo general, la tutoría afectiva suele ser un buen recurso para acompañar ese malestar y ofrecerle un espacio seguro. Es clave dar validez a sus pensamientos haciéndole ver que contigo puede hablar de eso, que no está loco por compartir ese tipo de ideas”, añade.
Ofrecer espacios de escucha en los colegios e institutos
Desde la Asesoría de la Convivencia reconocen que “es frecuente” recibir llamadas pidiendo ayuda porque “los protocolos resultan algo farragoso cuando debemos actuar de forma inmediata”. El pasado curso, este organismo trabajó junto al Departamento de Salud “para hacer un protocolo, que sirviera para aplicarlo en momentos donde la convivencia se complica. Tiene pautas muy claras para llevar a cabo cuando ha habido una muerte por suicidio en el centro”. El próximo reto es seguir trabajando con Salud Mental “para crear un protocolo igual de eficaz para aplicar al detectar la conducta suicida”.
Hablar de esta realidad cuesta. También en las aulas “pero es importante hacerlo porque a veces parece que si no lo hablamos no existe”. Irazábal entiende el miedo del profesorado a “meter la pata”, pero asegura que cada vez son más los que se interesan por recibir formación.
“Los profesionales del Teléfono de la Esperanza y Besarkada nos ayudan a quitar los miedos para poder enfrentarnos a estas preocupaciones”, reconoce la responsable de Educación, que asegura que “lo mejor que pueden hacer los centros educativos para prevenir la conducta suicida es ofrecer espacios de escucha y hablar de temas que les preocupan para que si el día de mañana lo estén pasando mal, sepan que pueden contar con ese docente”.
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