Capítulo uno
10 días para Navidad
Jodie
Otras navidades igual. La caseta de madera, el mismo aburrimiento de siempre y yo. No solo tengo que trabajar en la pastelería durante todo el año; sino que, además, cuando puedo tener un par de semanas de vacaciones me toca estar aquí, en la plazoleta de Hallstatt, ayudando a mis maravillosos padres en nuestro puestecito navideño.
Claro que soy consciente de que, junto los meses de verano cuando el lago del pueblo es el principal atractivo para los turistas, diciembre es de los mejores meses para conseguir clientela, así que no me puedo escaquear. Son unos días en los que hay que aprovechar las oleadas de turistas que visitan nuestro pueblo buscando escapar del estrés de la ciudad. Unos días de mucho trabajo que sirven para compensar otros meses en los que no conseguimos vender tanto. Si no he fingido estar enferma de la tripa o con dolor de cabeza para quedarme en casa es, también, por orgullo. La parte competitiva que he heredado de mi padre me dice que tenemos que demostrar que los Bäcker somos los mejores en cuanto a dulces se refiere. Que nuestra pastelería es la mejor de todo Hallstatt. Que les damos mil vueltas a los Frost, por mucho que ellos se especialicen en hacer tartas. Y que por eso tenemos que ganar el concurso del mercado navideño.
Mis padres están como locos desde que la familia de mi excompañero de instituto, el odioso Nikolas Frost, decidió que era buena idea abrir una tienda de dulces, unos años antes de que nosotros naciéramos, justo enfrente de la nuestra. Es cierto que no hemos notado demasiadas pérdidas, pero mentiría si dijera que su presencia no amenaza el futuro del negocio familiar.
—Jodie, haz el favor de dejar de mirar las musarañas y ponte a trabajar, necesitamos más masa para las galletas de jengibre. Se están agotando.
—Voy a ello — contesto a mi padre, con un resoplido, antes de girarme para ponerme manos a la obra.
La ficha
- Título: La navidad más dulce
- Autora: Sara Winnington
- Género: Novela romántica juvenil
- Editorial: Plataforma Editorial - NEO
- Páginas: 237
Trato de hacerme con todos los ingredientes para dejar nuevas bolas de masa enfriando en la nevera, antes de sacar de ella las últimas que quedan de la anterior tanda. Y es que esa es la ciencia detrás de hacer buenas galletas: dejar reposar la masa en un sitio fresco un par de horas antes de extenderla para darles la forma que queremos. Este es un paso de la receta original de mi tatarabuela que se ha ido transmitiendo, de generación en generación, a través de blocs de notas polvorientos que terminaban abandonados en desvanes, hasta que alguien se acordaba de su existencia. También es la principal diferencia entre una galleta crujiente y una blandurria. Y a nadie le gustan las galletas blandurrias. Son la mayor aberración del universo; en mi opinión, incluso por delante de las navidades.
Que oye, quizá no odiase tanto estas fechas si no me tocara ponerme de cara al público escuchando los mismos villancicos una y otra y otra vez durante horas. Pero este es el plan, al menos hasta el día veinticinco de diciembre. Después, ya se vería.
—Jodie, necesitamos más galletas. ¡Es urgente! ¿Y puedes ir preparando también un par de jar cakes –es un tipo de tarta que se prepara y se presenta en un frasquito o vasito de cristal– de galletas Lotus? Se están vendiendo como churros... — Mi padre se rasca la barba y puedo ver el momento exacto en el que se le ha ocurrido la idea—. Oh, hablando de churros, ¡también podemos hacerlos, que este año hemos podido instalar una máquina para ello! — Se quita el delantal y me lo pone a mí, a pesar de que llevo otro idéntico, con la tipografía roja y cursiva característica de nuestro negocio—. Dadme un minuto, chicas. Vuelvo ahora, voy a acercarme a la tienda a por otra manga pastelera, que esta ya está a punto de romperse. — Acto seguido, echa a correr calle abajo, sin importarle la nieve que ya comienza a cubrir el asfalto.
En Hallstatt estamos acostumbrados a que los suelos resbalen; es normal que llueva y que nieve en invierno, incluso hemos vivido alguna que otra tormenta de esas que hacen que el pueblo quede incomunicado y salga en las noticias. Por suerte, como estamos al tanto de la posibilidad de que eso vuelva a ocurrir, somos un pueblo casi autosuficiente, con la capacidad de prepararnos para la peor época durante el resto del año.
Así que si me preguntan, diría que el verano es sin duda la mejor estación para venir de visita, pero puedo entender el encanto que atrae a tantos turistas aquí a pesar del frío. Es gracioso como podemos distinguirlos por su forma de vestir. La gente del pueblo no necesita llevar tantas capas de ropa y eso se debe a que ya estamos acostumbrados a esta temperatura. Sin embargo, los que vienen de fuera llevan camisetas térmicas, jerséis, bufandas y gorritos. Es casi como si estuvieran visitando el Polo Norte. Quizá se esperan encontrar a san Nicolás entre tantas luces navideñas y guirnaldas de abeto.
Mientras papá vuelve de la tienda, ya he empezado a extender la primera de las bolas de masa, y tengo una plancha que nos permitirá hacer un par de docenas de hombrecitos de jengibre si la aprovechamos toda. Una vez he colocado todas las galletas sobre la bandeja, pongo el horno a precalentar y aprovecho ese tiempo para hacer las decoraciones con la glasa de colores de las que ya están listas.
Cuando estoy metiendo la bandeja con la siguiente hornada, papá ya está de vuelta con un par de mangas pasteleras en la mano y un paquete enorme de azúcar moreno. Lo coloca en una caja de las que tenemos en el suelo, al lado del resto del azúcar, y deja las mangas pasteleras sobre la encimera que tenemos en uno de los laterales.
—¿Qué os parece si, mientras reponemos nuestra receta especial, estrenamos la máquina y preparamos unos cuantos churros?
—Me encanta que lo preguntes como si de verdad tuviésemos otra opción... — replico. Y aunque no quería sonar borde, veo cómo la expresión de mi padre cambia.
—Oye, bizcochito, sé que no quieres estar aquí, pero es el negocio familiar y tú eres una pieza clave en él...
—Lo sé, papá, no quería herir tus sentimientos. Lo siento. Es solo que estoy cansada.
—¿Qué te parece si me ayudas a freír los churros y después te vas a descansar? Puedes acercarte al puerto o echarte una siesta en casa, si es lo que prefieres.
Asiento con una sonrisa, pongo un temporizador de diez minutos para controlar que las galletas no se tuesten demasiado y me aseguro de que el aceite de la churrera esté bien caliente ante la atenta mirada de mi padre. Incluso le veo secarse una lágrima por el rabillo del ojo, pero no hago ningún comentario al respecto. En cambio, le doy un codazo y trato de quitarle hierro al momento emocional:
— Vamos, Tim, que esos churros no van a hacerse solos.
SOBRE LA AUTORA
Sara Winnington es una autora de novela romántica, graduada en Estudios Ingleses por la Universidad de Oviedo. Administra el blog literario Modus Leyendi, además de organizar y moderar la Zona Joven en la Feria del libro de Gijón y de moderar en el Festival Celsius. Tras escribir fanfic, en 2016 dio el paso a la autopublicación con Deseos de Medianoche y en 2021 publicó su primera novela, Heartbreaker, con Selecta. Además de la literatura, le apasionan los videojuegos y la música.
Nik
Los últimos cuatro meses han sido agotadores. He bebido tanta cafeína que creo que ya no me hace efecto en el cerebro. He pasado noches y noches sin dormir con el fin de conseguir que mi tesis de fin de grado estuviese perfecta, con todos los puntos y las comas colocados en su sitio, que no me conformaba con un mísero notable, tenía que sacar un sobresaliente como mínimo. Pero ya está. Ahora soy graduado en Marketing y Publicidad con la mejor media de mi carrera y sin un futuro por delante, pero esto último podríamos dejarlo para otra historia.
Mis planes para el presente son simples: voy a hacer todo lo posible para que mi familia consiga vencer a los Bäcker en la candidatura al Puesto Más Dulce del Año. Llevan ganando los tres últimos años de manera consecutiva; aunque sí que es cierto que, en el cómputo global de todas las ediciones anteriores, nos hemos llevado la mitad de las victorias. Es decir, que si la de este año es la setenta, hemos quedado en primer lugar en un total de treinta y cinco ocasiones. No obstante, si queremos vencerlos de una vez por todas, es necesario que eso cambie. Este año, la victoria al Puesto Más Dulce debe llevar el apellido Frost y voy a hacer todo lo que esté en mi mano para conseguirlo.
Doy una vuelta por el mercadillo para saludar a algunos vecinos. Llevo varios años sin venir al pueblo, así que es posible que incluso descubra nuevas caras. Además, cada año se decide la distribución de las diez casetas por sorteo de una forma completamente aleatoria, así que creo que podría ser interesante saber a quiénes tenemos al lado.
Reconozco el letrero de las Weiss en cuanto echo un vistazo a la caseta que tenemos a la izquierda de la nuestra. La floristería del pueblo, repleta de adornos hechos con flores, frutas y hierbas secas que combinan sus colores vívidos con el marrón de algunos trozos de la madera de la fachada. Amanda no está, pero Barbara, su madre, me saluda desde el interior del stand: —¿Qué tal estás, muchacho? ¡Casi no te reconozco! ¿Has crecido un montón o he sido yo la que ha menguado?
Acompaño su risotada haciendo lo mismo.
—Todo ha ido bien, señora Weiss. He acabado la carrera y ya estoy de vuelta por aquí. Me alegro de ver que todo está como siempre.
—Bueno, hay una muchacha nueva que hace unas mermeladas espectaculares; creo que podrían seros muy útiles para vuestros pasteles. Y oye, chico, no debería de estar recomendándote sus productos porque son nuestra competencia directa este año, pero es que de verdad creo que merecen la pena.
Lo cierto es que no entiendo muy bien qué tiene en común una floristería con una tienda de productos de elaboración local, más allá de que la materia prima proviene del mismo lugar. Puede que sea una buena idea comentárselo a Louis, el alcalde, para ver si puede invitar a otro negocio similar para el próximo año y que así la competición sea más justa para todos. No obstante, no comparto mi opinión con la señora Weiss y, simplemente, me despido de ella para seguir explorando el resto de puestos de la plaza Mayor.
—Estupendo. Le echaré un vistazo. Gracias, señora Weiss. ¡Les deseo mucha suerte este año!
—Que tengas un buen día, joven.
Cuando me dispongo a ir a saludar a la chica de las mermeladas, me doy cuenta de que, con toda la emoción de la inauguración del concurso, se me ha olvidado comer; así que giro sobre mí mismo para tratar de localizar los dos únicos puestos que no entran en el sorteo y que suelen estar siempre en el mismo sitio, uno a cada lado del escenario: el bar de los Fischer y el de los Müller.
Voy al segundo en busca de un perrito caliente con cebolla caramelizada, y las bandejas de patatas fritas con piel me hacen ojitos desde el mostrador, así que finalmente le pido a Jakob que me ponga una ración también.
—¿Algo más, muchacho?
—Te pediría una pinta de cerveza, pero me da miedo que no me dé tiempo a terminarla antes de que empiece todo esto. — Señalo al escenario y, en seguida, Jakob entiende a lo que me refiero.
—Siempre te puedo poner una caña, o ponértelo para llevar en un vaso de plástico.
—La caña está bien. Gracias.
Le dejo un par de billetes sobre la barra y Jakob me da la vuelta:
—Estupendo, pues ahora mismo te lo llevo todo. Puedes sentarte en una de esas mesas, si lo prefieres.