Me he asomado a primera hora de la mañana al Puente de Carlos IV, uno de los más bonitos del mundo, con la intención de escuchar atentamente el fluir de unas aguas que bajan de la alta Bohemia y, a ser posible, relacionarlas con el fragmento Moldava de la suite Mi patria de Smetana, genio de la música de cuyo nacimiento se cumplen ahora dos siglos.
El puente, que data de 1357 y es el símbolo de la ciudad, fue el único enlace entre las dos orillas hasta el siglo XIX. En el extremo de la ciudad vieja se alza la torre que controlaba las entradas, incluso las invasiones, que tenía Praga. El sistema ya resulta obsoleto, pero la afluencia de turistas en algunas horas del día es lo más parecido a una ocupación.
Aquí están las treinta estatuas que parecen formar parte de la guardia de honor ante la imponente majestuosidad de la capital checa. Una de ellas corresponde a San Juan Nepomuceno, patrono reverenciado de la ciudad. Cuenta la historia, entremezclándose con la leyenda, que allá por el siglo XIV estaba en el poder el rey Wenceslao IV que era muy celoso. Pensaba sin razón que su esposa le ponía los cuernos y para cerciorarse de ello obligó a Nepomuceno a que le revelara el secreto de confesión. Éste se negó y en consecuencia el soberano ordenó que lo tiraran al río dentro de un saco desde el lugar donde me encuentro.
Los restos de San Juan fueron recuperados y hoy reposan en la catedral gótica de San Vito, contemporánea del puente. Aseguran que la tumba, en plata maciza, pesa nada menos que dos toneladas. La visita obligada a esta iglesia hay que hacerla sin prisas porque es todo un paseo por las páginas de la historia. Aquí se coronaba a los reyes de Bohemia y así se hizo con Leopoldo II para cuya conmemoración Mozart compuso la ópera La clemenza di Tito. También se les enterraba, como es el caso del rey Wenceslao al que se le menciona en un villancico popular.
ESPUMA MUSICAL
Una visita al museo que repasa su obra me reafirma en la creencia de que Smetana ha sido siempre un compositor muy querido en Chekia y sobre todo en la zona de Bohemia de donde era originario. Bedrich, o Federico, Smetana nació el 2 de marzo de 1824 en Litomysl, una aldea donde su padre, un importante fabricante de cerveza, siempre creyó que su hijo le iba a suceder en el negocio.
Se dio cuenta del error cuando el niño, a los seis años, hizo un arreglo para piano de la obertura de una ópera de Auber y dos años más tarde escribió su primer ensayo de composición que aún se conserva. Alguien susurró al cervecero que, aunque chocara con su condición, su vástago jugaba en otra división.
Le costó aceptar la realidad, pero ante la clara evidencia no le quedó más remedio que claudicar. Bedrich fue educado en Alemania y a su regreso estudió composición. Destacó como pianista y con solo 23 años hizo una gira de conciertos para financiar la construcción de un instituto de música en Praga.
NACIONALISMO CHECO
Aún se mantiene en pie el edificio que ocupó aquella escuela que dirigió durante ocho años, inmediatamente antes de marchar a Gottenburg. Una placa en la fachada recuerda su apertura en agosto de 1848. En aquel centro se formó Anton Dvorak, su sucesor musical, que dejó sentir el espíritu y el ambiente específicamente checos en su ópera Roussalka y en sus nueve sinfonías, entre las que se encuentra la impresionante Sinfonía del Nuevo Mundo. Desde aquel foro, Smetana inculcó en sus alumnos un interés especial por los cantos y las danzas folklóricas del país.
Había nacido el nacionalismo como una corriente surgida dentro del romanticismo y el músico se apuntó a ella como lo harían otros muchos pertenecientes a países con escasa trayectoria en este sector. De esta forma la música popular o folklórica llegó a ser fundamento de gran parte de grandes obras sinfónicas. Smetana fue quien dio un gran impulso definitivo a la vida musical de su país participando en la creación de masas corales y fundando un teatro lírico nacional.
La historia de la música desde el renacimiento está presente en el Museo Nacional de la Música en una impresionante muestra que ocupa más de mil metros cuadrados. Todo ello con un recuerdo especial a quien fue su artífice. He aquí uno de los lugares con mayor encanto de Praga, no en vano fue elegido como uno de los escenarios de la película Amadeus, de Milos Forman.
INTERÉS POR LO LOCAL
La iglesia de San Nicolás, obra maestra del estilo barroco de Praga, se encuentra en la plaza de Malá Strana, el viejo barrio que nació a los pies del imponente castillo que domina la ciudad y que originalmente fue sede de los príncipes y reyes de Bohemia. También residió aquí Reinhard Heydrich, Reichsprotektor de Hitler en Bohemia y auténtico carnicero que acabó ejecutado en un espectacular atentado.
La plaza se me antoja curiosa porque su suelo, ocupado en su mayor parte por la iglesia de San Nicolás, tiene caída hacia el río y me hace pensar en los patinazos que puede ocasionar en tiempo de nieve. Tampoco se puede dejar a un lado la cuesta pronunciada de la calle Nerudova, nombre que deriva de Jan Neruda.
Neruda fue un escritor del siglo XIX que se distinguió por la amarga ironía con que abordaba temas legendarios de la tradición popular. Tenía su palacete en el conjunto de casas barrocas de este empedrado acceso al castillo. Cada una de ellas tiene sobre el dintel de su portal motivos relacionados con la profesión de sus primeros propietarios en lugar de números.
TODO UN ÉXITO POPULAR
Tanto Smetana como Neruda fueron habituales de la llamada Callejuela de Oro, formada por casitas multicolores construidas a finales del siglo XVI como viviendas de los guardas y artilleros del inmediato castillo. Con el paso del tiempo sus ocupantes pasaron a ser gentes variopintas capaces de ofrecer historias a cuál más curiosa.
Así surgió, por ejemplo, la ópera La novia vendida, una de las más encantadoras obras cómicas que compuso Smetana y estrenó cuando tenía 42 años. Su acción discurre en una aldea de Bohemia y tiene tal alegría melódica y rítmica que cautiva al espectador desde el primer momento. Obvio resulta decir que la utilización de danzas del rico folklore checo la ha convertido en la ópera nacional por excelencia en esta zona de Europa.
No es coincidencia que el Museo Nacional de la Música se encuentre en este barrio y que en la galería de retratos que se encuentra en la planta baja sean Smetana y Dvorak quienes centren la atención de la mayor parte de los curiosos.
PRAGA, LA INSPIRACION
Uno de los puntos de Praga con mayor concentración de curiosos es el Ayuntamiento de la ciudad vieja, soberbio edificio de 1338 ante el que han tenido lugar algunos de los acontecimientos más importantes de la historia y no siempre agradables. Ante ese maravilloso reloj astronómico, cuyo funcionamiento no es fácil de entender, fue asesinado el rey Wenceslao y se coronó al emperador Carlos IV. Los subterráneos están teñidos con la sangre de numerosos prisioneros checos en el transcurso de la II Guerra Mundial.
Tal vez esos momentos escabrosos que cualquier país tiene en su memoria se olviden en favor de ese trajín que solemos llevar algunas personas en pos de la curiosidad. O del apetito, porque en esta plaza hay numerosos restaurantes, la mayor parte de ellos con cocina oriental. Para comer auténticos menús locales y a un precio excelente hay que alejarse del centro. A unos quince minutos en metro se encuentra el restaurante Pepr a Sul, en la calle Kratheko 143. No se eche atrás ante mi consejo: Cualquier plato de su rica cocina es extraordinario y barato. Le recomiendo el cordero.
Uno de los centros neurálgicos de Praga lo constituye la Plaza Wenceslao, con la estatua ecuestre de San Wenceslao y a su espalda el Museo Nacional, cuya escalinata principal es de tal belleza como el contenido mismo del edificio. Impresionantes los documentos de la Edad Media que se exponen y que despiertan tanto interés como los meteoritos y la colección de minerales.
La Plaza Wenceslao
Está íntimamente unida al alma de los habitantes de Praga, ya que siempre ha sido el centro reivindicativo más importante de la ciudad. En 1938 se produjeron aquí las manifestaciones contra el régimen nazi que trajeron de cabeza a Heydrich y fueron repelidas con sangrienta violencia. También fue escenario de concentraciones gozosas para celebrar la liberación y de hechos contemporáneos que conmovieron al mundo en 1968 cuando la población demostró su arrojo frente a los tanques rusos.
No quiero dejar Praga sin rendir mi particular homenaje al joven estudiante Jan Palach que el 16 de enero de 1969 roció sus ropas con gasolina en un punto de esta plaza y les prendió fuego. Nada pudo hacerse para salvarle. Fue su particular protesta por la ocupación soviética con el consiguiente restablecimiento de la censura y la supresión de las libertades individuales. Su sacrificio causó profunda impresión en el país. No faltan flores en el lugar de la autoinmolación.
En Rimska, la gran avenida que se extiende ante la pinacoteca, se encuentran bellísimos ejemplares de art-decó como el Hotel Europa, el modernismo de las galerías Koruna, y en las proximidades la huella dejada por Frank Ghery.
El barrio judío de Praga es cosa aparte: las sinagogas, la presencia de Frank Kafka en gran número de establecimientos y lugares que frecuentó y, sobre todo, el imponente cementerio son puntos de imprescindible visita. ¿Cómo decir que se conoce la ciudad sin haber visto la tumba del rabino Loew, creador del mítico Golem? ¿Y qué me dice de comprar una figura original de cristal de Bohemia? También recomiendo la cerveza cheka y en plan sibarita saborear despacito el café que sirven en los bajos de la Casa Municipal en cuyo centro se encuentra precisamente la monumental Sala Smetana.