Hace unos días, la instagramer y personaje televisivo Sofía Suescun subió a sus stories de Instagramstories una serie de clips de vídeo en el que muestra su alarma y asco por la presencia de varias columnas de orugas de la procesionaria del pino (Thaumetopea pityocampa en su jardín. Quizá su reacción fuera un tanto exagerada y posturil, pero su alarma no deja de ser real y pertinente. Y por varias razones, tanto ecológicas como sanitarias.

A principios del presente mes de febrero, la Asociación Nacional de Empresas de Sanidad Ambiental (Anecpla) ya advertía de que se había adelantado el fin del periodo de hibernación de la procesionaria del pino. Lo normal hasta ahora era que comenzara a bajar de los nidos en marzo, en primavera, en lugar de en febrero. Achacan esta actividad temprana a unas temperaturas más altas de lo normal y a una notable ausencia de lluvias. Pero, señalan, esto que pudiera ser circunstancial se está convirtiendo en norma y ya son varios años seguidos en los que se produce este adelanto. No dudan en considerarlo un efecto más del cambio climático.

Pero también señalan una amenaza añadida a los graves daños por defoliación que la expansión de este insecto lepidóptero supone para las masas boscosas de pinos de toda la península. La capacidad urticante de los cientos de miles de pelillos, llamados tricomas, que cubren su piel pueden producir fuertes reacciones irritantes y alérgicas en personas y animales, especialmente en lo perros, pudiendo llegar a ser letales para estos últimos.

Estas larvas de mariposa nocturna se protegen de las amenazas soltando unos pelillos blancuzcos que contienen una toxina, la thaumatopina, de fuerte efecto irritante al entrar en contacto con la piel. Para más inri, el viento los puede arrastrar hasta 200 metros de distancia y la toxina puede mantenerse activa durante un año.

En los humanos, los efectos más leves pueden ser como los de una picadura de insecto, aunque dependiendo de la cantidad de tricomas con los que haya entrado en contacto la víctima puede ser más o menos intensos, llegando a dermatitis, urticarias o reacciones alérgicas. Si ese contacto se da en los ojos, la gravedad aumenta.

En el caso de los perros, las reacciones son prácticamente las mismas, pero teniendo en cuenta que estos animales exploran el mundo con su hocico, los daños pueden ser más graves, incluyendo necrosis y llegando hasta la muerte por intoxicación, asfixia o shock alérgico.

Síntomas de que ha habido contacto

Los síntomas y su intensidad pueden variar tanto por la cantidad de toxina que envenene al perro como por el tipo de animal o la zona afectada.

Las reacciones suelen aparecer en las zonas de piel más desprotegidas, en las que no están cubiertas por el pelaje, es decir la zona del hocico y los ojos, así como las patas. Las inflamaciones en la trufa o los labios se puede extender mucho.

Puede ser que se trague alguno de estos pelos urticantes, por lo que los síntomas se manifestaría en forma de vómitos. En este caso hay que prestar especial atención a la lengua, ya que la inflamación puede acabar en ulceración y necrosis.

Aunque más grave sería sería la inhalación de estos tricomas, ya que la inflamación se produce en las vías respiratorias, que llegarían a taponarse y provocar su asfixia. Antes de llegar a este punto, el can presentaría problemas respiratorios.

Los ojos también son una zona delicada, ya que a la inflamación de los párpados puede añadirse una irritación en el ojo que acabe en una grave conjuntivitis.

Otros síntomas más genéricos pueden ser fiebre, cansancio, hipersalivación o daños en las mucosas.

Qué hacer si ha habido contacto

Aunque parezca un caso leve, lo más indicado y prudente es ponerse en contacto con un veterinario, a poder ser de manera presencial.

Mientas llega la ayuda experta, y una vez apartado de la zona de riesgo, intentar retirar todos los restos de la oruga, de sus secreciones y de los pelillos que puedan permanecer en el animal. Hay que hacerlo con especial cuidado para no ser nosotros también víctimas del poder urticante de estos insectos, por lo que el uso de guantes y gafas protectoras resulta muy oportuno.

Limpiar las zonas afectadas con agua templada o un poco caliente, ya que además de arrastrar los restos, la toxina se disuelve en el agua y pierde potencia. Pero, ojo, dejar que sea el agua la que arratre no nay que frotar.

Hay que evitar que el can se rasque o se lama, ya que estos solo puede empeorar su estado al extender la toxina.

El veterinario será quien se encargue de la curación y de tomar las medidas más necesarias y oportuna en función del su estado.

Prevención

Para que nada de esto sea necesario, el único camino es la prevención. Si el paseo habitual discurre por una zona de pinos, vigila presencia de los característicos nidos de procesionaria en las ramas. Si los encuentras, en cuanto se detecten los primeros ejemplares en el suelo, evita estas zonas y busca lugares donde no haya coníferas.

Usa la correa para mantenerlo controldo y cerca de ti, que de todas formas es obligatoria en todas partes fuera de las zonas especialmente habilitadas para esparcimiento canino. Si atraviesas un pinar, aunque te dé pena, es muy necesaria para evitar encuentros indeseados con estos animalitos que, sin duda, querrá investigar con interés.

Si tienes pinos en el jardín, como es el caso de Sofía Suescun, atiende también su salud y evita que se formen estos nidos en otoño. Los técnicos de Anecpla recomiendan la endoterapia, ya que el uso de otros biocidas está muy restringida. Además de efectiva es muy respetuosa con el medio ambiente.

La poda de las ramas donde se encuentren estos nidos también es una posibilidad siempre que estén razonablemente a mano y no supongan mucho daño para el árbol.