Son un grupo de chavales condenados por violencia filio-parental y envían desde hace días cartas manuscritas a ancianos ingresados en residencias para enseñarles una lección: que el confinamiento puede tener una lectura positiva.

"Me llamo Juan y soy un zagal que no ha tenido un vida fácil, pero hay que tirar para adelante y hacer que nada ni nadie te quite las ganas de vivir".

Así se presenta uno de los menores internos en el centro de convivencia educativa Las Palmeras, que gestiona la Fundación Diagrama, en un vídeo divulgativo de esta acción, ideada por los educadores de la institución a raíz de la pandemia del coronavirus y de los cambios que obligó a introducir ésta en la forma de trabajar con los chicos.

Ninguno de estos jóvenes con pasado violento sabe quién leerá las cartas, pero lo importante es que "se han volcado. La reacción ha sido de diez, de sobresaliente", según reconoce a EFE Jesús Teruel, director de centros y programas de la fundación.

La alarma por el coronavirus ha anulado las salidas al instituto, los ratos de ocio en el exterior y los talleres con psicólogos, terapeutas y trabajadores sociales que llevaban a cabo. También las terapias controladas con sus familiares para superar el problema que les llevó allí.

"El contacto con el exterior está suspendido y por eso es tan importante para ellos esta iniciativa", explica Teruel, sobrecogido por el aliento que quieren llevar a los mayores y las enseñanzas que han recibido con su condena.

Kiko es otro de los jóvenes internos y, según dice, sabe perfectamente lo que sienten los ancianos aislados en residencias sin poder ver a los suyos. "Pese a que parezca que todo va mal, aunque tengas miedo y todo sea muy duro, siempre hay que mirar hacia adelante y no rendirse", le pide en la carta a su lector.

Una compañera de centro aconseja que se emplee el confinamiento para reflexionar. "Entiendo que puede ser muy duro estar aislado, así que aprovecha para reflexionar sobre tu vida y sobre todo lo que te importe", explica esta chica antes de que otro diga: "te han quitado la libertad y yo me la quité, pero tú no has hecho nada, y eso duele".

Lo importante de estas historias, según Jesús Teruel, es que muestran el aprendizaje de estos chicos. "El primer paso para solucionar un problema es reconocerlo y todos ellos han reconocido su error".

"Muchos vienen ansiosos e incluso nos avisan de los juzgados de que llegará alguien problemático, pero en el momento en que entran a la casa se les explican las rutinas, ven que está todo estructurado, tranquilo, y se relajan", asegura este especialista.

Según él, la reacción primera de cualquier interno que se enfrenta a una condena de privación de libertad es el rechazo, si bien ese sentimiento desaparece al poco tiempo cuando empiezan a trabajar en el reconocimiento de que "yo soy el actor principal" de la situación.

Con educadores sociales, psicólogos y profesores, entre otros profesionales, los menores condenados a una media de un año de internamiento trabajan en grupos reducidos para conseguir un cambio en su vida. "Por la cercanía, la afectividad y el cariño es por donde tienes que entrar a cambiar a estos chicos", subraya Teruel, orgulloso de que una crisis sanitaria y social como la del coronavirus haya servido para enseñar al mundo que se puede enmendar un error.

"Dentro de lo que cabe, los chicos y los educadores estamos en una situación privilegiada, es una situación 'normalizada' para este colectivo, y siempre hay que mantener buena actitud ante la adversidad", clama.