Cada campeón ejerce a su manera. Cada leyenda tiene su tiempo. Cada rey del Tour posee la eternidad. Inmortales en el recuerdo, en la memoria colectiva. Jacques Anquetil, Monsieur Crono, elegante y fluido, dominó la década de los 60 del pasado siglo.

Eddy Merckx, El Caníbal, el hambre insaciable, todopoderoso e inmisericorde, impuso su dictadura en los 70. Bernard Hinault, El Tejón, soberbio, duro e implacable, se encumbró en los 80.

Miguel Indurain, el hombre tranquilo, generoso, excelso contrarrelojista, venció a través de la diplomacia en los 90. Respetado por todo el pelotón, sin necesidad de imponerse, el campeón navarro trataba de igual manera a los veteranos que a los recién llegados. Esa era su aura. Su sello.

Los cuatro conforman el panteón del Tour, el frontispicio de los elegidos, únicos en su especie, capaces de sumar cinco Tours.

Entre ellos, solo el navarro pudo coser su supremacía sin vacíos de poder. La dinastía Indurain. El navarro fue campeón desde 1991 hasta 1995. “Dejé de ganar más cosas de las que gané”, apuntó en una entrevista con este diario años atrás. Indurain, siempre terrenal, elegante y humilde. 

Mientras el Tour rueda al ritmo de la batuta de Pogacar, que persigue el cuarto cetro y vislumbra tallar su nombre en un horizonte no demasiado lejano con el quinto laurel, se cumplen tres décadas del último festejo de Miguel Indurain, de la ceremonia de coronación en París el 23 de julio de 1995.

Cuando posó en los Campos Elíseos en una imagen que remitía a cierto costumbrismo, a los usos y costumbres de julio, a una verdad irrefutable, nadie pensó que aquello sería su ocaso en la carrera francesa, que aguardó en la edición de 1996.

Cuando Indurain se plegó sobre sí mismo un año después, mostró su grandeza como ser humano. Probablemente, el hombre, Miguel, fue mejor aún que el rey Indurain. 

Miguel Indurain posa en una reciente entrevista. Jose Mari Martínez

En 1995, Indurain, dominador del Tour a través de las cronos y de la gestión impecable de sus ventajas en los entramados de montaña, lo mismo en los Pirineos que en los Alpes, sorprendió con su puesta en escena. Todos hacían cálculos alrededor de Indurain cuando asomaba en las cronos, donde se ganó el sobrenombre de El Extraterrestre. En su reinado obtuvo 12 victorias de etapa.

Sin embargo, en un movimiento inopinado, el navarro alteró el tablero camino de Lieja con una jugada maestra que nadie pudo imaginar. Indurain, respetadísimo líder por su magnanimidad, se adentró en una aventura fantástica cuando mudó de piel y convirtió la jornada en una clásica trepidante. Arrancó con todo donde nadie lo esperaba.

Por sorpresa

Cerca de la Cota de Mont Theux, clásica en la Lieja-Bastoña-Lieja, se formó un grupo de avanzadilla que terminó en fuga de Indurain y Johan Bruyneel. Sin recibir ni un solo relevo, escudado el belga en que no podía hacerlo para cuidar a sus líderes, el navarro, una locomotora humana, completó una crono sideral que tumbó al pelotón, incapaz de esposar a Indurain.

Bruyneel venció la etapa y se vistió de amarillo, pero el golpe de Miguel, directo y a la mandíbula del resto de favoritos, le dio una buena ventaja para construir su victoria en París. Bruyneel solía recordar que nunca había rodado tan rápido sobre la bici como aquel día en el rebufo de Indurain, que le hizo volar.

El navarro obtuvo una renta de 50 segundos anticipándose a la crono, donde todos creían que se distinguiría por primera vez. En la crono entre Huy y Seraing, Indurain obtuvo el triunfo con una ventaja de 12 segundos sobre Bjarne Riis y 58 segundos sobre Tony Rominger

A partir de ese momento, Indurain, superior al resto, fue abrillantando su quinta corona. La ascensión a La Plagne, que el Tour rememorará este viernes, es otro de los hitos de aquella edición de la Grande Boucle.

Fue segundo, tras la fuga de Zülle, pero dejó sin opciones reales al resto de competidores, a los que empequeñeció con su estilo sobrio, hierático y de profundas pedaladas que le encumbraron en el Tour.

Aún no había alcanzado la carrera el meridiano e Indurain, formidable, era capaz de ver París. En Alpe d’Huez fue nuevamente segundo, solo por detrás de Marco Pantani, un escalador de época.

En Mende, se dedicó al control. El paso por los Pirineos mostró la solidez de Indurain, siempre entre los mejores.

A un día de París, se alzó otro escenario ideal para el navarro, la contrarreloj de Lac de Vassivière. Impecable, venció nuevamente a Riis y Rominger para dejar a enfriar el champán. Les esperaban los fastos de los Campos Elíseos. En el podio le acompañaron Alex Zülle, a 4:35, y Bjarne Riis, a 6:47. Era el 23 de julio de 1995. El quinto Tour de Miguel Indurain. El último emperador de Francia.