Al levantarse el telón de la Semirámide rossiniana que ha programado la temporada de ópera bilbaína, vemos un telón de fondo que representa un enorme muro resquebrajado; sobre el escenario, todo lo que se va a colocar, también será símbolo del hundimiento de un reinado que se cimentó sobre el envenenamiento del anterior rey, el esposo de Semirámide. La escena, durante toda la representación, permanece más bien despejada de elementos, incluso el coro -espléndido, como siempre- esta vez está en el foso. Es la luz, un vestuario feista -un tanto cavernícola-, y algunos figurantes -no siempre necesarios-, los que van a acompañar a los protagonistas, que acceden, a menudo, a la escena, subidos en unos cubos que se mueven, -con muy buen criterio-, dando cierta visibilidad a esas excitantes progresiones musicales de Rossini, y que, a la vez, encumbran a los solistas y los colocan en un pedestal superior, para acometer sus impresionantes arias, dúos y concertantes. Rossini inunda de coloratura esta ópera, pero nunca se pierde el drama entre el fuego de artificio de las agilidades, porque sus recitativos “ariosos”, y sus arias tenidas, son de tal poderío, que las vocalizaciones lejos de diluir la tragedia, la ahondan. El excelente elenco, tanto desde la interpretación musical como desde la teatral, consiguen hacernos creíble el tremebundo argumento -(Semirámide se mueve entre la historia y la mitología, con todos los vicios de incestos y venganzas de hombres y dioses)-; y, junto con la orquesta de Bilbao, muy bien conducida y matizada por Vitiello, nos llevan en volandas por esa incombustible ristra de arias que durante tres horas y media nos tiene cautivados. Uno no sabe qué admirar más, si la resistencia física de las gargantas, su maleabilidad vocal, o el ejercicio de memoria de fijar bien las notas en tramos tan iguales pero distintos. Sigue siendo un prodigio, dígase lo que se diga, montar una ópera de estas características en directo. La Semirámide de Silvia Della Benetta impresiona por su potencia de volumen, que retrae a unos “pianos” maravillosos, y que es capaz de disolver en agilidades. Daniela Barcellona, (Arsace), conserva una lozanía vocal envidiable, su fraseo te atrae sin reservas, y se admira la vocalización en voz tan penumbrosa. Ambas hicieron unos dúos, -qué timbres tan complementarios-, colmados de emoción. Orfila está grande en su papel de Assur, llegó a su cumbre en el segundo acto. Y en este elenco superlativo, nuestro José Luis Sola, aportando un timbre eminentemente rossiniano, al conjunto. Es importante su luminosidad vocal en los concertantes. Su teatralidad, como amante imposible de la princesa Azema, está muy bien medida; presente, pero, en su sitio. Y colma su actuación con su impresionante aria de declaración amorosa, en el segundo acto, que fue muy aplaudida. El resto del elenco, más que correcto; con la bilbaína Itziar de Unda en un corto, pero bien hecho, rol de Azema. La Babilonia de Semiramide parece quedar mejor asentada sobre la venganza; pero, para el nuevo rey Arsace, poco cuelgan sus jardines.