Las dos obras dramáticas que configuraban el último concierto de la Sinfónica de Navarra, fueron conclusivas para sus autores. La Patética, en días cercanos a la muerte del ruso; el Stabat Mater, siempre recordando la temprana muerte del autor. Ambas en mundos y estéticas musicales muy diferentes, y con muy diferente manera de entender ese dramatismo. Parecería que el Stabat Mater, por su pavorosa letra -“la madre junto al hijo crucificado”- marcaría la composición musical más extremadamente dramática; pero, sin embargo, Pergolesi -como luego haría Eslava con su Miserere, por ejemplo- se empeña en quitar dolor al texto, y su obra rebosa luminosidad, resignación, una hermosura balsámica; mientras que en la Patética de Tchikovsky, nos puede la tristeza, desde los primeros compases del fagot que se te clava en el alma, hasta el impresionante adagio final, apenas aliviado todo por el tramo del allegro con gracia.

Dos voces excepcionales y muy queridas para la conmovedora obra de Pergolesi: Sabina Puértolas, con una voz de penetración suave y acogedora para el oyente, por su color y redondez. Y Maite Beaumont, de timbre muy especial, -de mezzosoprano verdadera-, cálido como pocos. Ambas, en la cima de su carrera. Hernández Silva abordó la partitura con un muy hermoso sonido de su orquesta; sin querer travestirla de barroca -hay muchas versiones con contratenores-, manteniendo tres contrabajos para cimentar un potente bajo continuo -se agradece-, y, también, muy acorde con las dos intérpretes vocales, más arrimadas, últimamente, a la ópera. Siempre, eso sí, salvando una pulcritud, precisión en el ataque, y respeto de volumen para la voz, admirables. 1.- Comienzo a dúo con acentos muy pronunciados en el “pendía”. 2.- Sabina, muy teatral, insiste en algunas aperturas casi como cuchilladas.3.- Dúo precioso: las dos voces encajan con timbres que casi se solapan, no tan extremos como en algunas otras versiones. 4.- Maite canta con mucha dulzura, es uno de esos números que hasta parecen optimistas. 5.- Preciosa apertura de Sabina desde un punto -un agudo- de luz. Lo mismo Maite, desde el suyo. Silva toma el tempo lento, para contrastar con el cambio a dúo. 6.- Sabina ataque un poco exagerado el agudo, luego se redime en un fraseo quieto y sereno, etéreo. 7.-Maite aporta fuerza. 8.-Dúo veloz, acentuado, fogoso -como el texto-. 9.- De nuevo, lucimiento individual y a dúo. 10.-Número dramático, pero la voz de Maite siempre lo dulcifica todo. 11.- Tempo vivo para otro dúo optimista. 12.- Muy bien dicho el “?cuando quede en calma el cuerpo?”, con un fraseo muy tenido y casi sobrenatural, para las notas largas. El Amén rotundo pone fin a una versión muy coherente, muy de todos en la misma estética.

La Patética recorre un camino de oscuridad en el primer movimiento,-bien el fagot, algo vacilante la cuerda-; más suave y arenoso, en el segundo, -se lucen los chelos-; pedregoso en el machacón tercero -muy saltarín el director, y un poco escaso el número de la cuerda grave-; y lamentoso si, pero de una rara serenidad el adagio final. El que más me convenció, en el que más se profundiza, y en el que todo se consuma y, a la vez, libera. En fin, una tarde llena de emociones: en el recuerdo, Manoli Jimeno -madre de Maite y que tanto hizo por la música desde casi todos los frentes- que murió por estas fechas de 2015. También en el recuerdo el primer Stabat Mater de Sabina, -jovencísima- dirigido por J. Antonio Huarte. E incluso, la noticia de la marcha del gerente; que lo estaba haciendo muy bien. Todo con estas afectivas músicas de fondo.