Broche de oro, como se suele decir, de la semana estellesa de música antigua del cincuentenario. Aunque Biondi se presenta algo parco de efectivos -cuestión de presupuesto, supongo-. En este sentido, con la extraordinaria parte grave del “ensemble”, me hubiera gustado un violín más por familia en la zona aguda. En cualquier caso, es un conjunto espléndido; sobre todo por el criterio interpretativo de Biondi, un poco más moderado que otras veces, sobre todo en Corelli y Vivaldi, pero siempre arrebatador en todos los sentidos, tanto en los allegros, llevados a extremos expresivos sin complejos de trastocar los tiempos, el volumen, o el sonido natural -no dulcificado, para que la madera y la cuerda frotada se exprese en sus materiales-; como en los movimiento lentos -en el concierto de hoy, todos maravillosos-, tocados con lirismo, estirando el arco hasta enternecer, y que, sin embargo, nunca resultan blandos. Es ese carácter mediterráneo de comprensión de la luz, cegadora a veces, y con radicales claroscuros.

En el programa: una gloriosa exaltación del barroco -fuera de polémicas entre alemanes e italianos-; de su centro neurálgico, Venecia; y del violín dieciochesco que encaja, perfectamente, con el tono de la cultura veneciana, porque a ese instrumento -tan europeo- van a parar el esplendor dorado y el apasionamiento, serenamente grandioso, de los cuadros de Tiziano. Y todo esto lo entiende y lo expresa, muy bien, Biondi: porque, con la velocidad que imprime a los allegros de los conciertos para violín y orquesta -Vivaldi, Teleman-, saltan unos brillos -y trinos- espectaculares, relucientes; y en los pasajes lentos -la lenta chacona del concierto que Vivaldi dedicó a su alumna Chiaretta, por ejemplo, dada de propina-, hay una serenidad -aquí subrayada por la orquesta- envolvente, cariñosa, adornada también, pero que trasciende el estilo, pasando a trasmitir una emoción intemporal. Biondi cuenta con una orquesta excelente que siempre responde, sin problemas, a los tempos vivos; incluso desde el violonchelo y el contrabajo -endiablada digitación en Los corredores, por ejemplo, octava parte de Las Naciones de Telemann-. Nos asombra ese dominio en el chelista A. Andriani; pero todavía asombra más, el contrabajista, hoy con violone -nuestro paisano-, Patxi Montero, que, en muchos pasajes, dobla al violonchelo. La clavecinista Paola Poncet, que aporta el cristalino timbre durante toda la velada, enseña sus facultades en unos compases rapidísimos de Los Portugueses, de Las Naciones; y es que esta obra de Telemann fue una cumbre de la velada. También la tiorba de G. Pinardi asoma, nítida, en la propina. Y los violines y viola, tras el maestro. Todos, en ese tactus y respiración conjunta, sin vacilaciones, con poderío sonoro (p.e. el Lamento de Locatelli, teatral y desbordándose del estilo), y arreando con los vientos cambiantes impuestos por Biondi.

Del violinista poco más se puede decir que no conozcamos: perfecta afinación, por supuesto, pero, sobre todo, la delicadeza con la que es capaz de abordar algunos pianísimos, tanto con la orquesta (concierto de Vivaldi en sol mayor), como a solo (el concierto para violín de Telemann), donde logra unos pasajes detenidos, estáticos, bellísimos.

Bravos del público y dos propinas: la ya señalada de Vivaldi, y un bis: Los rusos de Teleman, incidiendo en las campanadas del Kremlin de fondo. Muy buena Semana. Aunque, quizás, yo hubiera bailado algunas sedes: Tallis en San Miguel; Ministriles en Viana; Diatessaron, en Sta. Clara. El Mesías en San Juan (por capacidad, no por mejor acústica). Pero, claro, la organización conoce mejor los problemas de intendencia y disposición de las sedes.