pamplona - El título del poemario es peculiar, Quién diría, qué...

-La tilde en el fondo se me ha colado un poco (ríe). El título viene del que al final ha sido el primer poema del libro. No iba a ser el primero, pero cuando lo escribí pensé que tenía que ir al principio porque, de alguna manera, condensa todo lo que quería expresar en este libro y en mucho tiempo. Es el recuento de experiencias vividas y de situaciones complicadas ya superadas. Es una mirada hacia atrás, tanto al pueblo -Arraioz- como a mi familia y a mi marido, desde una plenitud de vida alcanzada después del esfuerzo vital y literario.

Esa fórmula normalmente suele expresar sorpresa.

-Sí. Y ese poema habla de cosas que ni imaginaba hace diez años. Es una manera de hablarle a la vida, de mostrarle lo que me ha dado y lo que hemos superado juntos. En el fondo, todo el libro habla del amor, ya sea entre personas del mismo sexo como de cualquier tipo de amor.

Parece un libro más positivo que los anteriores, quizá más feliz.

-Sin duda. Tenía ganas ya de celebrar a través de la poesía y de la literatura, que se colaran también mis aspectos más luminosos. Es cierto que, en el pasado, la literatura me ha servido, y todavía me sirve, para liberar nudos y para reconciliarme conmigo mismo y con el pasado, pero me hacía falta destacar todo lo bueno que ha habido estos años. De algún modo, antes me escondía en el pasado, en los elementos que me interesaban, como la mística, lo religioso, lo pagano, la proyección de mi padre, lo rural... Y tenía ganas de mostrar también a ese escritor y persona que va a festivales de música, que detalla las series y los discos que le gustan, la vida en Malasaña con su gente... En El lenguaje de los bosques ya se coló algo porque era un libro narrativo, pero en la poesía no. Es como si no valorara este tipo de poemas, de hecho, gran parte de los que aparecen en la primera parte de este libro iban a ir a la papelera.

Pero se quedaron.

-Sí. Hay poéticas que me interesan y me gustan muchísimo y van en esta línea, por eso rescaté esa parte. Tristemente, en el pasado entendía la literatura como algo que se ejecutaba desde unos postulados más intensos, en los que no cabía la luminosidad o un texto dedicado a la amistad o a cuestiones cotidianas. Y me apetecía ser agradecido con las personas que han estado a mi lado estos años. Quería mostrar cómo se filtra la luz en las diferentes instantáneas que escribo, porque creo que la poesía también puede y debe ser luz, y más en estos tiempos.

Como dice, los poemas de amor están presentes en todo el volumen, con versos hacia "esas carreteras interminables de la amistad", a la pareja con la que se construyen "los cimientos de un hogar", a la "suavidad del tacto" de la madre...

-La madre siempre ha estado muy presente, pero desde la sombra que proyectaba mi padre, y ese poema es una forma de recuperar esas manos que siempre me han abrigado y de honrar ese apoyo consistente que ha sido toda la vida. También hay poemas dedicados a un viaje a Girona, o el que le leí a mi marido el día de la boda (Recordar). Este momento vital luminoso ya venía de años atrás, pero quizá he necesitado unos cuantos libros para desprenderme de un legado. Quizá vuelva a él más adelante desde otra óptica, pero mi marido, mis amigos y mi gente ya me estaba pidiendo que me dejara de cruces, de vacas y de hachas (ríe).

¿Tal vez faltaba por salir ese Hasier que lleva 13 años en Madrid y que ha evolucionado como escritor y como persona?

-Exacto. Esa evolución la van marcando las personas que te rodean, las lecturas que te acompañan y es lógico que sienta de otra manera el peso del legado y del lugar de origen. Ya soy medio madrileño, son 13 años aquí y estoy encantado de lo que la gran ciudad me aporta desde el punto de vista cultural, en libertad individual, yendo a mi bola sin que nadie me juzgue. De hecho, aunque ya escribía en Baztan, empecé a publicar cuando ya vivía en Madrid. Y la distancia siempre te da otra visión de las cosas.

Ha publicado en Pre-textos.

-Sí. Mira que a veces los creadores somos un poco tontos y nos dejamos llevar por lo que se dice de que en tal o en cual editorial te van a dar años de espera. Y no, porque tanto mi marido (Zuri Negrín) como yo hemos publicado en Pre-textos de un año para otro. En ese sentido, recomendaría que cada uno viviera su propia experiencia sin dejarse guiar por otras cosas. Y sí, publicar en Pre-textos es muy importante, es la editorial de la que más volúmenes tengo en mi casa, tanto de narrativa como de poesía. Junto a Acantilado y a alguna más, es de las más grandes y ha sido un sueño y un regalo publicar con ellos y, sobre todo, poder trabajar con Manuel Borrás. Durante mucho tiempo he echado de menos un trabajo de edición y aquí lo he tenido.

¿A qué se refiere?

-Pues, por ejemplo, a que la mitad del libro se ha ido fuera. Normalmente trabajo solo y no soy muy dado a compartir todo lo que escribo, y en este caso ha habido gente que me ha dicho que no existe un volumen de transición poética entre mi libro anterior, Meridianos de tierra, y este. Y es por lo que comentaba, porque ese tránsito estaba escrito, había poemas de simbología rural, de mi pasado en el valle, pero entre el editor y yo decidimos desecharlos. Estuvimos de acuerdo en eso, lo vi claro a medida que iba escribiendo. Yo no soy de estructurar mucho antes de empezar un libro, soy muy orgánico y me voy dejando llevar, y creo que en este libro hay un hilo y diferentes poéticas también. Al final también se cuela mi parte más social, de conciencia de la actualidad.

Ofrece desde poemas largos que son historias en sí mismas y pinceladas de asuntos que le interesan.

-Así es. Al final también eres lo que lees y lo que te acompaña. Cada creador tiene sus claroscuros con los que siempre dialoga y sus miedos de los que no se puede desprender, pero en la parte estética procuro afrontar cada libro como un nuevo horizonte. Por eso hay pinceladas nostálgicas al final del libro, pero también esos poemas de inquietud social, de cuestionamiento de las identidades, banderas, territorios... En este punto, emparejaría Quién diría, qué, el poema que inicia el libro, con En el norte, la salvación, que abre la tercera parte. Este es un poema poderoso en el que hago un recorrido a través de las religiones y de los conflictos en el mundo para llegar a lo cotidiano y finalmente a los animales salvajes, al rugido interior de cada uno de nosotros, para preguntarnos qué es lo que realmente nos separa, nos une; qué nos hace tropezar siempre en las mismas piedras, en Gaza, en Teherán o en Pamplona.

La reivindicación del camino propio, de romper muros y destruir convenciones y el rechazo a las banderas es una de sus constantes.

-Va con mi carácter, con mi visión del mundo. No me adscribo a corrientes, siempre soy crítico y autocrítico. No me interesa categorizar desde una óptica; quizá por mi historia de vida y porque me considero independiente y libre, cuestiono las cosas, incluido a mí mismo, a través de la literatura. No me interesa tener carné de este o de otro partido. Además, yo no soy la misma persona que era hace 18 años y quizá sea otra dentro de un tiempo. Para lo bueno y para lo malo, me ayuda estar en el lugar de nadie, tan lejos y tan cerca. Escribo en euskera y en castellano, vivo en Madrid y lo que publico intenta tender puentes hacia lugares por descubrir.

Hay una palabra, 'dicción', que repite en varios poemas, como si hablara del dialecto que construye uno mismo.

-Y con cómo se le da forma al legado que uno recibe al nacer. Aquí va implícita la distancia física y emocional del

lugar de origen y cómo uno se reconstruye a sí mismo en otro sitio.

Tiene también Hazu, un proyecto común con su marido, Zuri Negrín.

-Sí, son las iniciales de nuestros nombres. Queremos hacer presentaciones diferentes, más performativas de nuestros libros; con las piezas musicales de base electrónica que compone Zuri, con proyección de imágenes, de manera que nuestros textos dialoguen en versiones diferentes a las publicadas...