los achaques de amor a ciertas edades ancianas es plato de dudosos gusto y más si se teatralizan estas situaciones ante el foco penetrante de las cámaras de televisión como está ocurriendo con la antaño excelente conductora de programas amables, cariñosos y amicales, llamada María Teresa Campos.

Sus otoñales amores con un pícaro de la farándula como es el antaño afamado cómico, Bigote Arrocet, que se ha pegado a la meridional periodista y ambos juntos han protagonizado una historia de relaciones, hazme reír del personal, que asiste estupefacto a las últimas escenas de un rollo amoroso deplorable y poco digno de una señora que debiera estar retirada de los focos de actualidad y sentada frente al mar malagueño.

Las trapacerías, los engaños, las ridículas situaciones en las que ha colocado el cómico chileno a la madre de todas las madres rozan el código penal y colocan a la gran estrella mediática en una triste situación, arañando la dignidad debida a todo ser humano.

Ya se sabe que por amor se hacen las locuras más grandes jamás soñadas, pero en el caso presente no se acaba de entender la situación en la que la Campos se ha colocado a los pies de las pezuñas amorosas de un gigolo del tres al cuarto. La historieta de estos amores difundidos a toda la aldea global han entrado en una nueva fase, en la que Campos ve su dignidad arrastrada por los suelos, en un ejercicio de flagelación pública, que no conducirá a nada bueno para estas dos estrellas de opereta televisiva. Todo este cambalache sólo tiene explicación si detrás de todo este jaleo hay muchos euros que Paolo Vasile, responsable de las cadenas de Mediaset, está sabiendo administrar astutamente, en un ejercicio despiadado de despellejadura mediática. Todo sea por la causa de la tele basura.