ay profesiones en las que es difícil perdurar si no sientes verdadera pasión por lo que haces, si no estás dispuesto a dar y recibir, a ganar y a perder, a subir y a bajar. Esas vidas dedicadas a proyectos en los que se cree de verdad, a iniciativas esenciales para quien las lanza y que con el tiempo acaban siendo claves para la vida de otras personas. La pasión por el arte, entendido como esa oportunidad para imaginar mundos futuros, para reflexionar y aportar conocimiento y reposo en un entorno siempre cambiante está en la biografía del galerista navarro Moisés Pérez de Albéniz, una de esas personas que ha dedicado su vida a su pasión y que ha sabido hacer de su sueño su trabajo. Un hombre emprendedor y generoso porque de sus riesgos asumidos en todos estos años nos hemos beneficiado todos y todas los que gracias a su esfuerzo, a sus ganas de dar un paso más, hemos tenido la suerte de disfrutar y aprender el mundo del arte contemporáneo a través de las obras y los artistas que han pasado por sus manos. Y son muchos, desde Fernando Pagola, el primero al que expuso, a nombres como Chillida, Tàpies, Muntadas, Scully, Leiro, Hernández Pijuan, Javier Balda, Ángel Bados, Leopoldo y Agustina, Carlos Irijalba y otros tantos. Ahora celebra sus 25 años en el mundo del arte, un momento importante, una parada en un recorrido que comenzó allá por 1996 cuando hablar de arte contemporáneo en una ciudad de provincias como Pamplona era una actividad minoritaria y casi elitista. Fue entonces cuando dio sus primeros pasos de la mano de la sala Lekune, pero ya en sus inicios se veía claro que era un amante de las buenas obras de arte y de los artistas a los que había que lanzar al mercado. Y lo hizo. Apostando desde siempre por los creadores cercanos. Fue una puerta de lo local al mundo y a la inversa, una mirada global desde lo local. El arte contemporáneo es un terreno resbaladizo, lo ha sido siempre. Es apostar por lo que aún no tiene valor, si entendemos que el arte se revaloriza con el tiempo. Es mostrar lo que muchas veces no se quiere ver. Siempre es un riesgo. La intuición es clave en este terreno y Moisés siempre la ha tenido. Intuición, trabajo y contactos para moverte en un mundo complicado que exige mucho a veces a cambio de no demasiado. En el que es fácil deslumbrar a primera vista pero complicado mantenerse. Pero volviendo a sus inicios, con Lekune llegaron a Iruña los grandes nombres del arte de los 90. Desde su local en Bergamín, su sede transitoria en Arazuri, hasta que ya se convirtió en la galería con su nombre, la sala Moisés Pérez de Albéniz de la calle Larrabide. Un local cultural clave en el desarrollo del arte local. Un espacio ubicado en una calle por la que no se pasa sino a la que había que ir, que exigía una intención, una actitud positiva y que raras veces defraudaba las expectativas del visitante. Allí aprendimos de arte en un momento en el que a decir verdad la situación era mucho mejor que la actual en cuanto a salas en Iruña. Hubo un tiempo dulce para el arte contemporáneo pero se fue diluyendo con la crisis de 2008. Pamplona no supo sumarse a tiempo al carro de otras ciudades, las salas fueron cerrando, las instituciones dejaron de invertir y cada vez era más complicado seguir apostando por esa mirada al mundo desde Pamplona. Fue en 2013 cuando Moisés vio la necesidad de cambiar de sede, pero no de proyecto, y decidió instalarse en Madrid. Así hasta hoy. En medio ha habido crisis, momentos difíciles, ferias por todo el mundo, premios, reconocimientos y ahora nada menos que una pandemia que nos ha parado y limitado la movilidad tan esencial en su trabajo. Y también una reivindicación objetiva: la falta de apoyo de las instituciones locales al que durante años ha sido el proyecto más importante de arte contemporáneo privado que lleva el sello de la comunidad (ahora está el MUN). Año tras año, desde los 90 hasta hoy, ha sido la única sala navarra presente en la feria de Arco, el único espacio con presencia siempre de artistas locales que compartían pared con referentes claves del arte. Su galería dentro de la feria era y es el punto de encuentro del arte local. Por allí pasamos todos, y por allí pasa casi todo lo que merece la pena ser contado. Pero lejos de desanimarse por esa falta de apoyo, que le permitió ser más libre, siempre abría sus puertas a las instituciones. Generosidad y optimismo definen también su manera de entender su trabajo en el mundo del arte. Un mundo en el que fue uno de los primeros en creer en los nuevos lenguajes como la imagen, el vídeo y la fotografía hoy ya superado por las nuevas tecnologías. 25 años es una buena edad en una profesión. Y de repente escribiendo te das cuenta que tú también te has hecho mayor en la tuya cuando compartes los inicios y muchos buenos momentos en estos 25 años de encuentros. Palabras y arte sin las que la vida no sería lo que es. Queda camino, queda futuro y muchas obras por descubrir. El arte es un cajón lleno de preguntas, donde a veces encuentras respuestas.