A finales de los años 50 Australia, casi un continente, tenía 10 millones de habitantes y una necesidad: o poblar o morir. Su llamada política de la Australia blanca que privilegiaba a los occidentales blancos, y la mala imagen del franquismo en el país -ya existía una colonia vasca, con fama de honrados y currantes, y por ahí vendieron entre sus gentes el acuerdo de inmigración con el régimen- permitió entre 1958 y 1964 que miles de personas del norte de España buscaran un jornal a casi 20.000 kilómetros de casa, principalmente en los cañaverales del norte de Queensland.

Ahora tres generaciones de navarros; los que fueron, los que nacieron y los que aunque son de aquí tienen a Australia bien metida en la cabeza, hacen un llamamiento a más familias de emigrantes. De momento son 26 en un grupo de WhatsApp. Quieren sentarse alrededor de una mesa y compartir recuerdos. Los interesados pueden escribir a navarraboomerang@gmail.com. El ideólogo es el presentador Julian Iantzi, quien tras reunir a pastores vascos de California (su padre fue uno de ellos), pensó que sería bonito repetir con una migración mucho menos conocida. La de los conquistadores del fin del mundo.

viajar sin saber dónde En las operaciones Emú, Canguro, Marta y Eucalipto, los apellidos Miranda, Isla, Cilleros, Íñigo, Moreno o León desembarcaron en Australia desde Valtierra, Corella y Azagra. Algunos como Publio Isla jamás habían salido del pueblo ni conocían el mar. “Después se hartó”, dice su hijo Txema, de 48 años, que recuerda los dos azarosos meses de su padre en el mar, con una avería en el barco o un motín a bordo por líos de faldas entre españoles y griegos. No hay versión oficial. “Para ellos fue un cambio más radical que ir a la luna, porque prácticamente España estaba en la postguerra. Tenían que ir mínimo dos años, y se apuntaron a un sitio que se llamaba Australia pero no sabían ni dónde estaba. Mi padre decía que iban al fin del mundo”.

“Me encontré un país que estaba mucho mejor que España. Si había cinco personas en una casa, había cinco coches. Y en mi pueblo no había ninguno”, cuenta Agustina Cillero, de 81 años. Su novio Juan José llegó a Australia en 1958 en el buque Toscana, el primero en desembarcar en virtud de aquel acuerdo de inmigración. Dos años después, y en avión con la operación Marta, “podían ir las novias, y por la Acción Católica fuimos un grupo de cinco navarras. Yo llegué un día 12 y me casé un día 20”.

Agustina estuvo en cuarentena “porque era de pueblo y podía traer enfermedades”, y explica que “cuando fuimos a la caña la vivienda era malísima, peor que barracones. Luego ya tuve mejor casa. La caña era un trabajo muy duro, pero mi marido decía que en Valtierra también trabajaba muy duro por 35 pesetas diarias. Y en Australia ganaba 1.000. Así se puso de gordo”, bromea. Ella se encargaba de la casa y la contabilidad familiar. Como Publio, vivieron dando tumbos de la caña de azúcar al tabaco, la coliflor, la cebolla... lo que tocara. Como siempre se mezclaban con italianos, no llegaron a aprender inglés, aunque si hacía falta “tu abuelo era mucho decidido y si no entendía una palabra a la primera la entendía a la siguiente”, le cuenta a su nieta Stephanie.

Olga Perla (56 años), hija de Agustina y madre de Stephanie, nació y vivió en Australia hasta los ocho años. “Lo que más recuerdo es mi vivencia con los animales”. Tenía un pollo tuerto por mascota, jugaba con ratones a la hora del baño y un gallo con mala uva le perseguía cada vez que salía al servicio. Una vida de campo para la que no hacían falta zapatos. Siempre iba descalza.

Chus Íñigo (Azagra, 60 años) era un renacuajo de 18 meses cuando sus padres “al no haber medios ni trabajo, decidieron hacer este viaje porque un hermano de mi padre ya llevaba seis meses allí y hablaba de lo bien que se vivía. Y se enteraron de la operación Emú. Entones aquí se ganaban 900 pesetas al mes, y allí iban a cobrar 1.780 semanales”. Se instalaron en Sidney y “enseguida mi padre encontró trabajo en una fundición con 27.000 obreros. Ya no nos movimos. Mi padre trabajaba mucho, ganaba bien y se mantenía con la familia”, ya que cuatro hermanos emprendieron el mismo viaje.

El ¿deseo? de retorno Chus regresó a Azagra por vacaciones con 17 años, se echó novio y aquí se quedó. Pero nada más llegar vio que “todo era tan pequeño, gris y viejo que si me ponen un avión al día siguiente me marcho”. A su hermana le pasó más de lo mismo. Y sus padres, una vez jubilados, volvieron para estar con ellas. “Pero nunca dijeron de volver. Al principio lo pasaron muy mal. Se acordaban mucho de allá, de la forma de vivir, las casas con jardín... porque aquí estaban metidos en un piso”.

Agustina y Juan José regresaron después de que ella le obligara a vender el camión que compró para trasladar la caña, mucho mejor que cortarla. “Si no lo vendía íbamos a volver. Yo volví encantada, me amoldaba a todo. Pero mi marido no quería venir. Y no se adaptaba. Allí estaba encantado de la vida. Yo también he estado muy contenta en Australia”, dice Agustina.

los de aquí, la cabeza allí “En mi casa se ha respirado Australia toda la vida. Has nacido con el peluche del koala, el boomerang, la camiseta de Australia, mi madre hablándonos en inglés y mi padre sin entender nada...”, dice Ángela Resano (30 años), hija de Chus.

“Lo tenemos muy presente, como si hubiéramos vivido allí. En mi casa no hay ninguna comida en la que no se acabe hablando de Australia. Cuando fui de vacaciones decía, yo es que esto ya lo he visto. Las casas, la carretera con los campos de caña de azúcar o de tabaco, las avenidas tan grandes, los colegios... ves en directo lo que siempre te han contado”, resume Stephanie Crespo. “Aunque mi padre solo estuvo tres años, para él fue un impacto terrible. Le marcó y por añadidura nos ha marcado a mí y a mis hermanos. Desde chiquitín he tenido historias de Australia. Al final ya decías, buahhh, siempre me cuentas lo mismo. Pero mi padre falleció hace 21 años, y ahora daría lo que fuera por cinco minutos de aquellas historias”, reconoce con nostalgia Txema, que al contrario que Ángela y Stephanie, solo sabe de Australia de oídas. “Es el viaje de mis sueños. Y todavía lo tengo pendiente”.