stán confinados pero también muy conectados. Los más de 300 usuarios de la residencia pública El Vergel se mostraban ayer felices de la visita de los distintos cuerpos policiales al centro residencial. Fue una alegría en medio de tanta soledad.

No pueden recibir las visitas de amigos ni familiares y quizá por ello el saludo de agentes de policía municipal, foral y nacional, además de la Guardia Civil, fue un momento emocionante en la puerta del centro.

Algunos de los residentes habían pintado arco iris de colores a modo de homenaje a todas aquellas personas que se están exponiendo ante esta pandemia como son los cuerpos y fuerzas de seguridad, además de los sanitarios y otras muchas profesiones. Acostumbrados a la disciplina reconocieron en seguida los uniformes y el orden en este momento de aislamiento que mejor nadie saben ellos cumplir.

La iniciativa fue cosa del cuidador Sergio Chivite, que se desvive por sus abuelos. Paradójicamente a lo que ocurre en otros centros residenciales en El Vergel apenas entra la funeraria, afirman sus trabajadores. De hecho, no han registrado ningún fallecido por coronavirus.

“Hemos tenido un caso con coronavirus y de un empleado. Otras cinco o seis personas que estaban con síntomas fueron aisladas. Esta tarde (por ayer) hicieron las pruebas a las personas válidas, casi un centenar”, relata Sergio. Y es que una semana antes de que se decretase el confinamiento se decidió recortar las visitas, y poco después del decreto de alarma se les aisló a todos y todas en sus habitaciones. 320 personas con diferentes situaciones, desde los 50 hasta los casi cien años. Los cuidadores llevan mascarillas y dobles guantes, “al principio hubo problemas de material pero desde hace quince días estamos mejor”.

El equipo sanitario lo conforman en el turno de la mañana unas 35 personas, incluyendo médico y enfermería. Por la tarde suman una veintena de profesionales que garantizan “la atención a todos los niveles”. “Las terapeutas y enfermeras les han puesto tareas, hacen videollamadas con las familias a través de la tablet para que puedan hablar”, señala. Mucha tele, radio y algo de lectura.

En las habitaciones reciben todas las comidas del día. “Protestan poco. Saben que tienen que estar recluidos pero que es por su bien. Desde fuera pueden recibir llamadas.

“Algunos están sublevados al no poder salir pero la mayoría se muestran pacientes. Dicen que ya pasaron la guerra y la postguerra y que esto se le parece un poco; te hablan de las cartillas de racionamiento... Están deseando que llegue el verano para salir, los que pueden, a Pamplona y para poder estar con sus familias”. “Son tremendamente agradecidos. Siempre te sonríen”, apostilla Sergio.