ola, personas, ¿Qué tal va el verano?, esta semana ha sido un pelín fresca pero qué rica ¿eh?. Yo he paseado algún día pero hoy no voy a hablar de mis andanzas sino que voy a dedicar mi escrito a una pieza fundamental de nuestras universales fiestas, voy a hablar de la Comparsa, así con mayúscula. Solo con esa palabra ya sabéis a quién me estoy refiriendo.

Pero antes quiero hacer un inciso. Yo no vivo económicamente de estos escritos dominicales, ni del libro recopilatorio que de ellos he publicado, no solo no vivo sino que no me reportan nada. Pero no me reportan nada de pasta porque de satisfacciones personales me colman. Esta semana, sin ir más lejos, se presentaron en mi bar Esperanza y Julio un matrimonio de jubilados de Ansoain que son asiduos seguidores de ERP y que así me lo habían hecho saber en algún e-mail que me había enviado ella, pero personalmente no había tenido el gusto de conocerlos, vinieron para que nos viésemos las caras y me trajeron regalos, él me trajo un ejemplar del libro que la Meca publicó en 1972 con motivo del 50º aniversario de la inauguración de la Plaza de toros de Pamplona con una entrada en su interior del año en cuestión, y ella me trajo dos productos que no pueden ser más pamplonicas: una tableta de chocolate Pedro Mayo y una caja de pastas Beatriz. ¡Toma ya! El gesto me dejó sin palabras, cosas así son gasolina para seguir paseando y contándolo. Eso no tiene precio. Gracias.

Y ahora vamos a pasear con los Gigantes.

Si preguntásemos a los pamplonicas cuáles son los recuerdos más antiguos que guardamos en el desván de la chola sin duda un elevadísimo porcentaje diríamos que en lo más lejano de la memoria tenemos a los Gigantes y Cabezudos; algunos recordarán el pavor, otros la curiosidad, otros la diversión y otros el riesgo, porque tales eran los sentimientos que provocaban en nosotros esa cuadrilla de extraños personajes totalmente fantásticos que nos hacían levantar la cabeza hasta el cielo para ver su interminable estatura o nos hacían correr entre acojonados y divertidos escapando de un buen bergazo o nos hacían refugiarnos en los brazos de nuestra madre envueltos en llanto cuando se acercaban amenazantes con sus tricornios y sus narizotas.

Siempre que se habla de los sanfermines se dice con razón que no hay unos sino muchos y que cada edad y condición tiene los suyos, pero hay cosas comunes a todas ellas, una es la explosión del día 6 a las 12, otra el encierro, otra el culto al santo moreno y otra es la afición y el cariño que se tiene siempre, a lo largo de toda la vida, a la Comparsa de Gigantes y Cabezudos.

Para hablar de ellos he echado mano de un opúsculo que publicó hace muchos años el irrepetible Ignacio Baleztena, la obra en cuestión lleva por título: "Los gigantes de Pamplona. Historia de esos simpáticos monigotes que tantos ratos felices han proporcionado a Premín de Iruña, autor de este librico".

Todos sabemos que la actual cuadrilla de Gigantes es obra del artista local Tadeo Amorena y que los cabezudos son hijos del pintor y dorador Félix Flores pero hasta llegar a nuestras calles las obras de éstos la comparsa pasó por muchas manos y de ellas nos da referencia Premín de Iruña.

Parece ser que Pamplona contaba con dos cuadrillas de gigantes, la de la catedral y la del ayuntamiento, siendo esta segunda la más principal y participativa en fiestas y saraos. Según nos dice Baleztena ya en el siglo XVI figuran asientos contables de gastos generados por los gigantes y gigantillas, como eran llamados los que luego conoceremos por Kilikis y Cabezudos, a ellos se les sumaba también una sierpe o tarasca que era una especie de culebra gigante que hacía las delicias del personal y unos gigantes de fuego que salían al ruedo de la plaza de toros tras las corridas llenos de antorchas, bengalas y petardos que les hacían arder y morir bajo sus llamas. Estos gigantes de fuego vinieron a sustituir a una salvaje costumbre que consistía en que fuese un toro el portador de toda esa pirotecnia sucumbiendo el pobre animal a sus efectos devastadores.

Nos cuenta Baleztena que Joanes de Larrainzar y siete compañeros suyos en 1600 hicieron bailar a los gigantes en la procesión del Corpus y en la de San Fermín, o que en 1607 fue Joanes de Azcona quien bailaba los gigantes alternando con Martín de Itxaso e Iñigo de Eugui. En 1620 el carpintero irunsheme Juan de Terrobas arregló por 88 reales los cuatro gigantes de la ciudad, y en 1632 ya eran ocho los componentes de la comparsa que se encargo de arreglar el pintor Alonso de Logroño y Bega ya que estaban muy deteriorados a causa de los golpes y caídas que sufrían. Fue algo más caro el pintor Logroño ya que costaron al consistorio la friolera de 600 reales los trabajos que llevó a cabo; agradecido debió de quedar con el pago porque tuvo el gesto de obsequiar a la ciudad con un cuadro en el que figuraban los ocho miembros y de propina el rey Iñigo Arista. Los datos son interminables, se refieren a actuaciones de carpinteros, pintores, sastres que mejoraban sus ropas y peluqueros que apañaban sus pelucas, lo cual demuestra la gran importancia que nuestros altos conciudadanos de cartón piedra tenían en la Pamplona de entonces. Pero en 1780 el rey Carlos III los prohibió por real decreto, siendo condenados al ostracismo y al deterioro en los almacenes municipales. Hasta que en 1813, con motivo de la liberación de la ciudad del yugo francés en la guerra de la independencia, volvieron a bailar por sus calles. Dado que los gigantes municipales no lograron sobrevivir a los años de abandono los que entonces tomaron protagonismo fueron los de la Catedral que el obispado generosamente prestaba. Hasta que en 1860 Tadeo Amorena parió las cuatro parejas que todos conocemos a cambio de 9.600 reales, 14,40 €, el dinero mejor empleado en la historia de Pamplona.

Su vida de entonces aquí ha sido intensa, nunca han faltado a las citas que la ciudad les ha presentado, incluso en 1965 llegaron a cruzar el charco para bailar en la Quinta avenida de Nueva York.

Siempre acompañados de Cabezudos, Kilikis y Zaldikos, a los que estudiaremos la semana que viene, siguen bailando por nuestras calles proporcionándonos felices, inolvidables e imprescindibles momentos.

Larga vida a los Gigantes de Pamplona.

Besos pa' tos.