El piso me ha ayudado a liberarme de la familia, que es un gran alivio, y a darme cuenta de que soy capaz de realizar muchas tareas del hogar en las que no me creía válido", asegura Rafael Alcaine. "Aquí me veo más independiente, más suelta", afirma Ana María Regueiro. Ambos residen, junto con Nerea, hermana de Ana María, en Sarriguren en un piso de la asociación navarra en favor de las personas con discapacidad intelectual o del desarrollo y sus familias (Anfas). El piso forma parte del programa de vivienda que fomenta la asociación.

Ana María, 39 años, es la veterana ya que entró en 2016. Lleva más de dos décadas trabajando en Tasubinsa, una entidad sin ánimo de lucro que en sus 13 centros diseminados por Navarra ofrece empleo a 1.200 personas con algún tipo de discapacidad. En concreto, Ana trabaja en el centro de Arazuri, donde realiza componentes para los coches de la Volkswagen como triángulos, alfombrillas o tapacubos.

Rafael, 46 años, es empleado del Hospital San Juan de Dios desde 1997. En la actualidad, en la lavandería, pero antes ejerció de celador y ayudaba a los pacientes en los ejercicios de rehabilitación. El 2 de marzo de 2020, justo antes de que se declarara el Estado de Alarma, comenzó a vivir en el piso de Sarriguren. Rafael comenta que la pandemia y el confinamiento, aunque parezca mentira, le permitió conectar mejor con sus nuevas compañeras: "No podía hacer karate -es cinturón negro y entrena los lunes, miércoles y viernes- porque habían cerrado losgimnasios, no podía quedar con los amigos, salir a la calle... A la fuerza ahorcan y me he tenido que adaptar a las hermanas", bromea. Después de tres meses encerrados, reconocen que hicieron piña y ese buen ambiente se ha trasladado al día a día de la casa: convivencia, solidaridad y reparto de las tareas del hogar. Además, el fin de semana le dan a la partida de chinchón después de comer -están buscando una baraja de cartas en braille porque Nerea está perdiendo visión- y a la tarde en lo que denominan su txoko: la entrada al parking de la comunidad. "Nos sentamos con cuidado a comer patatas y a hablar. Pega el sol y no da el aire, nuestro txoko es estupendo", señalan.

Yukika, esencial

Este piso de Anfas se conoce como "proyecto de vida independiente". Es decir, los residentes desempeñan todas las labores del hogar y gestiones personales, pero hay una trabajadora de la asociación, Yukika Kojima, que les "les apoyo de manera puntual". En su caso, pasa 5 horas al día en la vivienda.

Yukika explica que cuando las personas llegan al piso el apoyo es más "intenso" porque "hay que enseñarles desde cero a hacer todo tipo de tareas del hogar. Conforme van aprendiendo, se vuelven más autónomos". Además, añade que durante los primeros días se "valora qué necesidades requiere cada persona y redactamos un plan individualizado para cada uno de ellos. Incluso ellos mismos detectan esas necesidades". "Yuki está en casa y te da tranquilidad", confiesa Rafael.

El objetivo es prepararles para una vida independiente. Rafael aún lo ve lejos ya que solo lleva un año en el piso: "De momento tengo un pequeño caos en la cabeza", indica. Ana, que lleva cinco, lo ve más cerca y daría el salto si tuviera la capacidad económica. Eso sí, ambos confiesan que echarían de menos "la salsa de este piso".