No se trata de ser alarmistas sino realistas y actuar para prevenir en vez de lamentar. No estamos ante un vertido como el del Prestige, aunque miremos con preocupación los pellets de plástico que están llegando a las costas del Norte con el riesgo medioambiental que supone, los cruces de acusaciones entre las empresas implicadas sin que nadie se responsabilice de cómo han llegado al mar y la mala gestión política que se está haciendo del tema. Igual que el incremento de ingresos y casos por gripe y covid no es comparable a lo vivido en los duros tiempos de la pandemia, aunque nos asusten las cifras actuales.

Por suerte en ambos temas, covid y Prestige, sería muy duro revivir lo ya sufrido. Por eso en algunos momentos una tiene la sensación como de no estar en el tiempo que está. Volver a escuchar hablar de obligatoriedad en el uso de las mascarillas, de centralización en las decisiones sanitarias cuando las comunidades tienen competencias para actuar en función de su propia realidad, en vez de recordar como personas algo que de sobra sabemos: qué nos conviene y qué conviene al resto, es decir pensar en una misma y en las demás.

Y eso no es responsabilizar a la ciudadanía de lo que es competencia del sistema sanitario, simplemente es caminar en la misma dirección. Autocuidarnos antes de que nos cuiden. Usar la mascarilla cuando se tienen síntomas y se va al médico o hacerlo para proteger a las personas vulnerables es un paso individual voluntario y lógico que no creo que precise de una intervención externa que lo imponga. ¿En qué han quedado las famosas lecciones aprendidas si a la primera de cambio volvemos a caer?