Una corrida de toros completa la que mandó la familia Del Río ayer a Pamplona. Cuatro toros de gran factura, primero, segundo, tercero y quinto que resultó ser el toro de la tarde, y dos con menos posibilidades, cuarto y sexto. Y es que en las corridas completas, tiene que haber de todo. Encastados, nobles, fijos y repetidores, reponiendo rápido y con codicia en las embestidas. Fue una pena que al quinto de la tarde no lo lucieran un poquito más. Un toro como ese es un toro para verlo largo al caballo, donde por cierto se comportó con mucha clase, para verlo también largo en los cites, para disfrutar de lo que ese todo llevaba dentro, que era mucho. A cambio, la afición pudo degustar el toreo de Emilio de Justo, lleno de empaque y perfume. Entre los doblones de apertura y los ayudados por bajo para el cierre, de Justo ejecutó preciosas series en las dos manos, tantas de brazo corrido, poderoso y estético, guante de seda en mano de hierro, con relajo y desmayo, de riñón metido y mando por abajo.

Fue una faena muy estructurada, y con esto creo que se dice todo. Cortó dos orejas, una por el poder, la otra por la estética, y quizás hubiera que haberle hecho algún reconocimiento el toro. No digo ya una vuelta al ruedo, pero si una ovación por su bravura. De Justo apuntó alto ayer, e impactó con fuerza en todos los tendidos. No anduvieron lejos son compañeros de terna. Al buen tercero Marín le cortó una oreja tras torear muy bien con la zurda y dejar una buena estocada.

Castella realizó a su segundo una faena de las que se pueden llamar de trampantojo. Parecía que su oponente iba a ser una moneda con dos caras, y el torero se esmeró en mostrar la buena. Por un momento pareció que sí, que se iba a obrar el milagro y el toro iba a entrar en obediente en las telas del francés. Pero aquel animal tenía sólo una cara, y era la que había mostrado desde su salida. Se desvaneció entonces la ilusión que se genera cuando parece que un toro imposible va a terminar entrando en el canasto.