Se me hace complicado entender cómo en un país avanzado, con recursos, con personal, con comunicaciones rápidas y precisas, con expertos estudiando y avisando, haya decenas de personas que el martes perdieran la vida arrastradas por el agua o ahogadas en bajos, casas o coches.
Comprendo que ante la magnitud de lo que cayó –400 l/m2, que es el agua que cae en Pamplona en seis meses– si alguien comete imprudencias o hace movimientos indebidos pueda ponerse en riesgo, pero muchas de esas muertes se podían haber evitado. O eso es lo que creo.
A no ser que una riada tire de arriba abajo un bloque de pisos y mueran 30 personas, muchos de los fallecimientos de la parte final de las desembocaduras de los ríos y arroyos conforme las riadas llegaban a Valencia se podían haber evitado, como se pudo haber evitado que miles y miles de trabajadores se quedaran aislados y atrapados en polígonos industriales y centros comerciales.
Lejos de mi intención ofrecer solución alguna, puesto que no tengo la más remota idea de cómo organizar asuntos así, pero sí sé que hay muchas personas que sí saben y que con la voluntad política y los medios necesarios y la precaución debida mucha gente podría haber estado en sus casas a resguardo antes de que se desatara la ira del agua. O esa es la sensación que tengo viendo el cronograma de los hechos, la tardanza en mandar alertas y la tardanza en tomar decisiones.
Por supuesto, la magnitud de lo caído hace inviable para cualquier servicio de emergencias o para varios unidos llegar para rescatar a todos, pero, ya digo, quizá mucha gente tendría que haber estado ya en sus casas lo más arriba posible ante lo que se había avisado y efectivamente estaba cayendo. Hablamos de Valencia. Es como no prever que va a hacer calor en Sevilla en julio. Raimon, el cantante valenciano, hace mucho que cantaba aquello de En mi país la lluvia no sabe llover.