En medio de tanta zozobra política, siempre hay hueco para el disparate. Incluso, para la extravagancia. Resulta todo un desatino la confrontación despiadada entre las dos almas de un gobierno. Supone una inquietante excentricidad invitar a un terrorista condenado a difamar sin pruebas en un Congreso. Asemeja un sainete acuchillarse dialécticamente a micrófono abierto tras compartir un mismo Consejo de Ministros. Un bochorno institucional, en fin, encadenado en menos de 48 intensas horas, abonadas a un sonrojo ya demasiado asiduo y que empieza a compartir sensaciones con los inquietantes ecos del zumbido trumpista que ya se cuela sin remisión. Y de postre, Mazón enredándose maliciosamente con audios manipulados en una desesperada búsqueda por escapar de su culpa irremediable. Esperpentos por doquier.

Todo empezó un martes, que acabó fundido a negro. Pensaba Sánchez en el Parlamento alentar la moral de sus tropas de diputados y senadores asegurando que tenía arrestos para estirar la legislatura hasta 2027 y plantar cara al fascismo rampante porque es el maestro en la esgrima de la polarización. Jamás imaginó que a apenas ocho kilómetros de distancia una pelea de gallos oscurecía sus proclamas. Una vicepresidenta y una portavoz del mismo gobierno, pero de sensibilidades bien distintas, se tiraban los trastos ante la incredulidad de los ávidos periodistas. Lamentablemente para su particular imagen pública, en tan barriobajera disputa ambas eligieron un tema de fibra demasiado sensible y propenso a la indignación ciudadana. Hacienda pegaba un hachazo al séptimo aumento consecutivo del Salario Mínimo Profesional. Cisma sobrevenido.

Nunca la fachosfera dispuso de ocasión objetiva más propicia para ametrallar el desgobierno reinante. Nunca ese batallón de efectivos de la sala de máquinas de La Moncloa, engrasada para el argumentario impenitente del sanchismo, evidenció tamaña torpeza. Nunca Yolanda Díaz dispuso de mejor ocasión para enseñar los dientes a su socio y blandir la bandera izquierdista precisamente cuando la moral de su tropa decae frente a la incapacidad manifiesta de la unidad de la izquierda y al avance mediático y estratégico del pablismo en Podemos.

El PSOE se ha disparado una perdigonada en el pie. Una envenenada mezcla de torpeza y arrogancia desmedida le arrastra hacia un repudio social paradójicamente cuando debería estar recogiendo los frutos de su enésimo esfuerzo por armonizar un escudo social más resistente. Habida cuenta de las reacciones sociales y políticas, solo les queda la bala de forzar sin demasiada demora una rectificación paliativa para reducir el desgaste que ya empiezan a notar, como les ocurrió en las horas posteriores a la bofetada del ómnibus. Esa inmediata identificación perniciosa entre la subida de las prestaciones y el afán recaudatorio de Hacienda resuena demoledor para un partido de izquierdas. Por eso, los cánticos ministeriales para distraer la atención y apelar a la conciencia fiscal se diluyen por la alcantarilla. Y en medio del aturdimiento, llegó el bálsamo reparador del CIS del fiel escudero Tezanos, siempre a mano en las situaciones anímicas más comprometidas para ensalzar al partido gobernante y zaherír al opositor, aunque con ese sesgo tan escorado que aumenta la desconfianza en sus proyecciones electorales. En cualquier caso, la auténtica incógnita sobre la unidad de la izquierda sigue guarnecida. Ahí radica la clave del futuro institucional. Bien lo sabe Sánchez, cada día más inquieto por la disolución del efecto Yolanda, su incapacidad para estructurar la refundación de Sumar y las arremetidas de un Podemos en ascenso. Por eso esperpénticas diatribas como las de esta semana alientan las esperanzas del PP más allá de soportar viacrucis sangrantes como el de Mazón.

Cínico vasallaje

En una semana de desvaríos, aún quedaba la astracanada del yihadista. Llega a tal grado de sometimiento el vasallaje de Sánchez hacia Puigdemont que PSOE y Sumar se arrodillaron esta vez para permitir el ferviente deseo de Junts de que un terrorista condenado a 43 años de cárcel viniera a una comisión parlamentaria de investigación a leer un escrito pretendiendo atribuir bajo conjeturas y sin pruebas la supuesta connivencia del CNI con los atentados islamistas de 2017 en Barcelona y Cambrils. Hasta Bildu les desmontó la perversión. La coalición de izquierdas ha ido demasiado lejos en su servilismo hacia los siete votos mancillando la esencia de una institución como el Congreso. El esperpento también se acaba pagando, incluso en Catalunya.