Cuando Pedro Sánchez fue dimitido por sus compañeros de partido, y en su última aparición como secretario general del PSOE, lloró amargamente en su despedida, yo y muchísimos ciudadanos más no podíamos suponer el cambio que se produciría en él, una vez que consiguió ganar las Primarias socialistas recuperando la secretaría.

Luego apartó a sus varones de incidir otra vez en esos golpes de efecto partidista y se rodeó de aquellos que le prestaron su apoyo cuando él más lo necesitaba.

Más tarde, y ante la sentencia inculpatoria del PP y la corrupción generalizada de su militancia, la oposición se puso de acuerdo y le echó de Moncloa con la moción de censura que hizo llegar a la Presidencia del Gobierno de España a don Pedro Sánchez.

Debutó en su mandato con un nuevo estilo de hacer política, y una aparente sintonía con el independentismo catalán pidiéndoles apoyos para tramitar los Presupuestos Generales del Estado, pero tal relación se complica ante las exigencias de ERC y PDeCat sobre el tema de sus presos políticos y exiliados. Pero el PP, Cs y Vox , atentos y expectantes y ansiando un adelanto electoral, lanzan sus dardos envenenados hacia el presidente para que desista influir en los tribunales y liberarlos de su prisión provisional.

Aunque la separación de poderes a muchos nos parezca una utopía, la adjudicatura de Madrid actúa como si fuese real, en un escenario en directo (sin observadores extranjeros) en el próximo juicio que a todas luces se dilucida ya con una vengativa sentencia inculpatoria de los reos.

Moncloa ofrece, a cambio de esos apoyos, una parte importante de la disposición adicional III del Estatut d’Autonomía como si ello fuese un actual regalo, olvidando que ya estaba pendiente hace años, pero al no haber movimientos sobre el referéndum de autodeterminación catalán y existir un cambio negativo hacia la migración, desde la Generalitat y partidos independentistas está a la orden del día el no.