LO siento, no hablaré de George Clooney ni de Belén Gopegui. Lo haré de Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón, qué diferencia. Cuando se debatía la sucesión en la tribu socialista leí que el señor barbado partía con una irremediable desventaja: ronda ya los sesenta. Muchos sentenciaban que los abuelos nunca suceden a los nietos, y que lo correcto hubiera sido dejar paso a la "joven" -sic- catalana. Supongo que tras el descalabro venidero alguien recordara el consejo. El 20-N se avecina una tormenta o, como dijo Yuste, se atormenta una vecina.

En la tele es evidente que molan más las canis que las canas. Y es también la tendencia en la clase política. Yo pienso de otro modo. Habrá mil motivos para mandarlos a casa, y que cada perro ideológico se lama su cipote, pero arrinconar a Zabaleta, Azkuna, Anguita o al citado ministro por su edad me parece un despropósito. Prefiero un gobierno asesorado por ancianos a un parlamento donde gallean veinteañeros. En el mus y en el escaño me fío más de un perro viejo que de un novato impetuoso. Asustan algunos diputados jovencísimos tan seguros de sí mismos y tajantes. Se les notan las ganas de trepar, y en cuanto a su supuesto progresismo les ocurre con el espíritu lo que a Charlie Parker con el cuerpo: se murió con treinta y cuatro años, y el forense le calculó el doble.

Sólo en España se minusvalora así la experiencia, ese cóctel de cinismo, templanza, altura de miras y sensatez que aporta el paso de la vida. Los mayores se vuelven cascarrabias, pero en política tienden a ser más tolerantes, pacientes y moderados que sus fieles cachorros. Lula, Peres, Arafat, Adams, la lista de los que mejoraron como el vino es larga. Hace días vi un foto de Fraga conversando con Carrillo, y en sus ojos agotados no había extremismo ni ese deseo tan primario de ganar siempre por goleada, de arrasar en el debate y en la cama. Para gobernar, para tomar decisiones, lo suyo es esperar al cigarro de después.