Ya no lo podemos evitar: cada vez que un rival dice que es muy difícil ganar en El Sadar por esto y aquello, nos da por reír. Y por llorar. Pero, bueno, lo de ayer, eso de ayer, también es Osasuna: si tiene la oportunidad de dar un golpe casi definitivo para lograr la permanencia, y además ante un adversario de la zona baja de la tabla, todos sabemos qué acaba pasando.

Como si el destino nos quisiera recordar de vez en cuando que aquí, a Primera, los rojillos vienen a sufrir. Y no es que ahora esté Osasuna en apuros, porque el barro sigue lejos, a 9 puntos, sino que hay una lección clara en lo ocurrido ayer: los rivales inferiores en la primera vuelta no lo van a ser tanto en la segunda porque van a llevar todos la gasolina extra de la desesperación, de ese canguelo que les da mirar la tabla y ver que, al margen de los casi desahuciados Granada y Almería, hay una tercera plaza de descenso para el que más se la merezca.