Mikel Urrutikoetxea (Zaratamo, 1989) se retira este sábado de la pelota a mano profesional en el frontón Bizkaia de Bilbao, a partir de las 17.15 horas, después de 16 años en la élite. Se despide con una carrera cocida a fuego lento y con los pies en la historia, ya que posee las txapelas de las tres modalidades: Manomanista (2015), Cuatro y Medio (2015) y Parejas (2016). La particularidad es que, pese a ser delantero, esta última la logró como zaguero. Rara avis. Altuna III-Albisu y se cruzan con el vizcaino y Zabaleta. Final de campanillas.
Este sábado zanja en Bilbao su carrera deportiva tras 16 años como profesional y ser ya una leyenda de la pelota.
—Se acaba una etapa muy bonita de mi vida. Han pasado ya 16 años desde que debuté como profesional. Es un sueño que cumplí de joven. Jamás imaginé que iba a pasar tanto tiempo. He de reconocer que la retirada es una cosa que tengo más que asimilada, porque es una decisión que tomé con la empresa hace un año prácticamente. Mi objetivo era acabar lo mejor posible, con un buen nivel de juego, y, por ese lado, estoy muy contento. He podido disfrutar de estos últimos meses y acabar sin ningún tipo de lesión. Lo que quería era retirarme bien.
También se acaba la etapa de Mikel Urrutikoetxea en la pelota, ¿no?
—Fíjese, empecé a jugar a pelota con seis años y han pasado treinta desde entonces. Seguiré acudiendo al frontón, porque es lo que siempre me ha gustado hacer. Eso sí, no me voy a volver a vestir de blanco. En el Bizkaia acaba mi etapa. Cuando comencé en Asegarce –ahora Baiko–, tenía claro que quería cerrar el ciclo en la empresa. Después de las despedidas que he disfrutado durante estos meses, era consciente de que mi último encuentro iba a ser el del Bizkaia, frontón del que guardo muchos buenos recuerdos. Es el mejor modo de colgar los pantalones blancos. Seguiré viendo partidos y si uno de mis hijos se anima a jugar a pelota, le acompañaré y ayudaré como pueda.
No todos los deportistas tienen la oportunidad de elegir el momento de la retirada. ¿Se siente un privilegiado por ello?
—La decisión fue consensuada con la empresa. Tenía la opción de haber alargado la carrera, pero siendo realista no me veía para ganar txapelas en los partidos individuales. Se necesitan muchas cosas, como por ejemplo, físico y chispa, que se va perdiendo con la edad. Esos partidos se deciden por detalles. Por parejas me siento bien y con ayuda atrás puedo seguir compitiendo, pero una vez que no estaba para ganar en los individuales, entrar en el Parejas era más complicado. Era el momento adecuado de colgar el gerriko.
¿Qué es lo que cree que echará más de menos?
—Muchas cosas: ir a los frontones, disfrutar del ambiente del vestuario mientras ponemos los tacos, las tertulias... También creo que echaré de menos vestirme de blanco y los entrenamientos. Todavía disfruto jugando a pelota, pero hay que saber cerrar el círculo.
La historia
¿Cómo ve el futuro?
—La vida de un deportista tiene fecha de caducidad. Es una etapa bonita, pero corta, aunque dure más en algunos casos. Siempre hay que pensar en qué vas a hacer en el futuro; sobre todo, para tener la cabeza despejada y poder evadirte en otras cuestiones. En 2020 abrí con otros socios el centro Ikaika de rehabilitación, readaptación de lesiones y fuerza en Deustu (Bilbao) y hace poco inauguré otro en Galdakao junto a un amigo fisioterapeuta. Estoy contento con ello, pero seguramente haré algo más.
Los deportistas suelen decir que las valoraciones a los logros se deben hacer al término de su carrera. Es el momento de echar la vista atrás y comprobar que su nombre está en la historia como campeón en las tres modalidades.
—Hay pocos pelotaris que lo hayan conquistado –Retegi II, Arretxe, Olaizola II, Martínez de Irujo, Barriola, Bengoetxea VI, Altuna III y él–. En el momento que lo conseguí no le di muchas vueltas. Cuando estás compitiendo, no te paras a pensar en lo que has hecho. Nunca imaginé que iba a entrar en la historia de la pelota como campeón de la Triple Corona. Más todavía contra referentes que había tenido desde que era un niño, como Aimar Olaizola o Juan Martínez de Irujo. Fantaseaba de crío con jugar alguna vez contra ellos; así que ganarles tiene mucho valor para mí.
Es el único pelotari que ha vencido una final a Aimar e Irujo, al de Goizueta en la del Manomanista de 2015 (19-22) y al de Ibero en la del Cuatro y Medio de ese año (22-20).
—No lo sabía. Han sido dos pelotaris que han marcado una época en la que había un ramillete de pelotaris increíble: Gonzalez, Xala, Titín, Irujo, Barriola, Bengoetxea VI, Aimar, Berasaluze, Olaizola I, Patxi Ruiz... El hecho de haber vencido a esos dos pelotaris tiene mucho valor para mí; sobre todo, porque han sido mis referentes. Fíjese, Olaizola II tiene diez años más que yo y le sigo desde que debutó. Yo tenía nueve años entonces.
¿De qué personas se acuerda al echar la vista atrás?
—En cada etapa ha habido personas especiales. De los seis a los catorce años, en esos años tan importantes para la carrera de un deportista, fue fundamental la figura de mi tío Adolfo Agirre. Ayudó a los chavales de Zaratamo y nos inculcó la afición. Fue una persona muy muy importante en mi carrera. Después, cuando pasé al club Adiskide de Galdakao, Mikel Etxegia me enseñó mucho.
Las llamadas de Olaizola II
Y entró en la órbita de las empresas.
—Recuerdo que a los 16 años me llamaron para hacer los primeros entrenamientos con Asegarce. Anizeto Lazkano, por entonces técnico de la promotora, se me acercó tras un partido en Matiena para ofrecerme ensayar con ellos. Fue increíble para mí. Llegué a compartir frontón hasta con Mikel Unanue. Allí estaban Patxi Ruiz, Beloki, Begino, Aimar, Asier...
Fue entonces cuando Aimar Olaizola aparece en la ecuación.
—Eso es. Me empezó a llamar a mí, que era un chaval, para preparar los partidos importantes. Tengo en la cabeza un entrenamiento mano a mano en Eibar que fue muy emocionante. Por entonces, me fijaba en todo, hasta en qué colonia llevaba –risas–. No se me va a olvidar nunca.
Continúe.
—Cuando di el salto a profesionales, Josetxu Areitio fue una de las personas que más me ayudó. Trabajé mucho con él. Los inicios fueron duros. Estaba sin hacer. Me costó coger el ritmo y sufría mal de manos. Por entonces, en Segunda había pelotaris veteranos y muy duros. Me centraba en el golpe y me di cuenta de que solo con eso no vale en profesionales. Tuve que meter muchas horas de frontón. Lo hicimos todo con la supervisión de Pablo Berasaluze, otro pilar de mi carrera como pelotari. Él siempre me ha dado sus consejos y me ayudó a evolucionar. Además, Iker López, mi preparador de estos últimos años, ha pasado a ser más un amigo que un técnico. Por último, Igor Jauregi –psicólogo y exjugador de la Real Sociedad– fue el que me ayudó a salir de los momentos más oscuros.
¿Qué le ha dado la pelota?
—Todo. He hecho grandes amigos. La pelota me ha hecho conocer a mucha gente y muchos pueblos de Euskal Herria y La Rioja.
Cuatro finales en año y medio
En sus inicios le costó arrancar. Le faltaba cocción.
—Yo mismo lo notaba. Me veía bien hasta el tanto diez, pero a partir de entonces, se me hacía muy cuesta arriba. Debuté con apenas 70 kilos. En 2010 llegué a los cuartos de final del Cuatro y Medio y me tocó jugar contra Gonzalez (22-9). Me di cuenta de que se necesitan muchas cosas para ganar a los pelotaris de arriba. No aguantaba ni a nivel físico ni a nivel de manos. No tenía continuidad. En 2013 llegué a las semifinales del Manomanista de Primera contra Aimar Olaizola. Y fue el punto de inflexión.
¿Cuántos ganchos y cuántas horas ha metido con Berasaluze en el frontón de Iurreta?
—Muchísimos. Íbamos a hacer técnico varios días a la semana. Además, me ayudaba a poner los tacos. Es una cosa que vas aprendiendo con la edad. El jugar una semifinal con Aimar y entrar en el Parejas como titular fueron instantes clave. Entonces comencé a creer en mí.
Jugó cuatro finales en año y medio y ganó las tres txapelas, con el valor que tiene haberlo hecho como zaguero en el Parejas.
—Llevaba ya dos semifinales del Manomanista a mis espaldas. Cada vez me veía mejor. A partir de ahí, los resultados llegaron. Cuando uno está en la cresta de la ola, no siente la presión de demostrar. Todo iba sobre ruedas, muy fluido. Me sentía bien. Fueron años preciosos.