Sí, ya sabemos que las circunstancias de entonces (1922) y las de ahora (2022) no son las mismas, ni tan siquiera equiparables, pero la expectación en la ciudad no era menor ante la llegada de la edición festiva de hace un siglo. Había, al menos, tres razones importantes para ello.

Por un lado, sabido es, se estrenaba nuevo coso taurino, algo a lo que se le tenía ganas; urgía verlo, sentirlo, oírlo, asombrarse ante su mayor capacidad y ante la imagen inicial de “blancura” a causa de tanto cemento. Siempre que se estrena algo hay ilusión y Pamplona no lo disimulaba. ¡Ahora sí que se podía hablar de la “monumental”!

Por otro lado, la ciudadanía era consciente de que no solo se estrenaba Plaza de Toros, sino que el nuevo coso estaba en una ubicación diferente a la anterior, lo cual se traducía en una modificación del recorrido matutino del encierro de los toros; es decir, desde aquel 7 de julio al llegar manada y corredores al final de la calle Estafeta no se giraba hacia la derecha sino levemente hacia la izquierda. A efectos emocionales era esto toda una revolución.

Y la tercera razón, mucho menos espectacular que las dos anteriores, pero también muy revolucionaria, era el cambio de ubicación del Ferial del Ganado, que hasta el año anterior se había instalado en las inmediaciones de la Media Luna, concretamente entre el portal de San Nicolás y la ripa de Beloso, pero este año la preparación de los terrenos para la construcción del segundo ensanche forzó a trasladar la feria a los terrenos situados en la prolongación del antiguo hipódromo, a continuación del campo de deportes.

Encierro a su paso por la calle Mercaderes, antes de entrar a la Estafeta.

Encierro a su paso por la calle Mercaderes, antes de entrar a la Estafeta. Archivo

Así pues, el conjunto de todos estos factores hizo que a las fiestas sanfermineras de 1922 se les esperase con verdadera expectación.

Al margen de esto y, para mejor situar al lector, sépase que en aquellas mecetas el encierro de los toros se celebraba a la 6 de la mañana y la corrida a las 4.30 de la tarde. El alcalde aquel año era don Tomás Mata. Sépase también que las “Ferias y Fiestas” empezaban el 6 de julio y acababan el día 18, pero… ¡ojo!, del 6 al 18 eran las Ferias, mientras que las Fiestas eran del 6 al 11 de julio, independientemente de que el día 14 se celebrase religiosamente la Octava.

Momento en el que los mozos conducen la manada hacia el callejón.

Momento en el que los mozos conducen la manada hacia el callejón. Archivo

Chascarrillos

No hay edición festiva sin anécdotas y curiosidades y, en este sentido, las fiestas de ese año no defraudaron.

Para empezar estuvieron estas precedidas de una propuesta en el pleno municipal, el 21 de junio y por parte del concejal Francisco López, de sustituir el nombre de Calle Mayor por el de Calle San Fermín. Se denegó la propuesta alegando que una de las calles del nuevo Ensanche llevaría ese nombre.

Otra anécdota, de las que gustaban a la ciudadanía, la protagonizó el afamado León Salvador, charlatán y vendedor –en ese orden-, quien sin saber todavía cómo le iban a ir las ventas en Pamplona0 sorprendió a todos entregando al alcalde de la ciudad un donativo de 200 pesetas para que el día de San Fermín se obsequiase a todos los asilados de la Casa de Misericordia con una comida extraordinaria. Y así se hizo.

Anecdótico fue también que con la inauguración del nuevo coso taurino se inaugurase también algo que hasta entonces no había existido; nos referimos a un servicio de alquiler de “almohadillas armadas”. “Se ruega mucho a las personas que utilicen éstas las dejen en el mismo asiento, sin lanzarlas al redondel, para que una vez terminada la corrida puedan recogerlas los asilados de este establecimiento”, recomendó infructuosamente la Junta de la Casa de Misericordia.

Decir también que la Plaza de Toros se estrenó la mañana del 7 de julio con la formación de un montón a la entrada de los toros por el callejón; no tuvo aquello consecuencias graves aunque sí que dejó unos cuantos contusionados; de todos ellos quien peor parte se llevó fue Ángel González, músico de La Pamplonesa, que acabó con una clavícula rota.

Pero la anécdota, por excelencia, de ese año la protagonizó un toro de la ganadería de Santa Coloma; la noche del 10 de julio, durante el “encierrillo” (no se había inventado todavía esta palabra), en lugar de seguir el trayecto hacia los corrales con sus compañeros hizo lo que nadie esperaba que hiciese, saltó el vallado y huyó hacia la orilla del río. Sobra decir que cundió el pánico, “en todas las entradas a la capital se tomaron las debidas precauciones para evitar que el morlaco penetrase en el interior de la misma” informaba la prensa local. A las doce de la noche fue localizado el toro en una de las fincas del barrio de la Magdalena y, desde allí, ya de madrugada, fue conducido por los mansos y pastores hasta la Plaza de Toros. Tranquilizada la población a nadie le extrañó que al día siguiente solo fuesen cinco los toros que corrieron por las calles de Pamplona.

Primera entrada de los toros en la nueva Plaza. Archivo

Canciones

En esto no hemos cambiado mucho. Lo era entonces, y lo es ahora, muy habitual que cada edición sanferminera tuviese su canción del año, esa que se convertía en el hilo musical de cualquier reunión superior a dos personas. Publicarse la letra y extenderse fue todo uno; de hecho la letra la publicó el 6 de julio “Premín de Iruña” (pseudónimo de Ignacio Baleztena) dedicada a sus amigos del tendido de sol. La canción en cuestión empezaba así:

Levántate pamplonica,

levántate dando un brinco,

porque han dado ya las cinco

y el encierro es a las seis.

Y el que no espera a los toros

en la calle de Estafeta,

se le manda a la “peineta”

por ser un mal pamplonés.

(…)

Procesión de San Fermín por la Plaza del Castillo. Archivo

Obviamente en aquel momento no sospechaba el señor Baleztena, ¡ni de lejos!, que esa, precisamente, iba a ser la canción de esas fiestas, popularizada por los mozos que la coreaban sin cesar. Mucho menos imaginaría él que en el siglo XXI continuaría siendo una de las canciones emblemáticas de las fiestas.

Ignacio Baleztena era también el responsable, desde años anteriores, de esa nueva moda de entorpecer el paso de la Corporación el 6 de julio en su marcha a las Vísperas a la vez que se entonaba “¡riau riau!” durante la interpretación del Vals de Astrain. Ya en los años previos se había visto a los policías metidos entre la multitud tratando de detener a quienes coreasen aquello, y en esta edición festiva de 1922 el alcalde, en su afán por suprimir el canto del “¡riau riau!”, en el momento de iniciarse la marcha a Vísperas llegó a prohibir a la banda La Pamplonesa que interpretase el Vals de Astrain; decisión esta que afortunadamente supo rectificar a tiempo, provocando el delirio popular y los unánimes aplausos cuando la banda acometió las primeras notas musicales del vals.

Ya hemos dicho también que las fiestas acababan entonces el 11 de julio a las doce de la noche. Pues bien, después de aquella última corrida de toros los mozos desde hacía unos años se dedicaban a recorrer las calles, tristes y taciturnos, entonando una canción a modo de funeral ante el final de las fiestas; su letra decía:

Pobre San Fermín,

pobre San Fermín;

hoy a medianoche

será tu fin.

Tampoco se sospechaba entonces que esa canción se iba a popularizar, iba a evolucionar su letra, y su canto multitudinario iba a ser oficialmente la forma de clausurar las fiestas.

Finalizamos este breve repaso a lo que fueron las fiestas que Pamplona vivió hace ahora un siglo destacando otra singularidad de aquellos días; la imagen de San Fermín salió en procesión por las calles de la ciudad el 7 de julio, lo cual es lo acostumbrado, lo que siempre se ha hecho; pero lo que el santo morenico no sospechaba cuando lo recogieron tras la procesión era que ese año todavía le habría de tocar volver a salir por las calles de la ciudad; esto sucedía el 24 de septiembre, y en esa ocasión desfiló en compañía de San Miguel de Aralar y de la imagen titular de la seo pamplonesa, la Virgen del Sagrario. Estas tres imágenes acudieron a las inmediaciones del monumento a los Fueros para recibir solemnemente a la reliquia del brazo incorrupto de San Francisco Javier, no en vano ese año se conmemoraba y celebraba el III centenario de su canonización.