Deambulaba sola por la plaza del Castillo de Pamplona, con su niña de poco más de un año en la mochila, desnortada y temblorosa, en una ciudad desconocida, recién levantada tras haberla tirado al suelo su hasta entonces pareja, que le cerró la puerta del apartamento de vacaciones bajo un grito que era un yugo: "Vete tú y tu hija enferma". Eran las 4 de la mañana del pasado 16 de julio. Una patrulla de la Policía Nacional la localizó en plena calle, percibió el andar sin rumbo con la criatura a cuestas, y se ofreció a echarle una mano. Fue a fuerza de mucho insistir cuando Elena (nombre ficticio), esta mujer de 35 años que solo habla alemán, se derrumbó en aquel escenario. Y empezó a contar su historia. La acercaron a un hotel, donde dejó los 50 kilos de bultos que había traído hasta Pamplona.

Eran unas vacaciones en familia, un reencuentro de su marido con sus orígenes después de años trabajando y viviendo en el extranjero y una novedad para una niña con discapacidad que conocía así sus lazos navarros. Pero con semejante equipaje encima, tal vez Elena lo que había pensado es que esas vacaciones podían convertirse en una opción para poder huir de un círculo vicioso. "Vivía un maltrato de libro y la situación estalló aquí, con una discusión en el apartamento y el marido echándole de casa en plena madrugada", recuerda Ixaro Petrirena Gortari, la trabajadora social de la Oficina de Asistencia a Víctimas del Delito que acompañó a Elena en su tránsito.

"La conocí por la mañana en el juzgado de violencia. Me encontré una mujer muy nerviosa, con un ataque de ansiedad y una hija en brazos y que necesita traductora para comunicarse. Denunciaba maltrato psicológico, físico y sexual desde hace tiempo, con el añadido de que además residía desde que nació la niña en un país asiático en el que necesitaba el permiso de su marido para cualquier cosa. Era un bucle del que decía que llevaba tiempo sin salida. Había normalizado el maltrato. Aquí, en Pamplona, narra diversos agarrones y empujones para terminar una discusión que se había iniciado por su intención de divorciarse. Pero cuando llega al juzgado su intención no es la de denunciar, porque aquí todo le iba a resultar complicado, pues su único nexo con Navarra era la familia de él. Ella quería cortar este bucle, marcharse a su país y que no le arrebataran a la niña. Fue entonces cuando la defensa del marido empezó a alegar en el juzgado que la mujer tenía problemas mentales, acusación que no se sustentaba en prueba alguna". Era la pequeña a la que el propio padre había despedido con el mensaje "vete tú y tu hija enferma".

Elena había telefoneado por la noche a su madre, de 75 años y que vivía fuera de España, a más de 1.000 kilómetros. Su propia madre le había sugerido durante años que pusiera fin cuanto antes a aquella relación, que no veía que le hiciera bien. Tras contarle lo ocurrido en Pamplona, había quedado en recogerla en Barcelona esa misma tarde. Quería salir como fuera. Estaba decidida a poner fin a una cadena insostenible, pero a su vez le podía el miedo. Renunció a la denuncia, se archivó el proceso, porque apenas tenía sentido que el procedimiento siguiera aquí. Fue asesorada por una letrada del Servicio de Asistencia a la Mujer. Contó con el servicio de una traductora.

Pero al salir del juzgado, con las manos vacías, tras una experiencia de lo más traumático y en un escenario que le era completamente ajeno, miró a su alrededor en la plaza del juez Elío y solo atinó a agarrar la mano de Ixaro mientras apretaba a su niña al pecho. "No me dejes sola, tengo mucho miedo a que me pueda pasar algo", le dijo. A partir de ese momento no se soltaron y tampoco dejaron de lado el traductor de Google, que fue el mejor aliado para comunicarse. Cogieron un taxi, se desplazaron al hotel para recoger todas las pertenencias, que a duras penas cabían en el vehículo y, quizás, lo que más trance le suponía a Elena era tener que regresar al apartamento. Allí había dejado la cartera con la documentación. Acudieron al domicilio de sus suegros y allí fue Ixaro quien actuó como interlocutora con la madre de él. En la conversación con su suegra Elena le confesó que estaba "muy cansada y dolorida" y que solo quería marcharse cuanto antes.

Acudimos al apartamento, casualmente al entrar en el mismo apareció un primo del marido de Elena, que se ofreció a acompañarlas mientras insistía en que acudiera con él y un grupo de amigos a un retiro espiritual al que iban a acudir ese fin de semana. Te vendrá bien, le venía a sugerir. Le garantizaba que su pareja no iba a estar presente, que iba a ser un lugar de confort y meditación. Elena desechó la idea. "En ese momento, ella solo pensaba en marcharse cuanto antes. Temía por su vida. La urgencia era total porque tenía el miedo en el cuerpo. Finalmente, recuperó la cartera, regresamos al taxi y se despidió de la familia de él. Entonces, dentro del coche, solas las dos con la niña, se derrumbó", detalla Ixaro. Dio las gracias sin parar. Enfilaron el camino a la estación de tren. La trabajadora social ya había reservado unos billetes para viajar por la tarde a Barcelona. Hizo a su vez de mediadora en el vagón, puesto que con tanto bulto encima necesitaba un espacio tremendo para las maletas. "La gente entendió que el asunto era de urgencia, que no se trataba de una turista, sino que había algo detrás preocupante", recuerda Ixaro.

Una vez llegó a Barcelona, en el reencuentro con su madre, el rostro de Elena y su niña mostraba otra luz. De allí se encaminaron juntas a su hogar. "Parece una historia increíble, pero sin la intervención puntual de aquel policía nacional en aquella madrugada nada de esto hubiera pasado. Y posiblemente Elena seguiría sin denunciar a su agresor y conviviendo con él, normalizando todo lo que no lo es". Al desembarcar en casa, ya con la historia reposada y buscando un nuevo rumbo, Elena no cesó en agradecimientos. Escribió un mensaje a todos los intervinientes en su suceso, que pueden leer al encabezar estas páginas. También a Ixaro le envió un reconocimiento sincero a su acompañamiento: "Muchas gracias desde el fondo de mi corazón. Eres una persona excepcional. Para mí la violencia era normal y tú me salvaste. Los derechos de las mujeres en España funcionan bien".

"Temblaba de miedo, solo quería protección"

Roberto, agente de Seguridad Ciudadana de la Policía Nacional y que ejerce en Pamplona desde hace cuatro años, fue uno de los principales intervinientes para sacar a Elena de su espiral de maltrato. Una patrulla la vio deambular con la niña a las 6.00 horas en torno a Yamaguchi. Lloraba sin consuelo, temblaba y no hablaba castellano. "Nos encontramos a una mujer bloqueada, que no sabía adonde ir porque el marido le había quitado también la SIM del teléfono móvil. Estaba muy inquieta y temblorosa. Tratamos de que se sintiera arropada y de aproximarnos a su historia. Que nos sienta cerca. Hablamos en inglés. Me relata que tuvo una discusión grande con su pareja, que estaban aquí de vacaciones, y que este termina empujándola, arrastrándola del pelo y pegándole. Su primer pensamiento era que quería abandonar el país. Había salido de casa porque temía por su integridad, se fue por miedo a sufrir represalias. Y nos dijo que vivía en un país lejos, donde también había tenido algún episodio similar, y que allí la Policía no había hecho demasiado por atenderla. En principio ella quería denunciar y nos acompañó a comisaría para ayudarla también con lo que necesitara la niña. Quería protección y se la dimos. A continuación se procedió al arresto de su pareja, que reconoció la discusión pero no dice que la haya agredido. Solo habla de problemas de pareja. La mujer no quiere seguir con la denuncia pero la acompañamos a un hotel para que pueda pasar tranquila la mañana".